El Día del Niño en un país revuelto y amenazado

Nada impide que esos niños sean reclutados por las maras, como antes eran reclutados como carne de cañón por la guerrilla. Y a partir de entonces sus vidas están a merced de la voluntad de otros

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Norman Quijano inauguró anoche el parque de la colonia Las Flores, Soyapango.

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2013-10-02 7:00:00

Todos los días del año, incluyendo el uno de octubre, ayer, son días del niño para nosotros en EL DIARIO DE HOY. Esa devoción por el niño, que es también amor y respeto por la familia, guía nuestro quehacer, fundamenta nuestras luchas e inspira los programas educativos del Diario, como Guanaquín Escolar.

Este uno de octubre, que debió de haber sido de celebraciones escolares, de alegría hogareña, de tranquilidad y optimismo, encuentra a un país revuelto, en conflicto, en medio de un caos vehicular y bajo la infernal realidad de violencia que cobra incontables vidas de niños y de padres de familia.

Niños de cuatro, cinco y más años son muertos en reyertas, en agresiones demenciales; como lo dijo un depravado que le disparó a un niño de cuatro años y lo mató, porque “no sabía qué hacer con él”.

Crecer en la jungla de las barriadas es un reto de supervivencia; ningún niño sabe cómo terminará el día, si volverán sus padres por la noche, si encontrará dónde acudir en caso de percances o enfermedades, si su escuela seguirá funcionando.

El futuro de los niños, y de todos los salvadoreños, no puede ser más sombrío: en esta tierra se ha enseñoreado una violencia incontrolable, el desorden permanente, la corrupción, funcionarios incapaces, nepotismo desvergonzado, cacerías de brujas…

Más y más personas se preguntan si estamos hundiéndonos sin remedio, si El Salvador sigue siendo una nación viable o si, en cambio, vamos en camino de convertirnos en otra Somalia, en un país donde las instituciones y las leyes son socavadas y hasta vilipendiadas.

Se les deja un país violento y saqueado

Los niños, en su mayoría, nacen casi desprotegidos, no siempre se les vacuna, no siempre tienen agua potable para beber, no siempre hay comida para ellos y no siempre reciben atención médica, y menos si hay huelgas.

No siempre tienen una escuela donde educarse y al haberla no estará dotada del mobiliario adecuado, encontrarán los servicios sanitarios en estado deplorable, los techos, necesitados de reparación; los enseres, expuestos a que los roben. Y casi desde muy pequeños, un gran número de niños enfrenta los acosos de las pandillas contra sus maestros y contra ellos mismos.

Un niño no tiene posibilidad de aprender al lado de un artesano o realizar pequeñas labores pues la ley y los inspectores de Trabajo, a su vez bajo presión de las organizaciones “de trabajadores” o mafias contra la formación no escolar, se encargan de sacarlo de allí y de multar a quienes lo acogen.

La alternativa que les queda a los niños fuera de la escuela es la calle con todos sus peligros y todas sus lacras.

Casi ningún niño, a causa de perversas disposiciones y un hipócrita sentido de “protección a la niñez”, puede ser adoptado. En los últimos años se cuentan con los dedos de una mano los niños que han sido dados en adopción en El Salvador.

Pero nada impide que esos niños sean reclutados por las maras, como antes eran reclutados como carne de cañón por la guerrilla. Y a partir de entonces sus vidas están a merced de la voluntad de otros y expuestas a que, en cualquier momento, los maten, los endroguen y para las niñas, que sean transformadas en objetos de uso general.

Estos niños heredarán un país saqueado y con escasas oportunidades para superarse.