Ejecutan a ochenta en Corea roja por ver televisión

Kim Jong-un pretende impedir que la gente piense por su cuenta, que sea un delito leer o escuchar lo no autorizado. Es la regla aplicada por los talibanes

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Diputados del FMLN piden no depositarles bono en sus cuentas de banco. foto edh / jorge reyes

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2013-11-28 6:00:00

Ochenta personas han sido ejecutadas públicamente en Corea del Norte, la sociedad comunista más cerrada que existe, por ver programas de televisión extranjera o poseer biblias.

De hecho se supo en su momento, que el difunto dictador nombró como heredero a su hijo menor , Kim Jong-un, porque su hermano mayor y el lógico sucesor al mando, era aficionado a la música foránea y, en ocasiones, viajó a Tokio para comer y divertirse.

Las ejecuciones se llevaron a cabo en siete ciudades y en lugares públicos, ametrallando a los condenados frente a diez o quince mil espectadores, pasando un claro mensaje: el régimen no está dispuesto a tolerar desviaciones en su forma de pensar o los estrictos modos de vida impuestos.

Nada de gustos y costumbres burguesas que distraigan a la gente de los objetivos y deberes impuestos.

Pero ni Kim Jong-un ni ninguno de sus dos antecesores (abuelo y padre) llegaron al extremo de las carnicerías perpetradas por los jemeres rojos en Camboya, que exterminaron a la tercera parte de los camboyanos, o las represiones de Mao Ze Dong o Stalin que, entrambos, mandaron al otro mundo a más de cien millones de personas.

En la grandes purgas de Moscú, en 1936, cerca de dos millones de exmiembros del partido comunista fueron ejecutados por órdenes de Stalin, para purificarlo y prepararlo para el futuro, un futuro ensangrentado por la Segunda Guerra Mundial.

Las ejecuciones públicas eran “lo normal” en los viejos tiempos, espectáculos que gustaban mucho al populacho y que, en ocasiones, se realizaban frente a un palco al cual asistían miembros de las casas reales o de los barones de la comarca.

E igual con las quemas de herejes y de brujas: se efectuaban al abierto, tanto para advertir como para divertir. Y esa era una de las razones por las cuales no existieron muchas prisiones en la época medieval: al criminal, o al condenado, lo ahorcaban, quemaban, descuartizaban o decapitaban, ya que no tenía sentido, para ellos, mantenerlos vivos y darles de comer.

Costumbres que antecedieron a los paredones de Castro, fusilamientos que, en un principio, también eran espectáculos públicos.

Pretenden que nadie piense por su cuenta, libremente

Pero que eso suceda en pleno Siglo XXI “para el pelo” aunque, en cierta manera, la moda persiste invitando a los parientes de un asesinado a presenciar cuando al culpable le inyectan veneno o le descargan gases.

El castigo ejemplarizante de personas normales cuyo único delito es oponerse a un régimen o desviarse de la ruta que le trazan es monstruoso por un lado e inexplicable, por otro, para personas de bien, tan incomprensible como la esclavitud que aún florece en ciertas regiones de África y del Medio Oriente.

Kim Jong-un pretende impedir que la gente piense por su cuenta, que sea un delito leer o escuchar lo no autorizado. Es la regla aplicada por los talibanes, ese extremismo islámico que comienza a tomar cuerpo en Venezuela y Ecuador, donde los déspotas hablan ya de racionar o de prohibir la importación de papel periódico para dejar a ambos pueblos a oscuras, pues es el único material de lectura accesible a todos.

No hay pueblo que pueda considerarse inmune a estas salvajadas, pues hasta naciones tan desarrolladas como Alemania e Italia, en su momento, también cayeron.