El alma no es el cerebro

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Por Por Luis Fernández Cuervo*

2015-07-05 5:00:00

Y

a comenté algo de esto en mi artículo anterior. Está claro, para el que lo quiera ver, que el cerebro es una estructura orgánica, material, maravillosa, pero el alma no es material, es algo espiritual. No hace falta recurrir a argumentos de fe cristiana, sino al simple hecho de que el alma produce cosas espirituales: las ideas. Los efectos se conocen por sus causas y viceversa: si yo contemplo una obra que demuestra aguda inteligencia sé que no la ha podido hacer un imbécil; si contemplo una obra de arte, un cuadro de Rembrandt o de Velázquez, no se me ocurre que lo ha pintado un niño, ni siquiera un pintor del montón. Las obras, pues, nos hablan de su causa.

Todo el mundo material tiene volumen, cantidad, densidad, peso y otras cualidades físicas y químicas. Además en un tiempo determinado solo puede estar en un lugar determinado. Las ideas no tienen ni cantidad, ni volumen, ni peso, etc. y una misma idea puede estar en una persona, en miles o en millones, en sitios muy diversos y en tiempos del presente o del pasado. Por lo tanto las ideas son, en esencia, inmateriales aunque se expresen con soportes materiales: sonidos, escritos, grabaciones de muy distinto tipo. Por lo tanto el alma, su causa eficiente, debe ser también inmaterial. Más que cuerpos espiritualizados, somos espíritus corporizados. Porque todo lo que más interesa a un ser humano, hombre o mujer, que no se ha corrompido, que no se ha animalizado, es lo espiritual: son expresiones de la felicidad: verdad, bondad, belleza, el amor. Aunque toman muchas formas: amor a la verdad científica, histórica, higiénica, etc. Bondad en el trato social, en los instrumentos y acciones del trabajo, en la justicia, la política, la economía, etc.; belleza en la música, en la literatura, en las bellas artes; amor conyugal, paternal, filial, de amistad, etc.

Y algunas ideas tienen y han tenido, para bien o para mal, una tremenda fuerza en la conducta y en la vida de los hombres. Basta seguir, por ejemplo, cómo la fe cristiana se fue abriendo paso, primero a través de las persecuciones

de los emperadores romanos; luego humanizando a los bárbaros, después sobreviviendo a través de las corrupciones de la sociedad civil y la eclesiástica y ahora luchando contra el ataque terrible de la cultura de la muerte.

También en la extensión de las ideologías nocivas, tales como el nacismo y el comunismo, la fuerza principal de su extensión fue espiritual: la fe que despertó en tanta gente que veía en ellas la solución a los males del mundo. Ninguna cosa material pueda mover multitudes; las ideas sí, porque son espirituales y en definitiva los seres humanos somos espíritus y si no estamos animalizados, aspiramos a realidades espirituales: la felicidad, la belleza, la eternidad.

Aristóteles supo ver y escribir todo un tratado sobre el alma, pero sobre la persistencia del alma después de la muerte guardó un prudente silencio. Sócrates, en cambio, pensaba que debía haber otra vida para premiar al sabio y castigar al malvado y Platón era de la misma opinión. Si nos atenemos a simples datos de razón y de experiencia, sin recurrir a la fe religiosa, se mantiene el hecho de que tenemos alma, ese algo espiritual, que es el núcleo esencial de nuestra vida, lo que le otorga su dignidad de persona y le separa radicalmente del resto de los seres vivos, pero de ahí no se prueba que sea inmortal. Los animales, por supuesto, tienen un principio vital, al cual se le puede llamar “alma” pero al no incluir en ella una inteligencia racional ni una voluntad libre, hace que sea algo muy diferente e inferior.

Lo único que nos asegura una vida posterior de las almas después del fallecimiento y descomposición del cuerpo, es la fe cristiana fundamentada en el hecho histórico y transhistórico de la resurrección de Jesucristo.

*Dr. en Medicina.

Columnista de El Diario de Hoy.

luchofcuervo@gmail.com