La misericordia como medicina espiritual

Las personas que trascienden el egoísmo en que viven y empiezan a vivir en función de los demás y realizan obras de misericordia experimentan un aumento en su autoestima, disminución en la ansiedad y menos tensión emocional.

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elsalvador.com

Por Mario Aguilar Joya*

2016-11-12 6:08:00

La palabra Misericordia proviene del latín “cordia” corazón y “miserere” que puede traducirse como apiadarse o tener compasión, relacionado con el adjetivo “miser” que involucra desgracia o que causa compasión. Estos dos últimos términos también se arraigaron a la medicina antigua, al punto que algunos dolores abdominales intensos se les denominó “cólicos miserere” pues los pacientes sufrían tanto que pedían que alguien se compadeciera de ellos, pedían compasión para el alivio del dolor físico. Así la palabra latina terminó teniendo un significado etimológico compuesto por “miseris cor dare” o “dar el corazón a los miserables” o a los que sufren las miserias, extendiéndose a aquellos que padecen de necesidades.

De esta misma manera pero en un sentido más bien espiritual, la misericordia se ha tomado como un atributo divino que hace referencia a la condición de Dios de perdonar las transgresiones morales y desobediencias humanas. Pero también podemos traducir misericordia como la capacidad de sentir la desdicha de los demás y en ese sentido es que se vuelve una virtud de valor humano pues nos mueve a volvernos solidarios con los que sufren.

De este concepto surgen las llamadas “obras de misericordia” que son actos compasivos a través de los cuales ayudamos a nuestros semejantes a solventar algunas necesidades corporales o espirituales. Dentro de las obras corporales de misericordia encontramos las descritas en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo que son ofrecer techo, ropa y alimento a los necesitados y visitar a los enfermos; además las obras espirituales incluyen aconsejar, consolar, confortar a personas enfermas o en situaciones de tribulación y enseñar a los que carecen de instrucción, para contabilizar unas pocas. Estos actos de misericordia deben incluir a los enfermos, los discapacitados físicos y mentales, los menores de edad, los ancianos, los pobres y en general todas aquellas personas que tengan necesidad de nuestra ayuda.

Es importante no confundir la misericordia con la lástima, pues esta última es una actitud pasajera ante alguien que sufre pero que no lleva necesariamente la acción de solventar el problema en que el prójimo se encuentra. Es por esta razón que se dice que la lástima es una reflexión egoísta que produce un sentimiento de tristeza ante el sufrimiento de otros pero carente de acción efectiva para solucionarla. Las personas que trascienden el egoísmo en que viven y empiezan a vivir en función de los demás y realizan obras de misericordia experimentan un aumento en su autoestima, disminución en la ansiedad y menos tensión emocional. 

Este 20 de noviembre termina el año jubilar extraordinario denominado por el Papa Francisco como el “año de la Misericordia” que ha sido una convocatoria para redescubrir la misericordia de Dios en nosotros para luego experimentarla con nuestros semejantes. Y son precisamente las palabras del Papa Francisco el domingo 6 de noviembre, cuando nos llama a todos a ser “obreros de la misericordia”, las que deben perpetuarse en nuestras mentes: “Solamente la fuerza de Dios, la misericordia, puede curar ciertas heridas. Y en donde se responde a la violencia con el perdón, allí también el amor que derrota toda forma de mal puede conquistar el corazón de quien se ha equivocado. Y así, entre las víctimas y los culpables, Dios suscita auténticos testimonios y obreros de la misericordia”.

*Médico y colaborador de El Diario de Hoy