Polarización, reduccionismo y superficialidad

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Por Carlos Mayora Re

2018-03-23 9:01:08

La democracia no está para suprimir los conflictos que surgen en la sociedad por intereses encontrados, sino para gestionarlos. Por eso es que, si bien no es perfecto, es el mejor sistema político que podemos conseguir.

Es inevitable que en un grupo humano haya personas que piensen de modo diferente, como también es ineludible que creamos que nuestro modo de ver la realidad es el mejor, y nuestras soluciones las más eficaces. Sin embargo… quienes tienen puntos de vista opuestos a los nuestros, piensan igual: están convencidos de que tienen la solución y que los demás estamos equivocados.

Si todos “pensáramos” igual sería por dos razones: por haber perdido la capacidad de razonar o porque se habría instalado una cultura que impone una manera oficial de ver las cosas.

Por definición —libertad mediante— es casi imposible que nos pongamos de acuerdo, excepto en que nos tenemos que poner de acuerdo en la mejor manera de manejar nuestros desacuerdos.

Después de diversas configuraciones sociales y políticas a lo largo de la historia, desde aquellas en que todo el poder se concentraba en un individuo y su descendencia, aristocracias, repúblicas, teocracias y hasta experimentos socialistas de derecha y de izquierda, se terminó por decantar lo que ahora se conoce como democracia.

Nuestro país no ha sido excepción: hemos pasado por caudillismos, dictaduras, democracias más o menos endebles o de fachada, etc.; y si bien desde la Constitución de 1983 hemos tenido elecciones con regularidad, aún nos queda mucho que aprender sobre la democracia y el espíritu que la fundamenta.

Es evidente que nuestra sociedad está políticamente polarizada. Sin embargo, sostengo que no tenemos dos polos, sino hasta cuatro: los que apoyan el pensamiento político que defiende las libertades de las personas, los que se agregan a la mentalidad que pone la sociedad por encima del individuo, los apáticos que simple y sencillamente no les interesa quién tiene el poder, y los vividores de la política, que solo creen en su propio beneficio.

Una polarización que será prácticamente imposible de superar mientras sigamos pensando que quien tiene encomendado el poder por la mayoría de los votos, debe gobernar como si los que piensan diferente no existieran.

Para superarla es necesario que en la Asamblea Legislativa estén encarnadas todas las tendencias mayoritarias de pensamiento, que el Poder Ejecutivo no se considere a sí mismo ni absoluto ni eterno y que el aparato judicial sea auténticamente independiente. Es decir, que tengamos un sistema republicano no solo de derecho, sino también de hecho.

Mientras haya grupos convencidos de que los que piensan diferente son sus enemigos, traidores a la patria, merecedores no solo de desprecio sino de muerte social, subsistirá la polarización. Si seguimos pensando que lo que se necesita es un modelo autoritario, liderazgos basados en las personas y no en las ideas y que las soluciones a los problemas provienen de ideologías probadamente fracasadas, jamás habrá auténtica democracia.

Pensar diferente en materia política no es ser traidor ni tonto ni vendido ni resentido; es, simplemente, pensar.

Pensamos diferente porque somos libres; y precisamente por no comprender y/o temer la libertad es que durante años hemos votado por presidentes y líderes soportados por partidos políticos cuya fortaleza se encontraba en la polarización: sustentados en masas manipuladas que cantaban a voz en grito que el país sería la tumba de sus enemigos, o que el pueblo unido jamás sería vencido.

A la hora de pensar en candidatos para 2019, es imprescindible tener en cuenta que el futuro debe ser para quien sepa incluir, oír las ideas de los demás, apostar por la libertad y no por la supresión del que piensa diferente. La polarización, está demostrado, ha sido muy útil para ganar elecciones, pero igualmente eficaz para arruinar al país.

Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare