Más que un voto

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Como lava hirviendo sale el hierro fundido de los hornos en la Metalúrgica Sarti. Foto EDH: Jessica Orellana

Por Carlos Mayora Re*

2018-02-23 9:01:54

Ser parte del sistema, o identificarse como antisistema –políticamente hablando– va mucho más allá de la simpleza de votar o no votar. La disyuntiva no es abstenerse de votar o ejercer el sufragio. El dilema es, más bien, pensar o pensar, dejar o no que otros decidan por nosotros y apuntarnos irreflexivamente a la corriente de los que promueven la abstención (que son pocos pero gritan mucho).

El papel de los medios de comunicación –más aún en tiempo electorales– es vital para la democracia representativa: sin información es casi imposible reflexionar, solo con propaganda se mueven el hígado o el corazón, pero raramente el cerebro…

La relación entre publicidad y la popularidad de un postulante es mucho más que un asunto de mera imagen. La campaña política desarrollada en los medios de comunicación, debería tener tres propósitos: dar a conocer a los candidatos (sé que X es candidato del partido Y); proporcionar elementos para el juicio de los electores (me parece que X es un buen candidato, pues podría desenvolverse bien si gana las elecciones); y la inducción de un comportamiento determinado (voy a votar por Fulano). De allí la relevancia del trabajo de los medios de comunicación: influyen, y mucho, en esos tres niveles de conocimiento, juicio y comportamiento de los ciudadanos.

Los medios intervienen decisivamente, también, en lo que se conoce como establecimiento de una agenda política: deciden qué problemas ciudadanos tratar y cómo encararlos. A su vez, el público tiene unas prioridades en los problemas que desearía que los políticos solucionaran, una agenda pública. Entonces, el éxito de los medios de comunicación para colaborar en la campaña política será el acierto al establecer la agenda de los problemas que deben ser solucionados, e identificarlos con los que el público considera como prioritarios.

No se trata de que todos los medios aborden los mismos asuntos ni desde igual perspectiva, sino de que haya tal pluralidad de tendencias, líneas editoriales, tribunas de opinión, profesionalidad, etc., que del conjunto de información, los ciudadanos puedan hacerse una idea lo más adecuada posible de la relación entre agenda política y agenda pública en general, y de las capacidades, propuestas y experiencia de los candidatos en particular.

Veamos un ejemplo: si los medios de comunicación identifican que la maraña de leyes con que cuenta el país es un problema real, pues paraliza la iniciativa privada, fomenta la economía paralela, es caldo de cultivo para la corrupción, etc., y el público coincide en esa apreciación, todas las noticias que se refieran a ello tendrán eco en los ciudadanos.

De modo que los candidatos podrán identificar fácilmente que si ponen como prioridad la depuración, organización y optimización del aparato legal del Estado, habrán escogido uno de los puntos que está entre las prioridades de la gente: porque es un problema real, cuya solución está al alcance de los políticos, y porque quienes lo padecen (una mayoría de los ciudadanos) lo consideran verdaderamente como problema.

Entonces, en teoría, quien presente soluciones razonables y eficaces a problemas reales, será quien conquiste la simpatía de los electores.

Sin embargo, el papel de los medios también puede ser contraproducente: porque, por ineficacia o intereses creados, callen problemas reales de los ciudadanos; den demasiado peso a un problema específico en detrimento de otros más importantes; creen “problemas” en favor o desfavor de un candidato determinado; confundan propaganda (pagada) con información; y todas sus combinaciones.

Por eso es que, además de la mera divulgación, los periodistas, empresarios de medios de comunicación, la gente en general (que decide cuál medio consumir y cuál no) y los usuarios de redes sociales, somos protagonistas políticos más allá, bastante más allá, de la emisión del voto.

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare