El terremoto del que nadie habla

Siempre debemos estar preparados física y espiritualmente para enfrentar las tragedias y ayudar a nuestros hermanos. Estas pruebas no deben derribarnos, sino fortalecernos como personas y como hermanos.

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Irina Shayk posa como vaquera en el próximo número de la revista Sports Ilustrated

Por Mario González*

2017-06-24 6:35:53

La madrugada del 19 de junio de 1982, El Salvador fue sacudido por un terremoto del que poca gente habla ahora o no recuerda.

Será porque no hubo víctimas o porque los daños fueron menores, pero la fecha pasa inadvertida, como quizá ocurra con el terremoto del jueves por la mañana y la racha de sismos de la Semana Santa pasada.
Lo cierto es que un país aquejado por la guerra —apenas en el segundo de los 12 años que duró— fue despertado ese sábado por el violento sismo que tuvo varias réplicas a lo largo de ese día.

Era la época en que estaba de moda “Quiéreme tal como soy” y “Ruta 101”, de Herb Alpert, así como “Do I do”, de Stevie Wonder, y el “Ojo del Tigre”, de Survivor.

Pero ese fin de semana no hubo fiestas con música disco o salsa, porque se temía una réplica más fuerte. Por lo mismo, no hubo afluencia a los cines a ver los éxitos taquilleros de entonces como el ET, Rambo o Gandhi.

Tampoco hubo balaceras en las colonias ni partes militares de muertos en enfrentamientos. La guerra cedió paso a la emergencia sísmica.

Quizá ese terremoto sería el presagio de una tragedia que conmovería a los salvadoreños otro día 19, pero de septiembre de ese mismo año: una correntada de lodo, árboles y piedras originada en el Picacho del volcán de San Salvador luego de cuatro días de temporal sepultó de madrugada la colonia Montebello y otras comunidades vecinas, dejando cerca de 500 muertos y decenas de desaparecidos. Unas 200 casas quedaron bajo los escombros y el barro.

Solo nos recordó el fatídico huracán Fifí, que golpeó a Centroamérica el 18 de septiembre de 1974 y causó el desbordamiento de ríos, inundaciones en pueblos y zonas marginales, muertos y desaparecidos, especialmente en Honduras. Fueron cuatro días de intensa lluvia, un diluvio completo.

Probablemente el sismo de 1982 fue el mal presagio de otro terremoto que devastaría a San Salvador y sus barrios más tradicionales del sur, como San Jacinto y Santa Anita, el 10 de octubre de 1986.

Este tuvo una magnitud de 6.5 grados y se produjo casi al mediodía de ese viernes, haciendo que grandes edificios de la ciudad se hundieran o se derrumbaran, como el Gran Hotel San Salvador o el emblemático Rubén Darío, frente al parque Hula Hula.
Se calcula que hubo 1,500 muertos y 200,000 damnificados.

El Salvador no había sufrido terremotos desde el fatídico 3 de mayo de 1965, otro cataclismo del que pocos hablan pero muchos recuerdan. Sucedido a las 4:01 a.m. y de 6.5° Richter, dejó 110 muertos, 500 heridos y 50,000 damnificados, según las cifras oficiales.

Desde entonces, los salvadoreños solo habíamos sido espectadores de tragedias como el terremoto que destruyó a Managua en 1972 y el que azotó a Guatemala en 1976.

Ambos remecieron al territorio salvadoreño, pero no causaron estragos.

Hace una semanas también conmemoramos la erupción del volcán de San Salvador, el coloso a los pies del cual residimos, ocurrida en 1917.

Mucha gente tiene la creencia de que viene un cataclismo 15 años después de haber sucedido el último, debido a la acumulación de energía.

Cierto o falso lo anterior, creo que siempre debemos estar preparados física y espiritualmente para enfrentar las tragedias y ayudar a nuestros hermanos.

Estas pruebas no deben derribarnos, sino fortalecernos como personas y como hermanos. En cada una de estas tragedias que hemos mencionado ha surgido el espíritu humanitario de los salvadoreños, siempre desprendidos, siempre solidarios.

*Editor Subjefe de El Diario de Hoy.