Ganar elecciones no significa obtener un cheque en blanco

Una de las consecuencias de la agitación y los extremismos es que sectores vitales de la economía egipcia, como el turismo, se han paralizado, así como la inversión en casi todos los campos

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Publicación de EDH Deportes sobre la justicia en el fútbol. Imagen EDH.

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2013-07-10 2:02:00

Una vez que asumió el poder después de ganar las elecciones generales, las primeras en la historia de Egipto, el ahora derrocado Morsi comenzó a desmantelar la incipiente democracia para imponer una teocracia islámica. Morsi se apoyaba en la Hermandad Musulmana y en las corrientes más retrógradas del país, con lo que pretendía echar atrás los débiles adelantos logrados en cuanto a libertades públicas, tolerancia y liberación de la mujer.

Morsi es uno de los tantos especímenes de la fauna política que triunfan en elecciones enarbolando una bandera de engaño a las masas, para luego montar una dictadura. Lo hizo Hitler en Alemania, en 1930, como Chávez en Venezuela, Ortega (cuya hijastra volvió a acusarlo por violación) en Nicaragua, Correa en Ecuador y Evo, el indígena, en Bolivia.

Las prioridades de Morsi no eran levantar la economía, recuperar la confianza en el país y superar antagonismos entre sectores y clases, sino montar un Estado islámico, pasando por encima del Orden de Derecho para imponer la Sharia. Con ello se anula el laicismo para que la totalidad del quehacer público y privado se rija de acuerdo con los dictados del Corán.

Como era de esperarse, los regímenes africanos y los estados musulmanes han condenado “el golpe”, sobre todo porque todos tienen pies de barro, son dictaduras oscurantistas, corruptocracias. Con la condena se cuidan las espaldas.

En esos países, pese a sus votaciones, los elegidos asumen que los mandatos que reciben son un cheque en blanco, una patente de corsario para hacer lo que les venga en gana.

Una vez elegido, Chávez inició el saqueo de Venezuela, como Hitler la persecución de los judíos y agresiones a otros pueblos.

¿Puede el Medio Oriente sobrevivir sus fanatismos?

El derrocamiento de Mubarak se originó, en parte, por el general rechazo al clientelismo —favorecer a los allegados, como aquí en nuestro país—, a las medidas de fuerza, la persecución de disidentes y la maltrecha economía que, prácticamente, deja en un vacío a las nuevas generaciones.

Como sucede en nuestra tierra, en la que el régimen, engendro de los comunistas y sus aliados, está destruyendo el futuro de todos. Los jóvenes de hoy, inclusive los niños por nacer en los venideros tiempos, van a heredar un país empobrecido, endeudado, desprestigiado y envilecido por los odios y la criminalidad.

El ejército ordenó la captura de los cabecillas de la Hermandad Musulmana para perseguir las redes de agitadores y encaminar la pacificación. Pero no es fácil, ya que los fanatismos que mueven ese mundo son desbordantes, como lo demuestra el hecho de que la mayoría de actos terroristas en el mundo son perpetrados por enloquecidos con raíces en Irán o las sectas fundamentalistas islámicas. Son grupos que creen recibir directamente de Dios su misión de destruir a Occidente y exterminar “a los infieles”.

Una de las consecuencias de la agitación y los extremismos es que sectores vitales de la economía egipcia, como el turismo, se han paralizado, así como la inversión en casi todos los campos.

Nadie quiere ir a los templos de Luxor o visitar las pirámides si corre el riesgo de que exaltados lo ametrallen o den fuego a su fábrica. Además recorrer El Cairo, una hermosa metrópolis que en el verano es un infierno, presenta siempre el riesgo de quedar en medio de facciones que se agreden unas a otras.