Palabras y significados

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Miguel Ángel Palacios Arias, de 43 años de edad, fue asesinado a balazos la noche del sábado 12 de mayo, cuando se dirigía sobre la calle principal del cantón El Paraíso de San Sebastián, San Vicente. Foto/ Josué Parada

Por Cristina López

2018-05-14 5:02:56

Quizás como a los activos materiales, a las palabras también las va devaluado el tiempo, mutando su significado de maneras que distintas generaciones dicen cosas distintas a pesar de usar las mismas palabras. Quizás son los tiempos ajolotados que vivimos, en los que nadie tiene tiempo para nada y evitar compromisos es una manera de supervivencia. De cualquier manera, el caso es que la distancia entre lo que la gente piensa realmente (y en consecuencia hace) y lo que la gente dice en público cada día se va volviendo más grande, y las implicaciones democráticas y políticas del asunto no son menores.

Menciono lo del compromiso porque la palabra compromete. Para bien o para mal, se es esclavo de lo que se dice y el prospecto de dar cuentas de la palabra irresponsable lo vuelve a uno cauteloso, que no es malo. No me refiero, cuando hablo de la distancia entre lo dicho y lo pensado o hecho, al imaginario yugo que según muchos implica la famosa “corrección política”, que no es más que el consenso sobre lo que tratar a todas las personas con respeto significa en estos tiempos. Que este consenso resulte en el resentimiento de muchos por no poder soltar expletivos prejuiciados en contra de aquellos a quienes miran con sospecha, no convierte a la corrección política en censura.

No, el crecimiento preocupante de la distancia entre lo que se dice y lo que se piensa o hace verdaderamente es lo que vemos casi ya a modo de tradición nacional cada vez que toma posesión una nueva Asamblea legislativa. Quienes han mantenido por años una curul en el Salón Azul prometen para ganar la reelección que se enfrentarán a la corrupción interna que por tanto tiempo amenaza con podrir del todo al Órgano Legislativo. No aclaran qué es lo que los ha detenido de combatir la corrupción en el tiempo que ya han estado ahí, pero nos creemos las palabras, sobre todo las que implican cambio o las que suenan a austeridad, hartos y cansados como estamos de financiarle la seguridad, los bonos, los asesores, los teléfonos, las oenegés y los carros a la casi docena de “directivos” en un organismo que parece sin dirección.

Y, sin embargo, el comienzo de un nuevo período legislativo parece, a pesar de las promesas de cambio que le dieron la reelección a algunos o el puesto de diputados a otros, un copy-paste del período anterior. Si bien es positivo que el nuevo presidente, Norman Quijano, esté prometiendo cortar costos superfluos como banquetes innecesarios, las promesas de cambio que ofrecieron sus correligionarios tricolor no se están traduciendo en acción. No dice mucho del compromiso por batallar contra la corrupción el haber electo como jefe de fracción a una persona con una investigación de probidad en su contra, y dice menos del slogan arenero de “primero El Salvador, segundo El Salvador, tercero El Salvador” el que decidan que mejor es poner “primero la Asamblea y sus diputados” con el anuncio de la construcción de un nuevo edificio. Mientras tanto, hospitales públicos como el Rosales se caen sobre sus sufridos pacientes, y el sacrificado personal médico que los atiende hace milagros estirando los escasos recursos que les proporcionan nuestras autoridades.

¿Será que el problema somos nosotros, los ingenuos electores asignando demasiado significado a palabras que querían decir menos? ¿O es que por sobreuso, las promesas políticas han sido devaluadas por completo? De cualquier manera, con las elecciones presidenciales a la vista, el reto para el electorado no es menor: de nosotros depende hacer a esos candidatos esclavos de sus palabras.

Lic. en Derecho de ESEN
con maestría en Políticas Públicas
de Georgetown University.
Columnista de El Diario de Hoy.
@crislopezg