Sin sentido del humor, sin tolerancia a otras ideas…

La burla y la sátira son una de las mayores glorias de la Civilización Occidental. Se da en Shakespeare, fue lo esencial de Moliere y de los autores españoles del Siglo de Oro.

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Foto EDH / Insy Mendoza

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2013-03-31 6:00:00

Un cirujano de corazón convertido en una estrella de la sátira en Egipto, Basem Yusef, está bajo orden de arresto por “insultar al presidente Mohammed Mursi, denigrar al Islam y difundir faltas noticias”, un paso más del país hacia las cavernas.

Hay que partir de una realidad: ningún movimiento fanático, fundamentalista, totalitario o dictatorial tiene sentido del humor y sabe diferenciar entre lo que son sátiras, sarcasmo, ironía, humor y dardos del lenguaje, de lo que es oposición seria y pensante a una banda en el poder.

En Cuba, en la despanchurrada Unión Soviética, en Arabia Saudí, bajo los talibanes o inclusive en el área de Chalatenango durante “el conflicto”, un chiste podía llevar a una persona a la muerte o a penas de cárcel de veinte y treinta años. Muchos hemos conocido cubanos que pasaron veinte y más años por un comentario sarcástico hecho a los barbudos.

Y eso es lo que amenaza a Yusef en un país que está cayendo en poder de la Hermandad Musulmana, secta de enloquecidos que se creen en posesión de la verdad y, más todavía que en posesión de la verdad, en contacto directo con lo que piensa, quiere y exige Alá.

Yusef es uno más en los casos de exaltación provocados por un libro (el de Salman Rushdie), unas caricaturas en Francia o las tonterías de un predicador en Alabama. A raíz de esas burlas sin sustancia, decenas de personas inocentes han sido asesinadas.

También, en una época, “los talibanes éramos nosotros”, y Torquemada y sus émulos llegaron a quemar viva a gente que se atrevió a pensar por su cuenta, como Giordano Bruno en Roma y Miguel Servet en Ginebra. Pero a Dios gracias y empezando con Rabelais, con Boccacio y los “Cuentos de Canterbury”, comenzaron las burlas a solemnes figuras de las iglesias establecidas, al punto que Miguel Ángel en su monumental fresco de la Capilla Sixtina pone en el infierno a uno de los cardenales que le criticaban.

Con Cándido, Voltaire abre las compuertas al torrente

La burla y la sátira son una de las mayores glorias de la Civilización Occidental. Se da en Shakespeare, fue lo esencial de Moliere y de los autores españoles del Siglo de Oro. Hubo un obispo que mandó a clavar de la lengua a un clérigo burlón, pero a medida que tomaban forma las ciudades y dependían menos del poder central fue siendo más difícil condenar a lo que toda la gente veía como una señal del humor o de la ironía… De la ironía que Sócrates inició en Atenas quinientos años antes de Cristo.

Ya para el siglo XVIII era imposible detener el creciente alud de burlas y sarcasmo que fue inundando Francia e Inglaterra y, de allí, influenciar al resto de Europa.

Pensamos que quien dinamitó el dique y dio paso al torrente fue Voltaire con su Cándido, obra que recomendamos a nuestros lectores a quienes les resulta inaguantable el ceño y los malos gestos de los que no tienen sentido del humor. Cándido, en uno de sus pasajes, se burla por llamar “auto de fe” a quemar viva a una pobre persona por acusaciones sin sentido.

Esto es precisamente lo que está ocurriendo en el Medio Oriente: muchos musulmanes se creen intérpretes de la voluntad de Dios “y con licencia para matar”.