Cuidar la casa común

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La nueva administración municipal recibió como fondo para celebrar fiestas patronales, $129. Foto EDH / archivo

Por Carlos Mayora Re

2015-06-26 7:00:00

La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no solo encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación”. Con estas palabras el Papa encuadra los temas que va a tratar en la recién publicada Encíclica “Laudato sí” (Alabado seas), cuya temática principal arranca con el cuidado de la ecología, y concluye centrando todo en el ser humano como creación de Dios. 

El Papa no se conforma con lamentar la degradación de la naturaleza creada, sino que va a la raíz de la cuestión: trata de cómo el pecado, la desobediencia al plan de Dios, rompe los vínculos sanos que deben existir entre los hombres y Dios, los hombres entre sí, y los hombres y la naturaleza. Interpretar la Encíclica solo desde la última de sus partes, quedándose en la temática ecológica y perdiendo de vista el respeto que el ser humano debe tener de sí mismo, es perder una de sus claves de interpretación. 

 Francisco nos recuerda que “el auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona”, implica “tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado”. Respetarse, pues, para respetar la creación, y no al revés. Si se pone el énfasis en el cuidado que debe tenerse con el eco sistema, pero se olvida que dicho respeto arranca de la consideración que el ser humano tiene de sí mismo, se trastocan las cosas. 

Ya los antiguos sabían que el abuso del poder del hombre sobre la naturaleza puede desencadenar grandes peligros, y plasmaron en el mito de Prometeo las consecuencias indeseables del abuso de la libertad. Más recientemente, a principios del Siglo XIX, Mary Shelley plasma en su celebérrimo Frankenstein el mismo drama: las consecuencias negativas de la audacia humana en su relación con Dios. Es una idea que late en el interior de la conciencia de todos los hombres, pero que a veces se manifiesta solo en el rechazo de la arbitrariedad en el uso de los recursos, mientras se da una aceptación pasiva de abusos reales que degradan ya no la naturaleza, sino al ser humano mismo. 

La Encíclica parece decir: ¿de qué nos sirve conquistar la naturaleza, dominarla racionalmente, lograr una justa distribución de los recursos y de la riqueza, si nos perdemos a nosotros mismos como personas? Donde más claro aparece es en el capítulo IV: “la aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación”.

Francisco llama a “eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto debido al medio ambiente”, y remarca que “el libro de la naturaleza es uno e indivisible, e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc.”, para volver siempre al núcleo de su argumentación. 

Exhorta a que no perdamos de vista, que las heridas de nuestro comportamiento irresponsable no solo recaen en el ambiente natural, sino también en el ambiente social y en el ambiente humano: todo está interconectado, todo se ve afectado por la creencia cada vez más extendida de una libertad ilimitada, de un ser humano cree se autosuficiente, y –embriagado de autonomía– termina por destruirse a sí mismo, pues “el derroche de la creación comienza, donde no reconocemos ninguna instancia por encima de nosotros mismos”. 

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare