Un testimonio personal

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La Azul Sub 17 ya tiene rival para el repechaje. Foto EDH

Por Por María A. de López Andreu* *Columnista de El Diario de Hoy.

2014-11-07 6:03:00

Este 2 de noviembre, recordando a mis queridos difuntos, celebré cinco años de sobrevivencia con una enfermedad terminal. Escribo estas líneas en acción de gracias por todo el amor y la misericordia que el Señor, Padre ante todo, me ha concedido.

Era 2/11/2009, día de asueto. Debido a un severo malestar, un absceso y temperatura de 40º, nuestro médico recomendó ir a la emergencia del hospital. “Será rápido” pensé. ¡Error! Quedé hospitalizada 11 días, con antibióticos intravenosos, estudios variados, biopsia de médula ósea, etc. No hubo diagnóstico definitivo.

Me puse en manos de Dios, mediante la intercesión de Juan Pablo II, y al cuidado del doctor Héctor Valencia, quien sabía que existía una malignidad que no podían determinar y recomendó hacer exámenes en Estados Unidos.

Estuvimos en Miami, pero fue en el MD Anderson (Houston) que diagnosticaron una leucemia, incurable y sin tratamiento, porque siendo tan rara, hay pocos estudios al respecto. Recibí amplias recomendaciones, enfatizando que las infecciones podrían ser fatales.

2010 y 2011 fueron tiempos de hospital: graves infecciones, cirugías, biopsias y tratamientos. Tanto el Dr. Valencia como mi hija buscaban información y sus investigaciones coincidieron, encontrando que el Moffitt Cancer Center, en Tampa, Florida, tenía experiencia con mi tipo de leucemia. Partimos, llevando el historial preparado por mi médico.

Allí, tras infinidad de estudios, encontraron dos malignidades. Me practicaron una alta cirugía en septiembre de 2011 y, al recuperarme de ella, en San Salvador y bajo la supervisión del Dr. Valencia, recibí cuatro meses de quimioterapia, a base de pastillas que mi primo José Alfredo compraba en Guatemala, porque aquí no había. Sufrí algunos efectos secundarios pero, hasta la fecha, no he necesitado otro tratamiento. La enfermedad continúa, he tenido algunos problemas, pero me siento bien, trabajo desde mi casa (por el peligro de infecciones) y agradezco la intercesión del ahora santo, Juan Pablo II, logrando para mí la demostrada Providencia del Señor: el haber conocido al Dr. Valencia, el que mi familia haya sido previsora, contando desde siempre, con un seguro que proveyó lo necesario, el Internet, que facilitó la investigación para encontrar ayuda específica, la maravillosa atención recibida en el Moffitt, no solamente por la calificación científica de sus médicos, sino, principalmente, por la calidad humana de los mismos. Y por último, pero prioritario en importancia, el apoyo de mi esposo, de mis hijos, nuera, yerno, nietos, familiares, amigas y las oraciones de tantas personas, nobles y generosas, que han contribuido a mi salud y paz espiritual, especialmente Tere de Compte, quien periódicamente me traía la Santa Comunión.

A los 34 años tuve mi primer cáncer y Dios me salvó; 34 años después me llegó otro diferente; lo acepté en paz y agradecida por tantas “horas extra” que había vivido. Ahora, esta sobrevivencia adicional significa que ya queda poco tiempo hacia adelante, en el que agradeceré la generosidad sin medida del Señor, que me permitió pasar de los 70 años, celebrar las Bodas de Oro matrimoniales y conocer a dos bisnietas. Es tanto lo recibido, que hasta me atemoriza, porque en igual medida deberé corresponder.

Lo mínimo, entonces, es dar este testimonio público de gratitud y esperanza: el mejor lugar para estar siempre –en las buenas, en las malas, en las regulares y en las pésimas– es en las manos de Dios.