Voces traicioneras

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Los norteños del Chalatenango sacaron la primera victoria del Clausura 2018 / Foto Por EDH - Franklin Ponce

Por René Fortín Magaña

2018-03-23 8:50:17

El mar Mediterráneo estaba en calma. Pero al escuchar a lo lejos el melifluo canto de las sirenas, Ulises (Odiseo) tomó entre sus manos la cuerda más resistente de su barcaza y se anudó al mástil de la nave para no sucumbir ante el hechizo de aquellas voces traicioneras. Por algo era él, según los intérpretes de la inspiración homérica, “el símbolo de la capacidad del hombre para superar por medio de la inteligencia las adversidades del destino”. Venciendo mil peligros, Ulises pudo, por fin, llegar a Itaca, su patria, donde lo esperaba con el corazón ardiente la paciente Penélope, ícono de la fidelidad conyugal.

La alegoría del canto de las sirenas ha traspasado los siglos y sigue siendo tan aleccionadora hoy como lo fue desde la primera divulgación de La Odisea. Su sentido es claro: los fascinantes atractivos que se presentan en el camino pueden torcer la hoja de ruta de los hombres y de los pueblos; pueden cambiar el rumbo de la brújula existencial, mutando el predeterminado destino donde brilla el sol por las umbrías cavernas de la perdición.

Las sirenas son proteicas, es decir que adoptan muchas formas para manifestarse, y son ubicuas, porque pueden estar en varios puntos al mismo tiempo. No olvidemos, a propósito que, según afirman los juglares, el príncipe de las tinieblas puede presentarse como un mendigo o vistiendo el más glamoroso traje de luces.

En el terreno político, el canto de las sirenas entona su ya socorrido estribillo, formado de falsedades y medias verdades: todo está mal en el país: la Constitución es obsoleta; la clase política está podrida; las instituciones son caducas; los partidos políticos son fuente de corrupción; la democracia representativa es una farsa; los medios de comunicación son instrumentos de dominación de la oligarquía; la calamitosa situación del país, en fin, es culpa de la clase dominante. Sobre el contenido de las leyes, afirman, debe estar la voluntad luminosa de un líder, un caudillo, un adalid, un redentor que ponga las cosas en su puesto y aplique directamente la verdadera voluntad nacional tomando en cuenta que las nuevas ideas son invencibles y capaces de conducir al pueblo hacia la auténtica soberanía, la autarquía, la igualdad social y la gloria.

¡Ah, los cantos de las sirenas! Aceptamos que muchas de sus críticas son válidas, pero la solución no está en llevar al poder a un comandante o a un iluminado surgido de repente de las sombras. Y, mucho menos, entregar el mando a los populistas, a los dictadores y a los tiranos en ciernes porque, a fin de cuentas, sus dulces cantos no hacen más que lacerar sin contemplaciones a todo un pueblo —como ocurre en Venezuela— fraterna nación que sucumbió ante la ponzoña del canto traicionero, y hoy sus habitantes, hundidos en la miseria y amenazados por el calabozo, emigran por cientos, por miles, por millones huyendo del infierno en que se ha convertido su patria.

Pues bien, para salir de la difícil situación en que nos encontramos no necesitamos ningún adalid, ningún profeta, ningún líder esclarecido, ningún caudillo, ningún comandante, ningún superhombre. Lo que sí nos corresponde es fortalecer nuestras instituciones. Ese es nuestro mástil frente a las falsas promesas de los demagogos, y a él tenemos que aferrarnos como lo hizo Ulises, para mejorar nuestra incipiente democracia y vivir a plenitud el Estado de Derecho. En otras palabras, vivir el gobierno de las leyes que es siempre superior al gobierno de los hombres.

Para ello, debemos comenzar por el principio: urge democratizar los partidos políticos como lo ordena el artículo 85 inciso 2° de la Constitución, que dice: “Las normas organización y funcionamiento —de los partidos políticos— se sujetarán a los principios de la democracia representativa”; se debe fortalecer la contraloría de la República para que nadie goce de finiquitos express; urge mantener a toda costa la independencia del Órgano Judicial y, en especial de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, que ha juzgado un papel histórico; es necesario incrementar los presupuestos de salud, de educación y de seguridad; y sobre todo, es fundamental ponerle oídos atentos a los clamores del pueblo que, por fortuna, se encuentra ya muy organizado y consiente del poderío de la sociedad civil.

¡Alerta jóvenes de nuestra patria! Se oyen cantos de sirenas en el horizonte y es imperativo seguir el ejemplo de Ulises si no queremos correr el triste destino de otros pueblos. No son las nuevas ideas las invencibles sino las buenas ideas: las ideas–fuerza, los grandes principios morales que han movido al mundo, que son intemporales, que responden al bien común y al interés general, y que han abanderado el innegable progreso de la civilización, siguen siendo la legítima hoja de ruta de nuestro pueblo.

Abogado, exmagistrado de la Corte
Suprema de Justicia, columnista
de El Diario de Hoy.