Lecciones preliminares

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Paul Pogba celebra el gol que dio el triunfo al Juventus. Foto EDH

Por Por Federico Hernández Aguilar*

2015-03-09 5:00:00

Sin datos oficiales sobre lo ocurrido en las elecciones, lo más responsable es esperar algunas semanas antes de emitir opiniones sobre los resultados y los nuevos equilibrios políticos que estos plantean. De lo que sí puede hablarse con propiedad es de tres realidades que han quedado expuestas a partir de la información parcial difundida hasta hoy»: el altísimo civismo de los salvadoreños involucrados en los comicios, la pavorosa incompetencia del organismo encargado de administrar y juzgar los eventos electorales, y el descrédito en que han vuelto a caer, por propia voluntad, las encuestas universitarias.

Ya se ha dicho bastante, pero hay que decirlo con renovados énfasis: la ciudadanía que acudió a las urnas el pasado 1 de marzo, y aquella que participó activamente en los centros de votación representando a partidos, ha constituido un ejemplo de heroísmo cívico solo comparable al que hizo a millones de salvadoreños, durante el conflicto armado, salir a votar debajo de las balas y desafiando toques de queda.

Pese a la andanada de mensajes (incluso institucionales) diseñados para desincentivar la emisión del sufragio, haciéndolo ver como algo complicado, tedioso y hasta incompatible con el sistema democrático, los ciudadanos fuimos a votar dejando claras un par de cosas importantes: que estamos cansados de que se nos hable como si fuésemos párvulos necesitados de una permanente “instrucción” cupular, y que el poder decisorio conquistado a nuestro favor en este último lustro ha llegado para quedarse.

Falta todavía confirmar cuántos votantes del FMLN, por ejemplo, decidieron cruzar marcas con otros partidos o establecer una prelación particular dentro de las planillas de aspirantes oficialistas, pero aunque resultara ser un porcentaje relativamente bajo el conformado por quienes privilegiaron estas modalidades, siempre sería suficiente para concluir que hasta los simpatizantes efemelenistas irán haciendo uso de la completa libertad del sufragio directo en la medida que la vayan ejercitando y saboreando sus beneficios.

Es temprano aún para sentenciar el fin del “cupulismo” autoritario en la política criolla, pero no cabe duda que los precedentes de 2012 y 2015 deben considerarse un parte aguas en esa línea democratizadora, porque es contra los liderazgos dictatoriales, anacrónicos y autocomplacientes que los electores han empezado a lanzar irrefutables señales de advertencia.

Todas las vocerías partidarias insisten en dirigir mensajes equivocados a una ciudadanía que solo se encuentra ya en la imaginación febril de ciertos ideólogos, pero también es verdad que existe una oportunidad histórica para que las dirigencias hagan correcciones sabias en la dirección apropiada. Esto es posible y se ha vuelto urgente. Aunque no sobre, todavía hay tiempo para construir partidos creíbles, vigorosos y eficazmente democráticos, antes que los salvadoreños seamos presa de las ansiedades e insatisfacciones que sirven de plataforma a líderes mesiánicos.

De la asombrosa incompetencia –técnica, política y hasta emocional– con que el TSE ha sido dirigido en este proceso abundará material de reflexión en los meses por venir. Me adelanto, sin embargo, externando una sola preocupación: tan pesada cadena de fracasos, tan reiteradas muestras de oídos sordos al mínimo sentido común, tan esféricas y cuantiosas manifestaciones de aturdimiento e imprudencia, ¿son solo producto de la mera ineptitud, de la absoluta falta de idoneidad, o hemos de hacer interpretaciones ulteriores respecto del grado de vergonzosa instrumentalización con que nuestro máximo árbitro electoral ha venido actuando? Si deseamos una democracia funcional, el debate sobre el futuro del TSE es impostergable, y tenemos tres años sin comicios para profundizar en él.

En cuanto a las encuestas de la UCA, UTEC y UFG, señores, ha llegado la hora de hacer análisis autocríticos propios del academicismo auténtico. Equivocarse una vez está bien. Incluso varios errores pueden perdonarse si existe voluntad de enmienda. Lo intolerable es persistir en los fallos y seguir apresurando conclusiones políticas a partir de ellos. Si ni el temor al ridículo les hace reaccionar, al menos tengan el pudor de ahorrarnos las excusas. ¡Respeten el prestigio de sus instituciones y corrijan!.

*Escritor y columnista de El Diario de Hoy.