Niños de diez y doce años planificaban un asesinato

En sociedades crecientemente violentas, asesinar genera morbosos atractivos para muchos que no son capaces de prever las consecuencias de sus actos, siendo la más obvia pasar muchísimos años en la cárcel

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Los jugadores de España festejan con Juan Mata, oculto, tras su gol contra Georgia en las eliminatorias mundialistas, en Albacete, España. Foto EDH: AP

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2013-10-16 6:00:00

Dos niños, uno de doce años y el otro de diez, han sido indiciados en el condado de Stevens, al noreste de Washington, Estados Unidos, por planificar el asesinato de una compañerita “que molestaba mucho”, a la que el primero iba a acuchillar.

El asesinato se paró a tiempo cuando uno de los compañeros los vio manipular el cuchillo y avisó de inmediato a un profesor de la escuela, quien hizo registrar las mochilas de los infantes donde encontraron el cuchillo, una pistola de nueve milímetros y un cargador.

El plan, como lo confesó el más pequeño, era darle de puñaladas a la muchachita mientras el cómplice mantenía a raya con la pistola a quienes intentaran defenderla. Pero es evidente que ninguno de los dos involucrados pensó cuáles serían las consecuencias que, de inmediato, ya se conocen: el más pequeño ha sido sentenciado a pasar hasta cuatro años en una correccional, mientras se enjuicia al otro, que salió llorando de la audiencia preliminar.

No cuesta sacar conclusiones del suceso. La primera es que, en sociedades crecientemente violentas, asesinar genera morbosos atractivos para muchos, que no son capaces de prever las consecuencias de sus actos, siendo la más obvia pasar muchísimos años en la cárcel.

Encajando con estos horrores un poeta alemán describe con macabros rasgos lo que pasaba por la cabeza de un joven enloquecido que descuartiza a su tía para robarla, y luego, con gran dolor, se lamenta de su juventud perdida tras las rejas. Y esa lección, por desgracia, no se les presenta a los escolares…

En el siniestro trasfondo de la delincuencia juvenil o infantil, está la idea de que, en alguna forma, sobre los menores de edad hay un manto de impunidad que los protege, de que no tienen que responder por sus actos o de que, por un milagro, no los descubran.

Sicópatas como “El Directo”, apuñalado de muerte en un penal, acumularon una serie de asesinatos antes de que las autoridades se percataran de él; cuando fue capturado la aberrante “ley minoril” se ocupó de tapar el caso, de esconder su nombre y demás señales, de mantener su historia en un gran silencio. Sólo por casualidad los medios informaron de ello.

La impunidad es el caldo de cultivo del crimen

Como contraste, en países muy desarrollados, se informa y se identifica a delincuentes de toda laya y esto por varios motivos: el primero, que víctimas de tales criminales pueden identificarlos y ayudar a recoger pruebas que los incriminen; lo segundo, el derecho del público de saber tanto de lo bueno como de lo malo que ocurre en su ciudad y en su país; lo tercero, como parte del castigo, el escarnio de sus semejantes.

La impunidad real, pese a capturas y enjuiciamientos, es la principal causa de la violencia en El Salvador y en las regiones más asoladas por los asesinatos y las extorsiones. Y es la protección que las leyes “minoriles” —las que deberían conocerse como leyes de fomento del delito—, tienden sobre los menores de diez y ocho años, lo que nutre a las pandillas, que los usan de correos, de sicarios, de carne de cañón como en su momento los usó la guerrilla “en su lucha por la justicia”.

En algún momento se tendrá que despertar en nuestro suelo, para distinguir entre lo que envilece o rescata a los jóvenes en riesgo.