El papel de los políticos en el desarrollo humano

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La intendente de bancos y conglomerados, Silvia Arias, a las afueras de las oficinas de Equifax.

Por Por William Pleitez*

2014-11-03 5:00:00

Si el desarrollo humano, es definido como “la expansión de las capacidades de las personas que aumentan sus opciones y oportunidades”, la democracia es el pilar requerido para su consecución en el ámbito político.

Lo que ha ocurrido en El Salvador, durante los últimos treinta años, sin embargo, parece una gran paradoja. Por un lado, lleva ya siete gobiernos electos democráticamente, puso fin a la guerra civil, ha disminuido los índices de pobreza y desigualdad y es de los países de América Latina que más progresos ha experimentado en desarrollo humano. Por otro, los déficits sociales en nutrición, salud, educación y vivienda continúan siendo considerables; la capacidad de la economía de generar empleo y crecimiento económico es muy baja; se están volviendo a registrar niveles de déficit fiscal e incrementos en la deuda pública que de no corregirse pronto, podrían generar problemas de insolvencia; mientras que en lo político, la polarización y fragmentación de diversos sectores de la población continúan, al tiempo que se ha desatado una ola de violencia y delincuencia que está generando incluso más muertes que durante el conflicto armado. Producto de ello, sólo el 53% de la población salvadoreña se expresa algo o muy satisfecha con la forma en que ha funcionado la democracia (IUDOP, 2014).

Esto indica que si bien la democracia ha generado réditos importantes al país, sus raíces todavía no son muy profundas. En parte esto se debe a que al ser este sistema político todavía muy joven, los gobernantes tienden a ser culpados de todas las cosas que van mal, aunque no siempre sean de su responsabilidad.

Existen, sin embargo, algunos signos muy alentadores. Uno de los más importantes es que, a pesar de que durante los últimos quince años la mayoría de la población se muestra consistentemente insatisfecha con el rumbo del país, nadie se atreve a abogar por un regreso al autoritarismo; por el contrario, lo que se observa es un uso creciente de las instituciones democráticas para gestionar las tensiones y diferencias que se dan entre los diferentes actores. Por otra parte, aunque las valoraciones hacia las instituciones del Estado suelen ser bastante negativas, la población salvadoreña parece diferenciar cada vez más a la hora de identificar los responsables de una gestión inadecuada de los asuntos públicos. Alrededor del 40% de la población, por ejemplo, expresa sistemáticamente tener alguna o mucha confianza en la labor desarrollada por las alcaldías y por el gobierno central; mientras que en el caso de los partidos políticos, la Asamblea Legislativa y la Corte Suprema de Justicia los niveles de confianza descienden a menos de 20%.

Parafraseando el Informe sobre el Estado de la Democracia en América Latina (PNUD, 2004), lo que está pasando en El Salvador, no es que haya malestar con la democracia, pero sí hay malestar en la democracia. Esto, en gran medida, es el resultado de que la población parece tener bastante clara la distinción entre la democracia como sistema de gobierno y el desempeño de los gobernantes en particular. Tan es así, que para enfrentar los agudos problemas que enfrenta el país, tanto en el partido de gobierno como en los de la oposición, se prefiere optar por la búsqueda de líderes frescos que puedan resultar atractivos a la población por sus propuestas innovadoras, antes que buscar soluciones antidemocráticas.

Es indiscutible que en el país todavía hay muchos problemas no resueltos, que algunos incluso se han agudizado en medio de su corta experiencia democrática y que los políticos han tenido en ello bastante responsabilidad. Sin embargo, para ser justos, es importante reconocer que los costos por esos errores son pagados principalmente por ellos con su prestigio y honor, asumiendo muchos más riesgos que aquellos que nos limitamos a únicamente a opinar y que nos olvidamos que política no es sólo, ni es siempre, lo que hacen los políticos, sino lo que hacen las ciudadanas y ciudadanos y sus organizaciones cuando se ocupan de la cosa pública.

Por eso, al momento de evaluar el desempeño de los políticos es importante tener siempre presente a Max Weber, quien decía: “La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no sólo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible. Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un ‘sin embargo’, sólo un hombre construido de esta forma tiene ‘vocación para la política'”.

* Economista, jefe PNUD..