¿Quién escribe la historia?

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Por Por Paolo Lüers*

2014-11-12 5:00:00

” Siempre es el vencedor quien escribe la historia, incluso la de los vencidos”, dijo en un poema Bertold Brecht, el poeta y dramaturgo alemán fascinado por el comunismo y su culto a las víctimas de la historia. El poema sigue así: “El matón le desfigura la cara a su víctima / el débil sale del mundo y queda la mentira”.

Afortunadamente, no siempre tiene la razón esta expresión del fatalismo. No siempre el débil pierde. Y no siempre el poderoso impone su versión de la verdad. La historia de Auschwitz al fin la escribieron, válida para la humanidad entera, las víctimas. La historia de las masacres de Guernica, My Lai y El Mozote, no la lograron escribir los asesinos. La escribieron las víctimas. La historia de la guerra civil española la conocemos desde el punto de vista de los republicanos. Al fin, la historiografía no es darwinista, sino nace de la época de la ilustración. No siempre se impone la fuerza, a veces se impone la razón.

La guerra nuestra de todos modos no cabe en este esquema de Brecht: sabiamente la terminamos sin vencedores ni vencidos. No hay nadie que desde su posición de fuerza fáctica pueda imponer su versión y establecerla como verdad. Tampoco hay nadie que desde una incuestionable posición ética puede decir: Yo tuve la razón, por tanto yo escribiré la historia de esta guerra. Cualquier que intente escribir esta nuestra historia arrogándose que le asiste la razón ética, va a fracasar. Nuestra guerra produjo pluralismo, y esto se tiene que reflejar en cómo escribir su historia.

Tal vez sea por esto que la guerra salvadoreña aún no ha sido contada. Nadie ha podido ofrecer una verdad definitiva. Tal vez nunca la habrá. Hay cuentos, hay ensayos, hay denuncias, hay libros llenos de anécdotas, hay odas al heroísmo, unas de soldados y otras de guerrilleros, pero nadie ha escrito o puesto en pantalla LA historia de nuestra guerra.

Ahora un grupo de hombres de derecha nos presenta la primera parte de lo que será la trilogía “Los archivos perdidos del conflicto”. Todo el mundo sabe quiénes son y de dónde vienen: Gerardo Muyshondt, Ricardo Simán, Toto Rodríguez, miembros de tres influyentes familias de la derecha salvadoreña.

Pero en contra de todos los escepticismos y sospechas, no trataron de cometer la locura de contar la historia de la guerra desde una perspectiva de vencedores, sin haber ganado la guerra. Tampoco trataron de retratar nuestra historia desde lo que en inglés se llama “Righteousness”: la convicción de que todo lo que hiciste, incluyendo lo malo, es justificado ante Dios y la moral.

Si acaso los autores de “Los archivos perdidos del conflicto” tuvieron esta convicción, la perdieron al enfrentarse a los miles de documentos sobre la guerra que coleccionaron, revisaron y procesaron para su documental, muchos de ellos inquietantes. Si la tuvieron, abandonaron rápido la intención de escribir “la historia verdadera y definitiva del conflicto, desde el punto de vista de la gente honesta”, o sea desde las convicciones de la derecha de haber tenido la razón de su lado.

Me consta, porque discutí con ellos en diferentes momentos de la producción, que Gerardo Muyshondt y Ricardo Simán, al sumergirse en los archivos fílmicos, fotográficos, testimoniales de la guerra, cambiaron la manera de ver su país, la historia, el mundo. Mucho más aún, cuando comenzaron a entrevistar a docenas de protagonistas de la guerra, de las más diferentes ideologías y experiencias, y se dieron cuenta que no hay una solo manera de interpretar y explicar cómo y por qué el país se deslizó a la guerra. Esta experiencia de apertura y reflexión crítica se transmite al público.

La confrontación tan violenta con la realidad y con el universo tan plural de los protagonistas produjo al final una película que abandona el intento de justificar el actuar político y militar de la derecha y de condenar el actuar político y militar de la izquierda.

Ojo: Sigue siendo una película hecha por gente de derecha. Por suerte no tratan de engañarnos con una imparcialidad o neutralidad que de todos modos sólo podría ser ficticia. Hay que agradecerles que nos ahorran una payasada de ese tipo. La película nos cuenta la historia desde la perspectiva de la derecha, pero toma en cuenta los argumentos de la izquierda. Pero siguen siendo los autores, que son de derecha, quienes escogieron, editaron, descartaron los elementos del rompecabezas. Pero es una derecha que está dispuesta a tomar en serio lo que dice la izquierda sobre los orígenes de la guerra. Es una derecha que está dispuesta a someter a revisión crítica su propia actuación durante la guerra, incluyendo las justificaciones para escuadrones de la muerte y masacres.

Esto no significa que lo que presenta la película sea la verdad. Sobre varios aspectos fundamentales de esta historia no existe una verdad, y ellos no tratan de imponer una. Tampoco significa que la película no incluya errores. No voy a hablar, en esta ocasión, de errores cinematográficas, aunque también existen. Hablo de errores políticos. A mucha gente de izquierda les molestará que la película desmonta el mitos revolucionario de los secuestros y los muestra como lo que son: no actos de combate, sino crímenes cobardes contra civiles, que hay que condenar con igual rigor que los asesinatos cometidos por los escuadrones de la muerte. El error de la película no consiste en poner en evidencia la hipocresía de la izquierda en el tema de los secuestros. Este es un aporte positivo. El error de la película consiste en que no desarrolló al mismo tiempo y con el mismo rigor las matanzas de maestros, estudiantes, sindicalistas a mano de los cuerpos de seguridad y los escuadrones.

Otro error es dar tanto espacio a personajes que no aportan nada. Es necesario que en la película hablen los protagonistas, pero no los payasos. Está bien que hablen Fermán Cienfuegos y el Chato Vargas, Facundo y Cristiani, pero dan demasiado espacio a las incoherencias de Francisco Jovel, Alejandro Duarte y el general Gustavo Perdomo. Es absurdo entrevistar a Mauricio Gutiérrez Castro sobre el golpe del 15 de octubre, pero a ninguno de los militares golpistas. También queda débil el capítulo sobre la Iglesia, por la misma razón: Pusieron a hablar a quienes nunca entendieron el fenómeno.

Con todo los errores y vacíos, esta película es un primer paso de la derecha a someter a revisión su propio rol en el conflicto. No veo, por ahora, que la izquierda muestre la misma apertura.

*Columnista de El Diario de Hoy.