El efecto Lucifer

Como salvadoreños tenemos que entender que la única forma de encontrarle solución al problema de las maras, es uniéndonos todos: clase política, sociedad civil y empresa privada, ya que el verdadero enemigo no es el marero...

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La defensa del exministro de Obras Públicas, Jorge Nieto, sostiene que las pruebas no deben ser declaradas inadmisibles.

/ Foto Por Archivo

Por Max Mojica*

2015-07-26 5:40:00

El psicólogo Philip Zimbardo realizó un estudio en 1971 que descorrió un velo sobre la naturaleza del ser humano. Convocó a estudiantes universitarios para una investigación psicológica denominada “Experimento de la prisión de Stanford”. Los voluntarios fueron analizados previamente para comprobar su estabilidad psicológica, física y emocional. Todos ellos –jóvenes normales de la clase media– fueron asignados como prisioneros o guardias al azar, confinados a una prisión montada en el subsuelo de la Universidad de Stanford. El proyecto planeado para durar dos semanas, fue cancelado a los 6 días por haberse vuelto demasiado real para los participantes. Los prisioneros se volvieron sumisos y depresivos y los guardias se volvieron sádicos y abusadores. La notable transformación se dio en menos de una semana.

El experimento de la prisión de Stanford explica a nivel psicológico las atrocidades ocurridas en la prisión de Abu Ghraib, las cuales fueron recogidas en el libro “El efecto Lucifer: Entendiendo como la gente buena se vuelve mala”. En la obra, el Dr. Zimbardo desarrolla una investigación penetrante donde concluye que casi cualquier persona, dada la influencia apropiada, puede abandonar su moral y colaborar en la violencia y la opresión. Sea por acción directa u omisión, la gran mayoría sucumbe ante su lado oscuro cuando se da un ambiente influyente que nos incita al mal. 

Quien dude de esto sólo necesita leer unas cuantas páginas de los periódicos, la capacidad de horror de la sociedad salvadoreña en general se está perdiendo, para nosotros encontrar cuerpos desmembrados y vivir entre asesinos en serie, ya no es algo que nos sorprenda y para un sector importante de la sociedad, la mayoría de ellos jóvenes entre los 12 y los 25 años, hasta se ha convertido en un camino atractivo a seguir, al enrolarse voluntariamente a las maras. Ellos, los “mareros”, arrastrados por su odio, exclusión, desesperación y resentimiento, se han convertido en los sangrientos verdugos voluntarios de la sociedad salvadoreña. 

Pero aún cuando el fenómeno de las maras es enteramente condenable, los invito a que sentados en el cómodo sillón en el que leen este periódico, nos tomemos un minuto para meditar ¿qué sería de nosotros si hubiéramos nacido en una comunidad marginal, sin educación, sin recursos, con hambre, sintiéndonos excluidos, viviendo y respirando constantemente la violencia adentro y fuera del hogar y sin ninguna posibilidad de romper ese ciclo sin fin de marginación y pobreza? Una vez que nos situemos en esos zapatos, preguntémonos si el ingresar a una organización criminal conocida como “mara”, no hubiera sido nuestra elección más natural.

Si logramos conectarnos con ese sentimiento, llegaremos a la conclusión que el problema de las maras no solo se debe de enfocar desde una perspectiva estrictamente criminológica, sino también como un derivado de la exclusión social y pobreza, la cual es un producto directo de la corrupción, ineficiencia estatal y subdesarrollo. Nos daremos cuenta que tan culpable es el marero que asesina como lo es el político que por corrupción e incapacidad, no ha encontrado la forma de sacar adelante al país y brindar oportunidades a los jóvenes. No nos confundamos, no estoy acusando solo al FMLN, la responsabilidad es compartida por ARENA, PDC, PCN y a los decenas de gobiernos militares que les precedieron, todos ellos incapaces de darle al pueblo salvadoreño lo que merece: desarrollo, justicia y paz.

Como salvadoreños tenemos que entender que la única forma de encontrarle solución al problema de las maras, es uniéndonos todos: clase política, sociedad civil y empresa privada, ya que el verdadero enemigo no es el marero –él es un salvadoreño más–, el verdadero enemigo es la pobreza que es provocada por nuestra propia y crónica falta de visión como país y de nuestra incapacidad para tomar acuerdos básicos como sociedad, que nos permitan dejar de ver a una persona que piensa diferente a nosotros como un “enemigo” al que hay que destruir.

Estamos claros: A las maras se les debe aplicar todo el peso y rigor de la ley, sus crímenes deben pagarse conforme la legislación penal vigente. No es viable que el gobierno negocie con criminales que envían cartas ofreciendo tregua, cartas escritas con la tinta sangre de policías, militares y salvadoreños asesinados. Pero  no obstante lo anterior, tenemos que encontrar una solución viable al fenómeno de las maras, lo cual únicamente se logrará si nos unimos como país, superamos ideologías desfasadas de derecha e izquierda, asumimos políticas que no velen por intereses creados, sino por la colectividad; luchamos por la transparencia en el manejo de las finanzas públicas y la profundización de la democracia, todo lo cual nos permitirá romper el ciclo del subdesarrollo en El Salvador que genera la pobreza y exclusión que es la causa principal del fenómeno; ya que el progreso para todos que a su vez brinde oportunidades para todos, especialmente para los jóvenes, será uno de los mecanismos para lograr sacar al país de la vorágine de violencia que a diario vivimos, caso contrario, El efecto Lucifer seguirá comprobando su cruda realidad en estos 20,742 km².

*Abogado, Máster en Leyes.