Es tiempo de escuchar a los pobres

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Didelco venció a UTEC el sábado.

/ Foto Por EDH

Por Por William Pleitez*

2015-01-26 5:00:00

Escuchar a los pobres ha sido valorado como un signo de sabiduría de las naciones. “Hay que ver las cosas desde la posición ventajosa de la gente” recomienda Mahbub ul Haq, el creador de los Informes sobre Desarrollo Humano. “Tenemos el deber de escuchar la voz de los pobres” dice el Papa Francisco.

Ese fue el propósito de un trabajo de campo realizado por el PNUD con el apoyo de TECHO en 20 comunidades de las más pobres del país y publicado recientemente en el libro denominado: La pobreza en El Salvador desde la mirada de sus protagonistas.

A diferencia de lo que reportan los estudios de opinión pública, cuando a esta gente se le preguntó ¿Cuál era el principal problema del país?, su respuesta, aunque parezca obvia, fue, la pobreza en que viven.

Para entender el significado de vivir en pobreza, la mayoría de personas consultadas coincidían en tres aspectos. Primero: “Mire lo que comemos”, decía una mujer de la comunidad San Chico, en Comasagua, haciendo referencia a que su consumo alimenticio se limita a sal, tortillas, frijoles y arroz; destacando que con frecuencia en su casa no tenían lo suficiente para comer los tres tiempos y se veían obligados a comer salteado. “Cuando la cosa se pone seria, aunque yo no pueda, pero por lo menos trato que coman mis hijos”, añadía.

Segundo aspecto. “Mire dónde vivimos”, señalaba una señora de la comunidad Chorro Arriba, en Izalco, mostrando la diversidad de carencias que presentaba su vivienda en cuanto a piso, techo y paredes y a la falta de servicios básicos. “Es que vivimos todos amontonados y en medio de la suciedad, como que fuéramos cuches”, agregaba luego de avergonzarse cuando el joven investigador le pidió prestada la letrina de su casa.

El tercero es la falta de tiempo y de lugares de esparcimiento en la casa, en la escuela y en la comunidad. “La divierta para nosotros no existe”, decía melancólicamente una adolescente de la comunidad El Trébol, en Metapán. “Cuando hay lugar, voy a traer leña; si no, agarro la Biblia y me pongo a leer un rato”, fue la respuesta que dio otra mujer de la comunidad Dos Amates, de Chiltiupán, cuando se le preguntó qué hacía en su tiempo libre.

Al preguntárseles sobre las causas de su pobreza, hubo también tres respuestas predominantes. La más frecuente fue “la falta de trabajo”, no porque no trabajen, y a menudo muy duro, sino porque generalmente los empleos que consiguen son temporales o mal remunerados. “Si hay trabajo, me alegro porque sé que aunque gane poco va a haber para la comidita. El problema es que pueda que hoy haya y mañana ya no. Es una pobreza que nos llega porque no tenemos trabajo todos los días”, sostenía un jornalero de la comunidad Santa Lucía, en San Julián. De similar parecer era una madre soltera de Altos del Matazano en Santa Tecla, quien expresó: “Yo lo que más deseo es tener un trabajito estable que me permita ganar lo suficiente para mantener el hogar”.

La “pérdida de la salud” también es mencionada como una causa frecuente de la pobreza, debido a que impide el aprovechamiento de las pocas oportunidades de empleo que se les presentan y porque obliga a las familias a incurrir en gastos extraordinarios en transporte y medicinas. “Si uno está alentadito, la alegría es trabajar para ganarse el pan de cada día, pero cuidadito si se enferma, porque lejos de ganar lo que le vienen son gastos”, decía un hombre sexagenario de la comunidad Tierras de Israel de San Pedro Masahuat.

La tercera causa es la amenaza de “perder lo poco que se tiene”, por causa de un desastre natural, pero principalmente por la violencia y la delincuencia. “A nosotros nos gusta el fútbol”, decía un hombre joven, de la comunidad Chorro Arriba de Izalco. Señalando a su compañera de vida, agregó: “pero no me la puedo llevar a ella (conmigo), porque un día que me la llevé, (los ladrones) se me metieron a la casa”.

Curiosamente la falta educación casi nunca fue mencionada como causa directa de su pobreza. Al indagar, la razón era sencilla: sabían que para salir de la pobreza la educación era esencial, pero también que los niveles alcanzados o al alcance de sus hijos eran insuficientes para lograr ese objetivo. Un joven de la comunidad San Benito, en Cojutepeque fue claro al afirmar: “Los que no tenemos noveno, ni bachillerato no tenemos oportunidades”. Una viuda soltera de la comunidad La Esmeralda, en Tepecoyo, por su parte manifestó: “Tengo doce años de trabajar solo yo; me quedaron cuatro hijos, el primero ya está en noveno grado, por la ayuda de Dios. Hay días que le doy la cora, pero hay días que no puedo, pero ahí va. Hasta ahí lo voy a dejar en noveno, ya las fuerzas no me dan”.

En síntesis, escuchar a los pobres hoy en El Salvador, es darle prioridad al trabajo decente, la educación, la salud, la seguridad alimentaria y ciudadana, la vivienda digna y la posibilidad de divertirse; sin olvidarse de que “cuando todo es prioritario, nada es prioritario”.

* Economista Jefe del PNUD.