“¡Hagamos lío!”

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elsalvador.com

Por Por Luis Mario Rodríguez R.*

2015-03-28 5:00:00

El papa Francisco ha señalado que el mundo está invadido por la “cultura del descarte”. Se prescinde de los jóvenes cuando no se les deja nacer, de los ancianos porque ya no son productivos, de los desempleados porque el mercado no da para más y de los compromisos porque atan y dificultan el pleno goce de la “libertad”.

Sin jóvenes, dice el sucesor de San Pedro, no hay futuro, sin abuelos cunde la inexperiencia y sin trabajo no hay posibilidades de una existencia digna. Pero la mayor angustia en el Siglo XXI es la falta de responsabilidad, ese estado que eligen quienes prefieren una vida sin ataduras y sin un rumbo definido. Para estas personas el matrimonio, los hijos y la familia son un obstáculo, la verdad siempre es relativa y lo realmente trascendental es “disfrutar el momento”. La plenitud se encuentra en la falta de obligaciones y en la posibilidad de prescindir con facilidad de cualquier tipo de deber.

Al mundo de hoy le hace falta coraje. Es una época en la que todo vale, todo se acepta y cualquier idea, con tal que contravenga “lo tradicional” es bienvenida. Lo importante es estar a “la moda” y nunca quebrantar el pensamiento colectivo y mayoritario. De esa forma se encaja más rápidamente en el grupo, se obtienen negocios y los años pasan sin mayores conflictos ni debate. Simplemente se elige la puerta ancha y se arroja por la alcantarilla el sacrificio.

A muy pocos les atrae “hacer lío”, una invitación que hizo el Santo Padre en la Jornada Mundial de la Juventud en 2013. El “desorden” al que incitaba el papa Francisco es el que se genera cuando alguien decide convertirse en “agente de cambio” y más aún cuando se trata de una sociedad enferma. Esa actitud pasa necesariamente por rechazar todo aquello que impide al hombre ser libre. Por ahora, defender la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, promover el cuidado y la educación de los hijos como una obligación propia y prioritariamente de los padres de familia, considerar el matrimonio como la unión entre un hombre y un mujer, aceptar que el trabajo bien hecho es un medio para desempeñar de manera correcta la vocación que nos ha sido concedida, entre otras verdades, son certezas en extinción que necesitan de hombres y mujeres que las rescaten.

En la actualidad es tal la amplitud de la mentira que ha debido surgir el “derecho a no ser confundido”. Si bien se trata de un concepto jurídico que acuñó hace algunos años el Consejo Constitucional francés y que básicamente señala que aquel que utiliza una instancia pública tiene la obligación de no confundir, de no utilizarla para confundir, se puede aplicar sin problemas a otros ámbitos de la vida. La desorientación es la herramienta con la que se despista en la actualidad a sociedades enteras. Lo hacen algunos políticos cuando minimizan el menoscabo al Estado de Derecho, el deterioro del sistema democrático y el irrespeto a las libertades fundamentales. También proceden así quienes afirman, sin sobresalto alguno, que para un niño da igual si sus padres son del mismo sexo o si se trata de un hogar integrado por el padre y la madre. Obran así los que relativizan los efectos de la legalización del consumo de drogas, el aborto o los métodos asistidos para morir cuando se padece alguna enfermedad terminal. Es tan firme determinación con la que se defienden estos argumentos que las sociedades ya no se escandalizan y a quienes objetan semejantes disparates los califican de anticuados y los encajan en el grupo de los extremistas que discriminan y se oponen a “la diversidad” de pensamiento.

Es muy sencillo. Debemos elegir entre cambiar el entorno o adoptar una actitud de conformismo e indiferencia absoluta. La primera opción nos complica la vida, nos “saca fuera de la caja” y nos lleva a una zona muy alejada de aquello a lo que estamos acostumbrados. Es una tarea en la que debemos tener la plena convicción que lo correcto debe prevalecer sobre la comodidad de los que eligen la segunda alternativa. Estos últimos seguirán la “corriente del río”, un torrente que les evitará estorbos y enredos pero que es muy probable que al final del camino les sorprenda con un profundo vacío que les impida ser felices, una aspiración que intentaron conseguir dando la espalda a la verdad porque seguramente podía serles muy incómoda.

Ahora que iniciamos una nueva Semana Santa vivamos con intensidad la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor y pidamos con profunda piedad que a nuestro corazón llegue la ilusión de “¡hacer lío!”…

*Columnista de El Diario de Hoy.