Masa humana y liderazgo

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Por Por Luis Fernández Cuervo*

2014-12-14 5:00:00

La teoría y experiencia de “las ventanas rotas” está de moda en nuestro medio, con críticas y alabanzas, como era de esperar. En cambio a mí me ha suscitado viejos recuerdos de algunos hechos pintorescos que poco tienen que ver con esa experiencia. La única relación entre ambos sucesos es que siempre se necesita un líder que desencadene la acción de la masa.

La memoria me lleva a 1950 o 51. Comienzo mis estudios de medicina en Madrid. Estoy en el primer año que se cursa en los edificios de la Facultad de Medicina de la Ciudad Universitaria, en las afueras de la ciudad. Gobierna en España el general Francisco Franco, con una aceptación mayoritaria ya que, de los opuestos a su gobierno, la mayoría ha muerto en la guerra civil, otros están encarcelados y otros han elegido exilarse del país.

Todavía faltaba tiempo para que los partidos comunista y socialista, en la clandestinidad, restructurasen sus mandos y ampliaran sus acciones, como puede verse en lo que relato a continuación del ambiente universitario.

Hubo un brusco y sorprendente aumento en el precio de pasajes en los tranvías y autobuses de la Ciudad Universitaria. No sé si alguien se encargó de echarle leña al fuego pero para mí y para muchos de mis compañeros de curso nuestra indignación fue espontánea y pronto nos sumamos a una huelga de una masa estudiantil ruidosa pero muy limitada en violencias. Yo no efectué ningún destrozo y tampoco recuerdo ningún vidrio roto o cosa destruida por otros huelguistas, pero sí colaboré a desalojar a los ocupantes de autobuses y tranvías bajo amenazas de violencia.

Siempre he tenido sentido del humor y una observación crítica de las acciones humanas. Por eso, de aquellas huelgas se me han borrado muchos aspectos pero no el hecho de que en un momento dado estábamos una serie de jovenzuelos rodeando a un autobús vacío y gritándole: -¡a volcarlo, a volcarlo!

Como es lógico, el autobús permaneció imperturbable en medio de aquella masa gritona, situación francamente grotesca que terminó marchándonos a gritar a otra parte. Pero yo tuve muy claro que, si alguno de nosotros hubiera puesto las manos encima del autobús con ademán de volcarlo, el resto habría juntado esfuerzos y el autobús, una vez volcado, habría sido destruido.

El otro recuerdo de aquella huelga es más grotesco aún. La masa estudiantil en huelga pronto fue a llenar el vestíbulo de la Facultad, pero allí no iba a resolverse nada. Tanto es así que a un amigo y a mí nos empezó a dar risa, sobre todo cuando comenzamos a gritar muy fuerte unos ¡vivas! y ¡mueras!, que eran coreados entusiastamente por toda la masa. En realidad lo que decíamos era “viva el Real Madrid, muera el Atlético”, pero teniendo cuidado de que los vivas y mueras fueran fuerte y claros y, lo que seguía, decirlo de manera débil y poco entendible.

Aquello nos pareció tan ridículo y divertido que pronto quisimos ampliar nuestro festivo liderazgo con los gritos imperiosos de “¡al laboratorio, al laboratorio!”, para comprobar fascinados cómo casi toda la masa obedecía y subía al laboratorio para poco después al grito de “¡abajo, abajo!” ver cómo volvía al vestíbulo. Dos o tres veces la hicimos subir y bajar hasta que nos dio miedo que descubrieran quiénes estaban manipulándola, por pura diversión, y tomaran serias represalias sobre nosotros dos.

Puede ser un hecho triste para los que adoran la igualdad, el poder popular, la no discriminación, etc., descubrir que siempre habrá líderes y masa, que no somos iguales y que la justicia no es dar a todos por igual sino a cada uno lo suyo y que lo que parece natural y de consenso universal, muchas veces es el resultado de un trabajo oculto, muy bien hecho, de una empresa con recursos y habilidades suficientes para manipular a las masas de siempre y hacer que acepten sus fines ideológicos, económicos o políticos.

*Dr. en Medicina.

Columnista de El Diario de Hoy.

luchofcuervo@gmail.com