El síndrome de Hubris en Latinoamérica

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elsalvador.com

Por Por Max Mojica*

2015-05-13 5:00:00

Los gobernantes latinoamericanos no han escapado, sino a la inversa, han profundizado el “culto a la personalidad”, el cual es un complejo designio que escapa a los arquetipos de la sociología y de la ciencia política para invadir los terrenos de la psicología.

Con una mezcla de curiosidad y lástima, observamos los inútiles esfuerzos de administradores temporales de bienes terrenales como Chávez y Castro, en su lucha por alcanzar una inmortalidad de plástico. En su esfuerzo por barnizar sus cargos temporales con el de “mesías sempiternos” han llegado a considerar que el ejercicio del poder en la tierra es simplemente una breve escala en su viaje a la inmortalidad y la forma poco teológica en que ellos lo quieren garantizar es en el eterno culto a sus personas, ya que dentro de su lógica política concluyen que el poder sin gloria imperecedera no es poder.

Los niños en La Habana desde hace décadas ya no rezan el “Padre nuestro”, sino que sus anhelos son elevados a su gran guía y líder infalible, Fidel; mientras en Caracas, los feligreses del culto al Socialismo del Siglo XXI elevan la plegaria del “Chávez nuestro”, creada en los oscuros pasillos del poder político como una ridícula y burda imitación de la oración enseñada a sus seguidores por Jesucristo. Esos fenómenos, por estrambóticos que parezcan, no son nuevos; en la época de la “Revolución cultural” de la China comunista, se afirmaba de forma oficial que con la lectura y aprendizaje de las enseñanzas de Mao, los médicos podían curar enfermos y devolver la vista a los ciegos, el oído y habla a los sordomudos, todo ello debido a los poderes que irradiaba el infalible “Sol rojo”.

Debido a que la humanidad es pródiga en procrear individuos sedientos de gloria eterna, desde los albores de la historia documentada se le ha dado nombre a ese padecimiento psicológico: “La Hubris”. Se empleó para definir al héroe que lograba la gloria y trastornado por sus éxitos pretendía imitar a los dioses; ese sentimiento lo llevaba a cometer un error tras otro. Como castigo a la Hubris, los dioses idearon a Némesis que devuelve a la persona a la realidad por medio de fracasos y severos castigos.

Hoy los psicólogos disertan en torno al síndrome de Hubris, trastorno común entre los gobernantes que llevan algún tiempo en el poder; se ha concluido que el poder intoxica tanto que termina afectando el juicio de los dirigentes y lleva a imaginarlos como seres únicos llamados por el destino a cumplir grandes hazañas. Este padecimiento afecta a gobernantes de regímenes democráticos, afectando con mucha más intensidad a regímenes autoritarios y totalitarios, donde los contrapesos al poder son casi nulos o de plano inexistentes. En la historia reciente, los ejemplos clásicos son los de Stalin, Hitler y Mao, con sus versiones contemporáneas y con tintes circenses encarnadas en los tiranos tropicales Chávez y Castro.

Uno de los peligrosos efectos secundarios que se derivan de su autoconcepción de líderes mesiánicos, es el de percibir a sus críticos y opositores como enemigos mortales que hay que amedrentar, silenciar, perseguir y de ser posible, encarcelar. El ejemplo más reciente es la lucha de la izquierda latinoamericana por perseguir y silenciar a la prensa libre, la cual percibe como un enemigo declarado de sus proyectos políticos.

Lo curioso de este padecimiento, es que es democrático en cuanto a las personas que afecta, ya que lo sufren por igual gobernantes de derecha como de izquierda; lo mismo que ha sucedido en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, en donde sus gobernantes izquierdistas se han enamorado de las mieles del poder, modificando la Constitución para garantizar la permanencia en sus cargos, como también ha sucedido en Chile con Pinochet, en Colombia con Álvaro Uribe y recientemente en Honduras, en donde el derechista Partido Nacional ha presentado una moción de reforma constitucional para que un expresidente pueda presentarse como candidato a un nuevo período.

En El Salvador ahora tenemos una Asamblea Legislativa que se considera infalible, ungida para brindarle a El Salvador esa suprema guía que el pueblo tanto necesita, por lo que en palabras de una de sus fracciones mayoritarias, se está llamando a una nueva guerra popular en contra de una entidad que ahora estorba sus perfectos planes políticos: la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. ¿Un nuevo fenómeno grupal de padecimiento de Hubris? ¿Una nueva conceptualización de mesianismo colectivo? Quizás. Lo bueno es que, hoy por hoy al menos, el equilibrio Republicano de poderes públicos todavía funciona, esperemos que en la próxima elección del fiscal general y de los magistrados de la Sala de lo Constitucional, se imponga el sentido común y se elijan a personas independientes con suficiente criterio para continuar actuando de Némesis de los gobernantes que se creen mesías infalibles; si no sucede así… que el último en salir apague las luces.

*Colaborador de El Diario de Hoy.