“Un vodka, pero salvadoreño por favor”

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Un vodka, pero salvadoreño por favor

Por Por Max Mojica*

2015-01-11 5:00:00

Resulta curioso analizar el “milagro finlandés” del que poco se habla en nuestras latitudes tropicales. De Finlandia difícilmente conocemos más allá de que es un productor de los mejores vodkas del mundo, lo irónico es que entre Finlandia y El Salvador existen más similitudes de las que se puede apreciar a primera vista.

Hasta hace pocas décadas, Finlandia era un país que vivía de la agricultura y de la exportación de materias primas, lo que provocaba que su economía estuviera atada a los ciclos económicos mundiales en donde se aprecian o deprecian los llamados “comodities”, lo cual hace que la economía de un país como El Salvador, esté eternamente atada al valor del café sin que podamos –como productores– hacer mayor cosa para influenciar en su precio a nivel mundial. Algo similar a lo que ocurre en Brasil, en donde su aceleración económica repentinamente terminó, cuando las materias primas producidas en dicho país dejaron de ser demandadas por los países desarrollados.

Finlandia, el país más pobre de Europa, con 5.3 millones de habitantes, que arrastraba las taras propias de los países que se encontraban bajo la órbita comunista, pasó a figurar a los primeros lugares del ranking de competitividad internacional según el Foro Económico Mundial, avanzando no sólo en materia económica, sino que también se le ha asignado el primer puesto en el ranking de los países más democráticos del mundo, según la organización Freedom House. Si hubiera una copa mundial de progreso económico y social, los finlandeses simplemente la ganarían.

¿Qué hace tan diferentes a los salvadoreños de los finlandeses? ¿Será nuestra actitud más relajada, propia de la vida en el trópico lo que nos hace tan diferentes a esas personas cuyo clima adverso los hace más proclives a incentivar el trabajo en equipo y la civilidad, como una condición que les permite enfrentar conjuntamente los rigores del invierno? La respuesta es mucho más simple y pragmática de lo que se podría esperar, lo que hace tan diferentes a los finlandeses de los salvadoreños, es la educación.

Si le damos crédito al director del Departamento de Prensa de la cancillería finlandesa, Pietri Toumi-Nikula, la clave del éxito finlandés es la educación. Los logros de dicho país en materia educativa se remontan a un edicto del arzobispo luterano Johannes Gezelius del Siglo XVII, el cual establecía que ningún hombre que no supiera leer podría casarse. El resultado fue que los finlandeses de entonces, que ardían de pasión por una dama y deseaban casarse, no tenían más remedio que aprender a leer.

Con el tiempo, el hábito por la lectura se extendió por el país, al punto que hoy el diario más importante de Finlandia tiene una tirada de casi medio millón de ejemplares. Para muestra, todos los periódicos combinados en El Salvador difícilmente llegan a tener una tirada total superior a los doscientos cincuenta mil ejemplares, es decir, en El Salvador con cantidad levemente mayor de habitantes, leemos en total, para todo el país, la mitad de uno solo de los vehículos de conocimiento y cultura que tiene Finlandia.

¿Cómo lograron entonces los finlandeses tener un ingreso per cápita similar al de los ingleses, franceses y alemanes? ¿Cómo hicieron para pasar de ser un país agrícola que sólo exportaba madera a ser un exportador de alta tecnología? De acuerdo a la presidenta de Finlandia, el secreto es muy sencillo: educación, educación, educación. En las últimas décadas, Finlandia invirtió importantes recursos fiscales en el desarrollo de un sistema educativo gratuito, no sólo enfocado en la transmisión del conocimiento sino en el estímulo de la investigación y desarrollo de nuevos productos. Eso le permitió al país pasar de ser una economía agraria, basada en la industria maderera a tener una industria de tecnología de avanzada, todo lo cual, eventualmente, hizo que el país finalmente abandonara el subdesarrollo.

En El Salvador tradicionalmente ningún gobierno ha puesto la atención debida a la educación de los niños y jóvenes quienes, lo queramos o no, son el futuro de nuestro país y si a eso le agregamos la fuga de cerebros que está ocurriendo a todo nivel, en donde técnicos, obreros calificados, profesionales y empresarios, están prefiriendo llevar sus talentos a otros países a donde es apreciado y reconocido, hace que el futuro de nuestro querido El Salvador se vea gris y complicado.

En lo personal me considero un optimista incorregible, lo que me hace pensar que no hay error que no se pueda rectificar. Ahora que tenemos por presidente precisamente a un maestro, los salvadoreños esperaríamos un importante apoyo al sector educativo que nos ponga en la ruta para salir del subdesarrollo y, ¿quién sabe? Si apostamos nuestro futuro a la educación de nuestros hijos, si el Estado destina sus magros recursos a la mejora de las escuelas públicas y a mejorar el nivel de ingreso y preparación de sus maestros, si los pocos recursos se focalizan adecuadamente en vez de acabar en el agujero negro de la corrupción, entonces quizás en algunos años nuestros productos sean de tal calidad que ya no pidamos un vodka finlandés, sino uno salvadoreño… en las rocas por favor.

*Colaborador de El Diario de Hoy.