¿Campaña sucia?

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Foto Por edhdep

Por Por Cristina López G.*

2015-02-14 7:00:00

Corría el año 1968 en Estados Unidos y se estaba llevando a cabo la más reñida contienda por la presidencia de la república. El candidato a la vicepresidencia por el Partido Republicano era Spiro Agnew, un ex gobernador más famoso por sus actos de corrupción que por sus obras. Uno de los mejores anuncios en la historia de la comunicación política y el marketing electoral fue un anuncio contra Agnew: un spot de veinte segundos en el que suena una risa, la de una persona carcajeándose de la ridícula posibilidad de que Agnew llegara a ocupar el cargo de vicepresidente.

Cualquiera que hubiera intentado un anuncio parecido en la campaña electoral salvadoreña, habría sido inmediatamente acusado por Nayib Bukele de hacer “campaña sucia”. El término de “campaña sucia” ha sido usado tanto en las últimas semanas que a estas alturas está más devaluado que el bolívar venezolano. Y es que es una técnica efectiva, pues sirve para esquivar cualquier pregunta que incomode, y además, quedar de víctima, presentándose desde una altura moral de nobleza, tirándole un ataque ad-hominem al que pregunta tildándolo de “sucio”, mientras se ignora olímpicamente el contenido. En una acertadísima columna en este periódico, Guillermo Miranda reflexionaba sobre la ironía que implica que lo pedir transparencia se considere “sucio”.

Lo anterior no significa que no existan límites entre lo que pueda usarse en una campaña para descalificar a un candidato: idealmente, debería ser irrelevante la religión que practica o las particularidades de su familia y parentela, que no es la candidata. Este tipo de ataques descalifican más al que ataca que al atacado, pues demuestran su bajeza. Sin embargo, esa falsa indignación de quien se esconde de las preguntas que importan, acusando a columnistas y medios de comunicación de “campaña sucia” es realmente preocupante.

Además del fin de esquivar preguntas incómodas y recurrir a la acusación de “campaña sucia” pueden ser demostrativas de un ego desproporcionado y una cantidad de amor propio que, combinadas con el poder, se vuelven peligrosos. Lo anterior lo ha demostrado de sobra uno de los principales bailarines de la cansada coreografía de desgarrarse las vestiduras y ocupar las críticas válidas como excusa para victimizarse y llorar “campaña sucia”: Rafael Correa, presidente de Ecuador, quien a estas alturas se ha terminado creyendo realmente que cualquier crítica en su contra debería ser penalizada con el repudio social e invita a su equipo de seguidores a que acosen a sus críticos en redes sociales.

Campaña “sucia”, en el sentido estricto de la palabra, es la de pinta y pega, como la que un par de candidatas de ARENA decidieron emprender y que solo demostró su ignorancia de la ley, quizás restándoles más votos de los que les podría haber ganado. Entendámoslo bien: señalar lo obvio, criticar o hacer preguntas buscando que los candidatos rindan cuentas, no es campaña sucia, es participación política. Y estaremos mejor si a los que no les gusta, se buscan otra profesión.

*Lic. en Derecho con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg