Meritocracia chilena: camino al Primer Mundo

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Estrechándose las manos, Jorge Rajo, presidente de la Fesfut, y Sergio Guardado, gerente de mercadeo de ILC, oficializaron el convenio.

/ Foto Por EDH / Carlos Vides

Por Por Max Mojica*

2015-02-13 5:00:00

El Gobierno de Chile en el periodo presidencial de Sebastián Piñera (2010-2014), se impuso una meta que parece, desde nuestra perspectiva tropical, como un sueño imposible: que Chile pasase a formar parte del “Primer Mundo” en 2018, poniéndolo en sus propias palabras: “ser el primer país en América Latina que pueda afirmar que ha derrotado el subdesarrollo”.

Lo relevante de las palabras, pensamientos y propósitos del Presidente Piñera, no eran sus buenas intenciones, las cuales, lamentablemente, comparten muchos candidatos y funcionarios en El Salvador expuestas en propuestas de campaña que son hechas de “diente al labio”, propuestas vacías que inundan los periódicos con declaraciones públicas sobre sus inviables y poco realistas ideas de desarrollo y buena voluntad para los pueblos que dirigen o pretenden dirigir. A diferencia de ellos, el Presidente Piñera tenía claro el camino que llevaría al país que administraba al Primer Mundo: Meritocracia en los funcionarios públicos que lo rodean.

Para lograr su objetivo Piñera nombró un gabinete completamente globalizado y técnico siguiendo el estilo de la –en ese entonces– anterior Presidenta chilena, Michelle Bachelet, quien aún siendo una gobernante de izquierda, supo capitalizar el sistema de administración política de su “ultra enemigo” ideológico Augusto Pinochet, continuando con la mística política establecida por el senador vitalicio, designando para puestos claves a profesionales competentes en cada una de las ramas en que se desempeñaban. Michelle Bachelet resultó nuevamente electa para el cargo debido a su competente gestión presidencial, lo que fue posible gracias a su equipo de trabajo. Muestra de ello, el 70% de los ministros de Gobierno del partido socialista de Bachelet hablan inglés y muchos de ellos poseen doctorados en las principales universidades de Europa y Estados Unidos. Comparativamente en la mayoría de los demás países sudamericanos, así como en El Salvador, menos del 10% de los ministros habla inglés o alguna otra lengua extranjera.

Para el caso, Piñera nombró como Ministro de Hacienda a Felipe Larraín, doctorado en economía y profesor visitante de Harvard; como Ministro de Economía nombró a Juan Andrés Fontaine, con una maestría en Economía en la Universidad de Chicago y Profesor visitante en la Universidad de Los Ángeles (UCLA); en Planificación nombró a Felipe Kast, un joven que estudió economía y sociología con un doctorado en políticas públicas en la Universidad de Harvard; en Relaciones Exteriores nombró a Alfredo Moreno, que tiene una maestría en Negocios por la Universidad de Chicago; en Educación, nombró a Joaquín Lavín, con maestría en Economía en la Universidad de Chicago; en el Ministerio de Energía nombró a Ricardo Rainieri, con un doctorado en economía en la Universidad de Minnesota.

Chile ha probado que no es un error haber nombrado a tantos “tecnócratas” doctorados en el extranjero, ya que con ello logró romper con ese círculo vicioso tan latinoamericano en el que se privilegia ser un político de “camiseta sudada”, en vez de ser nombrado en base a criterios técnicos y objetivos que miden la capacidad de los funcionarios públicos. En Chile, ahora en ruta para el Primer Mundo, los criterios buscados para seleccionar a los ministros fueron criterios de excelencia profesional y técnica, no de cumplimiento de compromisos políticos con militantes históricos respecto a quienes el gobernante de turno siente el deber de devolver favores para nombrarlos, aunque no tengan las competencias para asumir cargos de responsabilidad. A diferencia de El Salvador, Chile ha optado por privilegiar la meritocracia, habiendo llegado a la conclusión que la capacidad técnica en los puestos claves, no solo es un camino seguro para el desarrollo, sino que es el único camino para sacar de la pobreza a su pueblo.

No es viable que en El Salvador cada quinquenio en que se elige un Presidente, tengamos un cambio de visión respecto a las ideas de desarrollo. “Borrar de un plumazo” lo que hizo el antecesor en el cargo, es la mejor forma de estancarnos en la pobreza, corrupción y subdesarrollo. Es crítico para nuestro país el que tengamos una única visión para el desarrollo, que pueda ser sostenida en el tiempo y sea ejecutada por funcionarios capaces, electos sobre bases técnicas y objetivas y no sobre compromisos adquiridos por los políticos de turno.

Chile ha mostrado una enorme madurez política, en donde estrategias y planes de gobierno diseñados por Pinochet, fueron respetados por el presidente Lagos, así como por Michelle Bachelet luego de él, quienes ganaron la presidencia del país utilizando una plataforma política de izquierda, habiéndoles dado continuación el Presidente Piñera, quien a su vez, ganó la presidencia utilizando una plataforma de derecha. ¿Derecha e izquierda con una misma visión de país? Creo que sí se puede, sí se puede si no le tenemos miedo a una palabra: Meritocracia y si tenemos la valentía de renunciar a la ideología como guía de las políticas públicas.

Ahora que estamos a las puertas de elección a una nueva Asamblea Legislativa, resultaría sumamente conveniente que los diputados recién electos promovieran una ley que establezca requisitos mínimos de competencia y educación para las personas que se postulen u opten por cargos públicos, una ley de ese tipo no solo pondría a El Salvador en la ruta para el desarrollo, sino que sería un antídoto para la incapacidad, corrupción y nepotismo que han afectado de forma constante las políticas públicas salvadoreñas, y es que lo únicos que temen una ley que requiera méritos objetivos y técnicos para optar por cargos públicos, son precisamente aquellos que no los tienen.

*Colaborador de El Diario de Hoy.