¿Cuántas divisiones armadas tienen la cultura y el intelecto?

El bienestar de los pueblos está en relación directa con su libertad cultural y su apego a la moral y al Orden de Derecho

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Los residentes del barrio San Antonio, sobre todo quienes habitan sobre la calle San Judas, serán beneficiados con el proyecto del Viceministerio de Vivienda. La alcaldía eximió de impuestos los trabajos y obras que se realizarán. Foto EDH / archivo

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2013-09-01 6:00:00

Con ánimo infame Hitler preguntó burlonamente: “¿Cuántas divisiones armadas tiene el Papa?”.

Lo que en la actualidad implícitamente preguntan dictadores y fanáticos es: “¿Cuántas divisiones tienen la cultura, el intelecto, el Orden de Derecho, la moral y la decencia…?”

Bajo regímenes totalitarios, en naciones sometidas al poder de fanáticos, lo cultural, lo moral, el intelecto valen poco.

Nunca nadie oyó de una gira por Europa de la orquesta sinfónica de Damasco, de una muestra de arte contemporáneo en Bagdad, de grandes obras literarias escritas en Irán o, para el caso, de festivales independientes de arte en La Habana, de ciclos operáticos de primer rango en Caracas o de las nuevas corrientes del cine vanguardista en Yemen.

Bajo Hitler, Stalin, los Castro y los fundamentalismos musulmanes del momento, no hubo ni hay creatividad en lo intelectual y artístico; son como aguas estancadas, putrefactas, en el devenir de la historia.

En los quince años de Hitler, Alemania estuvo culturalmente muerta, como pasó con Rusia y los países del bloque soviético y es la norma bajo el socialismo o cualquier forma de fundamentalismo.

Stalin, al igual que Hitler, persiguió a pintores, escultores, compositores que innovaban, calificándolos como degenerados. Pero del arte oficial de ambos regímenes nada queda de algún valor.

En Afganistán, los talibanes prohiben oír música, ver cine, educar a las mujeres. Y en Cuba se escucha sólo lo autorizado, como sucedió en la Alemania durante el nacionalsocialismo.

Una de las principales víctimas de esa persecución del espíritu es el humor, la gracia, la buena ironía. Los comunistas, como en su momento los fascistas y los nazis, se burlan y se ríen despectivamente, pero no entienden y, por lo mismo, rechazan el humor. De allí que se presenten en público y en programas con el ceño fruncido, burlándose pero no sonriendo ni menos aceptando los dardos de otros, los cuales rechazan con insultos.

La prosperidad real debe mucho a la cultura y al intelecto

Los esquemas mentales que sustentan a los fanatismos, sea el marxismo o el fundamentalismo islámico, se convierten en agujeros negros que todo tragan y de donde ninguna luz logra escapar.

La gente escribe, pinta, esculpe, compone o rechaza, pero de inmediato es sometida a los censores, al examen del Gran Mufti (máximo intérprete de la ley islámica), a los grupos que velan por la pureza de la conducta, al “guía espiritual”, como Omar el Tuerto, de los talibanes, o los comités de defensa de la revolución en Cuba.

En los inicios de este Diario era menester llevar “pruebas de galera”, los contenidos de la edición del día siguiente, al censor de la dictadura…

La defensa de esa “nueva cultura”, la que en ocasiones declara su pretensión de imponer el candidato comunista en esta tierra, va a lo mismo: suprimir todo aquello que contradiga, se burle, o sea contrario a la suprema sabiduría de los déspotas, como ya lo hace Correa en Ecuador lo que reviviría, en nuestro tiempo, las prácticas de los inquisidores.

Pero no hay sociedad próspera sometida a dictaduras culturales o religiosas. Más bien el bienestar de los pueblos está en relación directa con su libertad cultural y su apego a la moral y al Orden de Derecho.

Existen teocracias inmensamente ricas gracias a sus reservas minerales o petroleras, pero no por obra de la creatividad y la labor de sus pobladores. Y una vez que los mercados encuentran alternativas, el castillo se derrumba…