¿Cien años de qué?

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Jonathan Philippe es uno de los extranjeros más rentables en los albos. Será su segundo torneo en el equipo. Foto EDH

Por Carolina Avalos

2015-06-29 5:00:00

La dignidad de la persona es un derecho inherente al ser humano, a nuestra existencia. Este derecho contempla, además de cubrir las necesidades básicas y alimenticias, gozar de buena salud, contar con las oportunidades de educarse y tener acceso a un empleo digno, a la cultura, al ocio y a la recreación. Es decir, a desarrollar todo nuestro potencial como individuos y ser sujetos activos en la sociedad. Y, por qué no decirlo: también a contemplar, a soñar y, sobre todo, a ser “humano”.

Traigo este tema a colación porque el pasado 7 de junio de 1915 se celebró el centenario del Decreto Legislativo del Nombre Oficial de la Nación, “República de El Salvador”, y porque ese mismo día leí una nota sobre un salvadoreño que a sus 100 años de vida, había visto nacer y crecer cuatro generaciones de su familia en el caserío que lleva su apellido. 

Esa historia me impactó sobremanera y, ante mi asombro, lo que leí entre líneas y al ver las imágenes fue: ¿Cien años de qué? ¿Qué hemos logrado como República de El Salvador en cien años? O ¿en qué hemos fallado?

Para algunos, demasiados compatriotas, han sido cien años de pobreza o incluso cien años de miseria. Según la definición de la Real Academia Española, “pobreza” es la cualidad de pobre –necesitado que no tiene lo necesario para vivir–, y “miseria” se define como desgracia, estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada.

Nos hemos acostumbrado y conformado con tener una lectura del contexto del país representada a través de cifras muy calculadas y frías, sin alma. Comparamos presupuestos de salud con los de infraestructura vial como si habláramos de lo mismo. Así también, hablamos de cifras de pobreza como si nos refiriéramos a una masa amorfa, sin caras.

Funcionarios públicos, al referirse a los resultados de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples 2013, señalan que “Los hogares pobres a nivel nacional se redujeron en 5 puntos porcentuales entre 2012 y 2013”, es decir de 34.5% a 29.6%. Según ellos, “esto significa que los más pobres han mejorado sus condiciones”. A inicios de la década del noventa los hogares pobres representaban cerca del 60 % del total de la población; hace un año, el 29.6 %. En términos absolutos esto es 649 mil hogares en pobreza en 1992, y 493 mil hogares en pobreza en 2014.

Estos hogares en pobreza el día de hoy representan casi 2 millones de personas –niñas, niños, jóvenes, mujeres y adultos mayores– que no viven una vida digna. Familias que han caído en la trampa de la pobreza intergeneracional. Todos sabemos que la única manera de quebrar ese círculo vicioso es con la satisfacción de las necesidades básicas, incluyendo educación, salud y empleo digno.

La tentación del Gobierno radica en crear programas que no están diseñados para satisfacer una necesidad real, sino una necesidad política. Esto produce soluciones ineficaces y erróneas en un contexto de restricción fiscal muy fuerte, en donde las prioridades en lo social aún no están claras.

Hay muchos programas impulsados por ciudadanos o empresas que buscan de alguna manera cubrir la brecha que el gobierno no ha logrado cubrir. Intentar “reemplazar” el rol del Gobierno es un “lujo” poco eficaz para las condiciones del país. Por otro lado, hay otras fundaciones que han adoptado un modelo de trabajo que buscan incidir con sus intervenciones directamente en la mejora del sistema público; éste es precisamente el tipo de sinergias y alianzas que se tendrían que generar entre lo público y lo privado.

Tracemos nuestro camino y tomemos juntos la ruta más sensata hacia el desarrollo inclusivo y sostenible, en donde el “ser humano” sea el centro de nuestro trabajo, para que cada persona tenga la oportunidad de ser parte de esta experiencia de vida y de sociedad. Exijámonos la dignidad y la felicidad de los salvadoreños. 

No más “peleas de gallos” que nos van envolviendo a todos en una red de la que difícilmente escaparemos, así como nos termina enredando una de las novelas más celebres del realismo mágico, pues no podemos terminar igual que “las estirpes condenadas a cien años de soledad”.

*Columnista. Expresidenta del FISDL, Másteres en Economía, Vanderbilt University, y en Política Social, K.U. Leuven