La amenaza es criminales sueltos, pero sin brazaletes

Cárceles y brazaletes son las manifestaciones de un deterioro moral, institucional y humano de graves dimensiones, lo que se comenzó a gestar desde finales de los años Sesenta

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elsalvador.com

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2013-08-26 6:00:00

En las “redes sociales” priva el escepticismo sobre el uso de brazaletes electrónicos para vigilar a reos que han entrado en la fase de confianza o que no representan peligro para nadie, pero que puede desviarse para liberar individuos peligrosos con buenos conectes, idea sustentada por aquello de “conociendo lo que son los zurdos…”

A esto se suma el riesgo de que los brazaletes no se compren a los fabricantes con mayor experiencia y mejores garantías, sino a los que venden camioncitos chatarra y medidores de agua, o vayan a contratarse con “brazaletes samba do Brasil” o similares.

No hay dinero para los brazaletes, se dice, pero una opción es que sean los mismos reos quienes los compren y sufraguen el gasto de instalarlos, ya que a ellos los beneficia como se beneficia el sistema carcelario al contar con mayor espacio para los criminales.

Los brazaletes funcionan pues es casi imposible quitárselos sin disparar alertas. Además los brazaletes fijan el tamaño y ubicación de las áreas donde pueden moverse los vigilados; cuando salen de ellas hay aviso inmediato, dada la creciente precisión de los sistemas GPS capaces, entre otras cosas, de determinar la ubicación de un aparato electrónico robado.

Muchos padres de familia usan teléfonos equipados con GPS para controlar adónde van sus hijos, así como hay cónyuges que, en tal manera, siguen los pasos de sus parejas. Los GPS también ayudan a evitar que transportistas o choferes incumplan órdenes, como la mayoría de nuestros lectores lo sabe muy bien.

En Estados Unidos, sobre todo con gente convicta de violaciones o delitos similares, parte de la vigilancia la ejercen los mismos vecinos, a quienes se informa dónde viven y lo que hacen individuos que constituyen amenaza grave para niños, mujeres y personas que viven solas.

En cualquier caso, los culpables de asesinatos, secuestros, matanzas, destrucción masiva de propiedades, cabecillas de bandas criminales y sujetos de alta peligrosidad, a menos que estén amnistiados, no pueden gozar de tales privilegios, pues el sicópata, sicópata sigue hasta que el Señor libera a la Tierra de la presencia del criminal.

Hay que corregir las causas,

no ir tras los síntomas

Los escépticos deben, a su vez, ponderar la propuesta, pensando en que es mayor el número de los criminales que los jueces prevaricadores liberan “por falta de pruebas”, aunque les hayan encontrado ropas ensangrentadas de las víctimas y cuchillos homicidas, que los reos candidatos a usar los brazaletes. Como los escándalos que se producen alrededor de palizas a adúlteras, la aplicación de la justicia en los trópicos es siempre errática, se presta para abusos y, en igual forma que hay descuartizadores libres, también muchos inocentes están encarcelados.

El verdadero problema, sin embargo, no es el hacinamiento en las cárceles, los brazaletes, la reincidencia, etc., sino la falta de políticas y estrategias efectivas para detener el auge delincuencial que amenaza con tragarse no sólo a nuestro victimizado país, sino también a toda la región.

Cárceles y brazaletes son las manifestaciones de un deterioro moral, institucional y humano de graves dimensiones, lo que se comenzó a gestar desde finales de los años Sesenta.

Si hasta hace medio siglo El Salvador era un país seguro y pacífico, lo que toca a todos es recomponer y rescatar lo perdido, remoralizar, fortalecer las comunidades para que puedan ellas mismas protegerse, ayudar a nuestros niños y jóvenes a crecer en mejores condiciones, superar las prédicas del resentimiento.