¿Estamos a merced de los conductores peligrosos?

En El Salvador como es de esperar, el marco legal que castiga a los conductores temerarios es débil y no está a la altura de las circunstancias

descripción de la imagen

Abansa considera que deben ejecutarse iniciativas para lograr mayor crecimiento económico, incluida la ampliación de la base tributaria

/ Foto Por ARCHIVO EDH

Por Rodolfo Chang Peña*

2016-01-11 9:02:00

Ya que el estado poco hace para controlar y reducir el creciente número de conductores temerarios (47 conductores ebrios entre el 24 y el 31 de diciembre), no queda más que resignarse y rezar para no toparse con ellos.

No creo que todos los choferes peligrosos adolecen de la enfermedad del alcoholismo ya que entre ellos abundan los bebedores de ocasión, los fanáticos que con dos que tres dirimen los problemas del fútbol salvadoreño, los bolos de fin de mes, los gorrones que nunca gastan en licores y solamente “chupan” cuando alguien los invita. Los novatos “que no saben beber” y las damas alebrestadas que discuten de política, certámenes de belleza, perros de raza y recetas culinarias.

Tampoco creo que todos son torvos individuos con cultura y educación de microbuseros y buseros para quienes colisionar con otro vehículo o atropellar a alguien son cosas sin importancia propios del oficio. En realidad entre los “mareados” adictos a la velocidad hay de todo: pequeños y grandes empresarios, amas de casa, estudiantes universitarios, profesionales diversos, funcionarios públicos o sus parientes, policías de licencia, artesanos, pastores de iglesias, maestros y comerciantes.

El denominador común que los tipifica es la irresponsabilidad de seguir bebiendo a sabiendas que les puede ocurrir una desgracia, en pocas palabras ese fatalismo que no les importa arriesgar su propia vida y la del prójimo, quedar inválidos de por vida o aumentar el número de viudas y  huérfanos. Y como “No hay bolo tonto” saben muy bien lo que significa lo que La Cruz Roja les repite todos los años “Nunca tomes si manejas”.

Por supuesto no reparan que con cinco mililitros de alcohol etílico por litro, pese a sentirse eufóricos y en las mejores condiciones para conducir, en la práctica tienen disminuida su capacidad psicomotriz para calcular las distancias en más de medio metro. Que sin darse cuenta adolecen de retardo en los reflejos y dificultades para coordinar la mente con las manos que manipulan el volante y con los pies que accionan los pedales. Además por la noche se deslumbran con facilidad con las luces del vehículo que viene en sentido contrario y si bien miran con claridad la luz, no distinguen los detalles que la rodean, y fácil se llevan de encuentro vehículos estacionados, motocicletas, peatones, cercas y hasta mascotas.

Las consecuencias son peores cuando al alcohol se suma alguna droga y si sobreviven de algún accidente no son pocos los que quedan incapacitados con carácter permanente, con frecuencia al percatarse de los daños que han causado los martiriza el complejo de culpa por el resto de sus vidas. Se considera que la conducción con alcohol mata más personas que la tuberculosis pulmonar y VIHSIDA juntos y que en los países supuestamente civilizados ocupa la quinta causa de todos los fallecimientos.

En El Salvador como es de esperar, el marco legal que castiga a los conductores temerarios es débil y no está a la altura de las circunstancias. El solo hecho de sobrepasar cierto nivel de alcohol en sangre debería considerarse como un delito que amerita una sanción que puede incluir cárcel, multa, suspensión de licencia de conducir, trabajar en forma obligatoria reparando escuelas, limpiar ríos y quebradas y reforestar áreas que lo necesitan.
 

*Colaborador de El Diario de Hoy.