La principessa

A los que no se deciden si adoptar un diablito o una angelita: Macho, si querés un chero incondicional con espíritu aventurero. Hembra si buscás una delicada sobredosis de amor, con espíritu coqueto. Ni macho ni hembra si lo pensás tener amarrado en el patio

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Foto EDH / Referencia / Foto Por Douglas Urquilla

Por Carlos Alfaro Rivas *

2015-07-22 5:49:00

La noche que llegó a la casa, asumió su papel de principessa. Fue en junio de 2006, después de una velada preñada de emociones en la que, mis más cercanos excompañeros, me desearon fortuna, en mi nueva aventura laboral, con deliciosos recuerdos, viandas, vino, mariachis y una tremenda sorpresa.

Al ritmo de “no tengo trono ni reina”, la Ale y la Chila salen de la cocina con una caja redonda desde la cual aparece, a lo Cirque du Soleil, una cachorrita schnauzer.

Y yo que había jurado no volver a tener chucho, por el desgarramiento intenso sufrido a causa de la muerte de Tobías Antonio, nuestro primer hijo de la misma raza, a quien se lo llevó el cáncer de próstata a los 14 años, 98 en doguilandia.

Después del “pero sigo siendo el Reyyyyyy”, alzo la criatura, al estilo Rey León”, para validar si era niño, niña o de baterías.
Oh sh#&, es niña, reaccioné en silencio, y le di play mental a un poderoso flashback de las andanzas y malandanzas del perverso Tobías, imposibles por una niña replicar.

A falta de smartphone, sigue la foto con cámara digital, la novedad del momento. Besos, abrazos de eterna gratitud, y a la casita. En el camino barajeamos nombres: Sofía, el preferido de mi mujer, Eugenia mi favorito, y de mutuo acuerdo, Sofía Eugenia, bautizándole la cabecita con tequilita.

El mariachi puede que no tenga trono ni reino pero, Sofía Eugenia, en el momento que sintió las vibras de amor canino, se asentó en su trono y su reinado.

Un dicho gringo dice que el tiempo vuela cuando uno se divierte; yo les aseguro que vuela aún más rápido con un mejor amigo en el ambiente.

¿Dónde se han ido los nueve años del reinado de Sofía Eugenia?

Nueve años de aullidos de bienvenida, toditas las veces que sus seres queridos abrimos la puerta; de brincos de anticipación cuando ve señas que es hora de abonar y regar jardines; de total emoción cuando le olfatea el trasero a la Fiona, Mateo, Lucy e Igor, su mara del vecindario.

A los que no se deciden si adoptar un diablito o una angelita: Macho, si querés un chero incondicional con espíritu aventurero. Hembra si buscás una delicada sobredosis de amor, con espíritu coqueto. Ni macho ni hembra si lo pensás tener amarrado en el patio.

No hay forma de equivocarse. Ambos machos y hembras son fuentes de alegría que te abrazarán con sus ojos, se comunicarán con sus poses y gruñidos, jugarán a mordiscos y lengüetazos, dormirán a cuerpo de rey (o reina) y, si el amor es sin límite, darán su vida por ti.

Un paréntesis: ¿alguien sabe qué se hicieron los que vendían cachorritos en el Redondel Masferrari? Por ahí me contaron que el alcalde los echó porque no le gustan los chuchos. Que ni se le ocurra prohibirles la entrada al Bicentenario.

Si no viene de Juguetón, adoptar un perro no se puede tomar a la ligera. Es una criatura de Dios, tan o más inteligente que nosotros, que requiere educación, ejercicio, sana alimentación, hidratación, compañía constante, corte de pelo, higiene, visitas al vet, medicinas y sobre todo mucho amor.

Cada vez que su mamá le corta el pelo, la Sofi sabe que ha quedado divina. Bien peinada, y con collar de lentejuelas, expresa con ojos de orgullo: “Yo soy la principessa de la casa”.

De acuerdo, la Sra. Bigotes tiene barbas de Schafik Handal, pero también tiene pedicure, cinturita y collar rosado. Entonces, ¿por qué me preguntan “cómo se llama el chuchito?”.

Para su mayor información, no es chuchito, es principessa, y se llama Sofia Eugenia.
Good dog, Sofi.

*Colaborador de El Diario de Hoy.
calinalfaro@gmail.com