Leer para educar

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elsalvador.com

Por Por Teresa Guevara de López*

2015-04-04 7:00:00

Es triste comprobar qué pocos salvadoreños leen, y muchos de ellos desprecian a quienes lo hacen, considerándolo una pérdida de tiempo: No saben lo que se pierden. Quienes no leen parecen estar encerrados en un cuarto totalmente oscuro, con ventanas cerradas, sin querer abrirlas. Desconocen, o no quieren aceptar, que el hacerlo, llenaría su entorno de luz y les permitiría entrar en tantos mundos desconocidos y fascinantes, como libros tuvieran a su alrededor. Como entrar a Narnia, con solo abrir la puerta de un armario.

Constantemente nuestros políticos aseguran que la solución al problema de la pobreza es la educación, aunque usan este argumento para ganar votos, porque para ellos la educación del pueblo, no es prioridad. Y aunque regalen zapatos, libros, uniformes e imaginarias computadoras, la calidad de educación va en picada, y escuelas y maestros no están incluidos ni en sus planes ni en sus presupuestos.

Recientemente, en un editorial de EDH, el Ing. Altamirano denunciaba, con legítima indignación las pésimas lecturas exigidas a los estudiantes en los programas oficiales. Su mala calidad, en cuanto a argumento y vocabulario, distan mucho de ayudar a su formación académica y moral. Incluyen títulos como “Soy puta”, “La hija de la Siguanaba” “La que nunca fue virgen”, mientras no se considera a los clásicos, aquellos que con el paso del tiempo, siguen siendo modelos, porque causan el máximo placer estético, con un mínimo de recursos retóricos.

Una de las causas del poco entusiasmo de los jóvenes por la lectura, es la apatía e indiferencia de muchos maestros, poco interesados en leer para aumentar su cultura. Sus clases son aburridas, impartidas por obligación, no por vocación, aunque poco hace el MINED para motivarlos. Pero es inaceptable que los docentes rechacen asistir a la capacitación que el Ministerio les ofrece, porque siendo en sábado, viola su derecho al descanso.

Tuve la suerte de ser maestra de literatura durante 10 años, y disfrutar del progreso de mis alumnas de bachillerato, totalmente apáticas en su primer año, hasta convertirse en apasionadas lectoras. Incidió en ese drástico cambio, no solamente mi interés por transmitirles mi pasión por los libros, sino la elección de los mismos. Lamentablemente, el programa oficial no incluía autores como Rómulo Gallegos, el creador de Doña Bárbara, aunque sí a Carlos Luis Fallas, un escritor tico que afirmaba “Para la labor literaria, tengo muy poca preparación: no domino siquiera las más elementales reglas gramaticales, y no tengo tiempo para superar mis otras deficiencias. En mi vida de militante obrero, fui aprendiendo a escribir artículos para la prensa, como representante del sindicato…” Las ideologías y la tendencia moderna a explícitas descripciones de situaciones sexuales, constituyen un atractivo perverso, que causa daños irreparables a los adolescentes.

La lectura de los clásicos la aconsejaba Horacio, en la antigua Roma: “Tened siempre, día y noche, entre vuestras manos, a los modelos griegos”. Y don Alberto Masferrer lo confirmaba: “Nuestra literatura no puede ser menos que imitadora, y esto en lugar de acarrearle daño la llevará, acompañada de la prudencia, al más alto grado de perfección”.

La selección de lecturas debe ser sumamente cuidadosa, en cuanto a tema, contenido, valoración literaria y moral, de acuerdo a la edad de los alumnos, pues la calificación de best seller, no es garantía ninguna de su beneficio ni de aumento del nivel cultural de los lectores. Es difícil que nuestras autoridades le den la debida importancia a la lectura, cuando muchos funcionarios, según encuestas realizadas, no han leído un solo libro en su vida. ¿Qué podemos hacer?

*Columnista de El Diario de Hoy.