La nobleza es cosa de cuna

Los Flores nunca podrán ser doblegados, pues la infamia de muchos ha servido como crisol del que salió reluciente la paz interior que transmiten a quienes tienen la suerte de tenerlos cerca.

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Por Héctor Elías Menjívar*

2017-06-23 7:49:48

Para ser honesto, cuando vi los encabezados que hablaban de la intervención de las propiedades de la familia del presidente Francisco Flores, no quise seguir leyendo. Ese sordo sentimiento de indignación que suele darse ante las reiteradas injusticias me embargó de nuevo. Casi de igual manera que cuando escuché a Mauricio Funes escupiendo odio contra el ahora extinto Paco Flores y su familia.

Pensé en escribir unas líneas cargadas de enojo contra un sistema judicial que se disfraza de dignidad cuando busca ofrecer a las masas la catarsis del rencor y la envidia a través del sacrificio de algunos desafortunados que caen en sus manos.

Pensé también en despotricar con sarcasmos e ironías contra una sociedad que clama por venganza y no por justicia e, incluso, pasó como ráfaga por mi mente el retomar la cobardía y bajeza del mezquino prófugo que sigue devorando nuestros impuestos desde la jaula de oro que le ha proporcionado Nicaragua.

Cruzaron por mi memoria las hipócritas condolencias de algunos “amigos de la familia” que después de abandonarlo a su suerte, clamaron indignados por la muerte de un hombre que demostró estar muy por encima de ellos, así como toda la vil ponzoña que vertieron los más abyectos e indignos seres que ha parido la tierra salvadoreña ante el aún insepulto cadáver de Francisco Flores Pérez.

Pero desperdiciar tinta en ellos habría sido contribuir al juego del odio y el rencor, de la mentira y la cobardía en el que son expertos y no pretendo darles ese gusto. Por el contrario, dejé volar mis sentimientos al instante en que el destino me procuró el inmenso honor de conocer a una menuda mujer de mirada vivaz y penetrante, verdades profundas y rostro sereno de nombre Lourdes.

No recuerdo muy bien los detalles de la charla en la que ella expuso, con la dignidad única de quienes han sufrido mucho, la precaria situación de salud del Presidente Flores, porque estaba absorto tratando de entender cómo podía haber tanta paz en el alma de alguien a quien se le asesinó a su padre y al que se le estaba arrebatando a su compañero, amigo y esposo. Por otro lado, sí recuerdo muy bien el cariño y dulzura que envolvía cada frase con la que hablaba de su esposo, porque me hizo darme cuenta de la plenitud de la vida compartida y de la comunión de los ideales que les unieron.

Creo sinceramente que nunca llegaré a entender cómo un ser humano que ha sido blanco de tanto odio y violencia pueda mantener la diáfana mirada que vi en los ojos de Doña Lourdes de Flores la tarde en que la conocí.

Dejo a los doctos y letrados la tarea de dilucidar la legalidad del despojo con el que ahora se castiga a Doña Lourdes y sus hijos y a los más turbios y sombríos la de pretender hacer, aún más, leña del árbol caído en la conciencia plena de que, como personas y como familia, los Flores nunca podrán ser doblegados, pues la infamia de muchos ha servido como crisol del que salió reluciente la paz interior que transmiten a quienes tienen la suerte de tenerlos cerca.

El Salvador seguirá viendo surgir personajes desnaturalizados, carentes de principios y valores de los que la historia dará buena cuenta relegándolos al olvido, al exilio o a la cárcel. Seguiremos viendo vileza y contemplando iniquidades, seguirá habiendo odio, rencor, resentimiento y envidia que seguramente se convertirá en escarnio para muchos inocentes, pero mientras haya personas como Doña Lourdes de Flores la fibra moral de los que nos llamamos salvadoreños estará a salvo.

Creo, finalmente, que lo más doloroso para aquellos que, como vulgares delincuentes, arrebataron la vida del Presidente Flores Pérez y para los que ahora despojan de su patrimonio a la familia, será darse cuenta de que la nobleza es cosa de cuna, no de puestos, cargos o riquezas.

*Ciudadano salvadoreño