Más que una imagen

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Finca donde unos 25 miembros de la MS tenían una "convención de cabecillas". Siete delincuentes y un empleado murieron al enfrentarse con policías. Foto EDH

Por Por José María Sifontes*

2015-03-27 7:00:00

La fotografía dio la vuelta al mundo, se hizo “viral” como ahora se dice en jerga cibernética, y produjo miles de comentarios. Muestra a un médico californiano llorando por la muerte de su paciente, una adolescente de 19 años. Está en cuclillas, solo, apoyado en una especie de defensa de concreto en las afueras del hospital. La imagen fue tomada por un paramédico que se conmovió con la escena y que supo del golpe que significó para el médico no haber podido salvarle la vida a la joven.

El hecho de que la fotografía haya sido tan difundida indica, entre otras cosas, que se ve como una reacción insólita y por tanto sorprendente. He pasado gran parte de mi vida en hospitales y he visto de todo. Lo que puedo decir, sin el menor temor a equivocarme, es que aunque las reacciones emocionales de los médicos no son por lo común tan elocuentes sí son intensas, que la mayoría se preocupa genuinamente por sus pacientes y que les afecta lo que les pasa.

Lo que sucede es que se ha formado un estereotipo en el que se percibe al médico como a un profesional frío, acostumbrado al dolor, a la enfermedad y a la muerte. Que ve estos fenómenos con indiferencia, sin ninguna emoción. Nada más alejado de la realidad. No han sido raras las ocasiones que he conocido de médicos que no comen tranquilos ni duermen bien preocupados por sus pacientes. Muchos hasta sueñan con la operación que realizaron ese día y se despiertan inquietos ante la perspectiva de que algo haya salido mal.

Pero tienen que tragarse sus ansiedades, mostrar tranquilidad y seguir con el trabajo. Los médicos no nos acostumbramos a la muerte, la enfrentamos frecuentemente pero eso no quiere decir que nos acostumbramos. Sabemos que es un fenómeno natural y que no somos dioses para impedirla en todas las circunstancias, pero cuando llega queda siempre una sensación de frustración y dolor.

Por supuesto que hay médicos indiferentes y desinteresados, como los hay ineptos e ignorantes; pero son más, muchos más, los que se esfuerzan por estar al día con los conocimientos, los que dan más de lo que las obligaciones exigen, los que sacrifican descanso y comodidad por sus pacientes, los que se identifican con el sufrimiento. El simple hecho de que una persona haya decido por voluntad propia pasarse de ocho a quince años en medio de libros, pidiéndole al cuerpo y al cerebro más de lo que normalmente puede dar, no es un accidente.

La Medicina es desde cierta perspectiva una profesión ingrata. Los aciertos pasan inadvertidos y los errores se notan, acaparan la atención y se difunden con rapidez. Porque se trabaja con el material más delicado y más preciado de todos: la vida humana. Pero el médico está dispuesto a tomarse ese riesgo. Lo hace porque sabe que su trabajo es valioso.

Muchas personas hacen juicios a la ligera, a veces influenciados por comentarios o rumores, a veces también con conocimiento de causa. No conocen sin embargo lo que es un día en la vida de un médico. Doy por seguro que un fin de semana en un hospital, tan solo uno, les cambiaría la perspectiva.

A mí la fotografía del médico llorando por una paciente a quien no pudo salvar no me sorprende. Es la imagen, tal vez más expresiva, de lo que he visto por tantos años.

*Médico psiquiatra.

Columnista de El Diario de Hoy.