Lo peor

La corrupción, en sentido estricto, es lo peor que puede pasarle a la política, porque hace que ésta deje de ser res publica, cosa pública, y se convierta en cosa de unos cuantos

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elsalvador.com

Por Carlos Mayora Re*

2015-07-24 9:11:00

Se ha ido instalando poco a poco en nuestra sociedad una curiosa lógica que lleva a justificar, casi con los mismos argumentos, las picardías de los correligionarios ideológicos y a cuestionar las de los enemigos políticos. 

Esa doble moral, más que amiguismo o favoritismo, es simple y llanamente corrupción. Misma que no es fruto de “viveza” o astucia, sino que en muchos casos se prepara fríamente, intelectualmente incluso, y como dicen los judíos, llega a tener su hogar en el corazón, que es donde las virtudes y los vicios echan raíces. 

Mientras se apliquen filtros ideológicos a la hora de juzgar las acciones públicas de funcionarios públicos, difícilmente saldremos del lamentable estado en que se encuentran nuestras instituciones. Tanto estorban los que aceptan acríticamente como bueno todo lo que hacen los de su partido, como los que irreflexivamente rechazan lo que hacen los otros, por pertenecer al contrario. 

Está muy bien el empeño por el diálogo, es excelente el propósito de lograr entendimientos. Nadie puede cuestionar dichos procedimientos. Pero, si el diálogo y el entendimiento se fundamentan sobre premisas torcidas, jamás podrá salir de allí algo recto. Y, precisamente, uno de los supuestos que es posible entrever entre tanto bla bla bla, es la aceptación acrítica de acciones inmorales de personas que comparten la misma ideología. Y la descalificación sin argumentos de los que opinan distinto. 

Uno de los mayores obstáculos que tenemos para resolver nuestros problemas, entonces, no es tanto la polarización política, ni el empeño en un diálogo nacido muerto, sino la indiferencia frente a la corrupción “propia” y el ataque a la “ajena”, actitud que parece haber llegado a permear el corazón y a instalarse en lo profundo de muchos salvadoreños. 

Gráficamente lo ilustraba alguien en Twitter hace unos días, a raíz de la dudosísima clasificación a la final, por evidentes favores arbitrales, de una selección de fútbol en la Copa de Oro, cuando no sin ironía, escribía hablando de un tercero: “árbitro corrupto, pensó, mientras giraba pasando por encima de la doble línea amarilla cuando se dirigía a entregar su maquillada declaración de renta”… Una forma de pensar que empieza por buscar principalmente el interés personal, y termina por llegar a considerar “gusanos” a los “otros”. 

No es poca cosa eso de etiquetar como gusanos, oligarcas, comunistas o ineptos sin más a los que piensan distinto de uno. Más allá del insulto y el desprecio se asoma la aceptación y/o justificación de cualquier acción, por ilegal o inmoral que sea, de los del propio bando. Porque el corrupto no puede no justificar a los otros como él, siempre y cuando sean ratas del mismo piñal. 

Y así no hay sociedad que salga adelante, no hay democracia que resista, pues mientras todos seamos iguales pero siga habiendo unos más iguales que otros, la institucionalidad del Estado estará al servicio de los de turno; no habrá institución que funcione, y el dinero siempre escaseará pues la prioridad no será ni honrar la deuda pública ni el gasto corriente, ni los proyectos de inversión… sino el bolsillo propio y el de los correligionarios. 

La corrupción, en sentido estricto, es lo peor que puede pasarle a la política, porque hace que ésta deje de ser res publica, cosa pública, y se convierta en cosa de unos cuantos, y entonces la institucionalidad, la representatividad democrática, la ley, la justicia, y otros elementos fundamentales para vivir en paz y progresar se convierten en caricaturas de sí mismas. 

Por el hilo se saca el ovillo… fíjese, la próxima vez que vayan y vengan acusaciones de corrupción quién las dice y de quien, y quizá entonces le vaya quedando más claro el porqué.

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare