Óscar Romero: un santo para todos

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Un jefe policial no permitió que los periodistas entraran a la diligencia, a pesar que juez sí lo había autorizado. Foto/Menly Cortez

Por Mario González

2018-03-23 9:16:39

Monseñor Óscar Arnulfo Romero subirá pronto a los altares, al convertirse en un santo de la Iglesia Universal.

Se acabó la fiesta de la extrema izquierda de manipular su imagen para la lucha armada, o de los democristianos que lo usaron en cada campaña electoral en los años 80 o de los izquierdosos neoligárquicos, los oportunistas y charlatanes que invocan su intercesión mientras se enriquecen hipócritamente.

Y lo dice alguien con conocimiento de causa, a quien no pueden engañar con rostros compungidos y poses místicas: monseñor Romero nunca fue el violento y auspiciador de la lucha armada contra los ricos, como lo han querido perfilar. Lo dice alguien que conoció a monseñor Romero, el que le exigía a los gobernantes militares que no mantuvieran reos políticos, pero que también demandaba a los grupos guerrilleros y sus masas que ya no siguieran secuestrando ni matando a empresarios ni tomándose templos y dejándolos hechos una porquería.

En mi mente están grabadas las homilías del prelado a través de la YSAX o de su programa Sentir con la Iglesia, su austera vida y su cercanía con los pacientes del Hospital de la Divina Providencia. Sus denuncias y reproches siempre fueron contra todos los que incurrieran en el pecado social, fueran la derecha o la izquierda o los que se decían del centro. Aunque manifestaba la “opción preferencial por los pobres”, no era un convencido de la llamada “iglesia popular” que quiso torcer el Evangelio a conveniencia de los regímenes y las guerrillas de izquierda radical que invocaban a un Cristo violento y sicópata.

De hecho, estoy seguro de que si no lo hubieran matado, monseñor Romero hubiera seguido denunciando la injusticia de quienes detentaban el poder entonces, como fue la junta cívico militar del 80, pero también hubiera condenado tanto las atrocidades y violaciones a los derechos humanos que cometió el Ejército en la guerra, como las que cometió la guerrilla y que, por más que quieran negar, no pueden ocultar.

Estoy seguro de que, si estuviera aquí con nosotros, monseñor Romero hubiera protestado por la corrupción y desaciertos tanto de los previos gobiernos como del presente, entre ellos los 22 nuevos impuestos creados en esta gestión, los madrugones oficialistas en la Asamblea, el nuevo impuesto a las telecomunicaciones, los ataques contra la Sala de lo Constitucional y los repetidos intentos de robo de los ahorros de las pensiones de los trabajadores.

Con toda seguridad, el Obispo Mártir hubiera elevado su voz contra las intenciones de diputados oficialistas de legalizar el aborto en el país. Ni lo duden. Así que es un signo de hipocresía venerar al santo y ponerle su nombre a cuanto lugar pueden, pero promover el aborto y justificar la corrupción y la impunidad y encubrir a los corruptos. Además habría protestado por la muerte de decenas de miles de salvadoreños para que ahora unos pocos salgan aprovechándose de ese sacrificio y vivan como jeques archimillonarios.

Y no es que monseñor Romero se hubiera “derechizado”, sino que su coherencia evangélica lo habría llevado a tener que pronunciarse así y, sobre todo, porque son hechos que golpean a los salvadoreños, sobre todo a los más pobres. Él no hubiera sido el obispo que bendijera un régimen promotor del odio y el resentimiento y con vocación dictatorial, que pretende cubrirse bajo su sotana y cuyo lema es “les guste o no les guste”.

Es repulsivo utilizar la memoria de un muerto, pero lo es todavía más estar invocando a un santo y mártir para afectar al enemigo político y sacarle réditos, así como escribir artículos y medias verdades sobre su muerte y quienes lo perpetraron, solo para distraer a los salvadoreños o convencerlos de votar o no votar por alguien. Eso con toda seguridad se les hubiera reclamado.

No, señores. Romero es un santo universal, por todos y para todos, hombres y mujeres, santos y pecadores, ricos y pobres, a la muy manera de Cristo. Y ya no podrán jugar con su memoria ni hacer fiesta con su legado pastoral, “les guste o no les guste”.

Periodista