Justos por pecadores

A los católicos, ahora, no nos queda más que hacer un acto de fe y creer en ella, más allá de los evidentes errores de algunos de sus miembros. Estoy seguro que esta tormenta tiene que llevar cosas buenas

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El Nissan NP300 Frontier dominó en el sondeo.

/ Foto Por EDH/ Cortesía

Por Max Mojica*

2015-12-10 7:26:00

Se aproximan días muy duros para la Iglesia Católica. Parece  que cuando las acusaciones arrecian, lo único que saben hacer los pusilánimes y los cobardes es dar la espalda a sus amigos o,  peor aún, unirse al coro de los que piden que los crucifiquen, como si nuestra ira interna como sociedad, nuestras frustraciones y resentimientos, solo se calmasen cuando vemos correr sangre. No muy diferente a lo que sucedió hace dos mil años en el Pretorio de Pilatos, cuando se pronunciaron las palabras “Ecce Homo”. 

Es muy fácil que la sociedad entera, ante un alud de acusaciones, se olvide rápidamente de los beneficios que la Iglesia Católica trajo y mantiene en el país, beneficios que, muchas veces por silenciosos, pasan inadvertidos en nuestra sociedad.

Orfanatos, asilos, casas de desahuciados, hospitales y hospicios, niños especiales abandonados, mujeres rescatadas de la violencia y de la prostitución, jóvenes arrancados de las garras de las maras, de las drogas y de diversos vicios, colegios que han educado desde niños sin recursos hasta la élite de la sociedad. Todo ello manejado sin fines de lucro por la Iglesia Católica.

En lo personal tuve el gusto y el honor de estudiar en el Liceo Salvadoreño, administrado por los Hermanos Maristas. Los primeros Hermanos Maristas llegaron desde diversos lugares de América Central. Hombres con personalidades aguerridas, con una gran fortaleza humana y cristiana, y una identidad forjada según el modelo de la “escuela francesa de la vida marista”, el cual los hacía tener una sola convicción: educar con calidad, disciplina y valores cristianos.

La demanda de obras educativas empezó a ser muy apreciada por las jerarquías eclesiásticas y las clases dirigentes y políticas salvadoreñas. Iniciando en San Miguel, los Hermanos pasaron a tomar la dirección del Liceo Salvadoreño (1924), un centro educativo que, en unos cuantos años, se convirtió en uno de los centros educativos de mayor prestigio en todo El Salvador. Luego Santa Tecla, Colegio María Inmaculada, hoy Colegio Champagnat (1925), la Escuela San Alfonso (1933) y finalmente, el Liceo San Luis de Santa Ana (1938). El siguiente paso fue Ateos (1987), escuela y pastoral y, finalmente, el Centro Escolar Católico Marista, el cual inició operaciones en 2002, utilizando en la jornada vespertina las instalaciones de la Escuela San Alfonso.

La historia salvadoreña recuerda a los Hermanos:  Arnoldo, Eutiquiano, León Guillermo, Paulino, Bernardino, Genaro, Alcides, Ubaldo, Rodolfo, Álvaro, Anacleto, León Benito, Efrén, Modesto, Norberto, Gonzalo y Salomón, entre otros hermanos destacados por su conocimiento, entrega y espiritualidad. En sus manos estuvo la educación de jóvenes salvadoreños, los cuales posteriormente pasaron a ser desde jueces a magistrados, desde excelentes profesionales a destacados empresarios, pasando por sus aulas ministros e incluso presidentes del país.

En lo personal, cuando llegaron a mi vida las inquietudes juveniles y prefería dormir a estudiar, antes de que se me cerraran los ojos, recordaba las palabras del “Cura León”, que me miraba en sueños y me decía que era un “haragán de siete suelas”. Nunca entendí adecuadamente esa expresión, pero supuse que era un insulto terrible en España, y más que su reclamo, su ejemplo era el que me movía al estudio. 

Nunca supimos a la hora que el “Cura León” dormía o descansaba. Desde lo más temprano por la mañana pasaba rezando o supervisando el entreno del equipo de básquet, arreglando el altar de la Virgen o dando clases en alguna aula. Era un ejemplo de modestia, trabajo arduo, entrega y disciplina. 

A partir de mi propia experiencia, escuchar hablar a un diputado que “no es conveniente permitir que los niños se acerquen a los sacerdotes”, me pareció un desvarío sin par. Sabemos –seria delictivo ocultarlo– ,que existen en algunos casos, hechos delictivos cometidos por parte de algunos miembros de la Iglesia Católica, pero de ahí pasar a satanizar toda la institución no tiene el más mínimo sentido.

¿Dejarán las mujeres sus controles ginecólogos porque algunos médicos han sido señalados por acoso? ¿Dejarán de ir los niños y jóvenes al colegio por que hay profesores acusados de violación? ¿Dejarán de asistir a las universidades por que existen catedráticos que exigen favores sexuales para pasar asignaturas? Siempre habrá lobos disfrazados de ovejas, pero por ello no podemos señalar como “inherentemente malas” ciertas profesiones o instituciones, solo por la conducta errada de algunos de sus integrantes.

A los católicos, ahora no nos queda más que hacer un acto de fe y creer en ella, más allá de los evidentes errores de algunos de sus miembros. Estoy seguro que esta tormenta tiene que llevar cosas buenas al redil al liberarlo de los lobos con piel de oveja que en ella medran. Si eso ocurre así, no solo saldrá renovada sino que también garantizará que la gran labor que llevan a cabo permanezca en el tiempo y siga dando mucho fruto. Y es que nunca ha sido correcto que paguen los muchos justos por los pocos pecadores.
 

*Abogado, Master en Leyes.     @MaxMojica