Los archivos perdidos del conflicto: El documental

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Foto Por edhdep

Por Por Luis Mario Rodríguez R.*

2014-11-15 5:00:00

Tarde o temprano el conflicto de los ochenta nos alcanzará a todos. A quienes lo protagonizaron, a los que pasivamente lo sufrieron, y a quienes ahora bregamos contra otro tipo de combate: el despliegue del populismo, de la corrupción, de la apatía por asumir el papel que nos corresponde en el Siglo XXI y el del oportunismo político. Los artífices de la guerra, que luego pasaron a ser los artesanos de la paz, no eligieron nacer en aquella época. Optaron por involucrarse en la lucha armada porque los unos aseguraban que la pobreza, la injusticia y la represión los ahogaba, y los otros por una profunda convicción que el país se encaminaba hacia un modelo como el cubano o el soviético, donde el Estado lo era todo y el individuo no tenía más iniciativa que la permitida por quienes los gobernaban. Lo cierto es que todos decidieron ser agentes de cambio en un momento en el que perseguir sus ideales podía terminar en cárcel, destierro o muerte.

A esos que figuraron en “la década pérdida” les debemos la paz. Fueron jóvenes comprometidos, inmaduros pero valientes, hombres y mujeres que soñaban, a su modo, con un El Salvador libre, justo, solidario y próspero. Abandonaron a sus familias, renunciaron a sus planes profesionales o empresariales, y se involucraron de lleno en una causa que les tomaría décadas alcanzar. Miles murieron en el camino, o testimoniaron el asesinato de sus seres queridos, sus amigos o sus compañeros de lucha. A otros los ajusticiaron, creyéndolos traidores, y hubo quienes ofrendaron la vida como víctimas de secuestro, “capturados” les decían, por quienes exigieron millonarias sumas de dinero que financiarían el empeño de los que buscaban detener con las armas lo que lamentablemente no se pudo atajar con la razón.

Aquellos fueron momentos de confusión que forjaron el carácter de los que habrían de padecer situaciones de angustia, de frustración, de remordimiento, de cólera, y probablemente uno que otro sentimiento de esperanza e ilusión cuando se habló por primera ocasión de finalizar la disputa a través del diálogo. Enredarse en aquel enfrentamiento suponía dejarlo todo y pasar a la clandestinidad. Podía significar el desaparecimiento de su familia, el cierre de la empresa o en su caso, el exilio en tierras lejanas. Por eso tienen tanto mérito los personajes de aquellos tiempos. Guerrilleros, soldados, empresarios, profesionales y políticos lo arriesgaron todo. Lucharon, además, atizados por la guerra fría, que financió a ambos bandos y que al final los empujó a firmar los pactos en Chapultepec.

Hubo otro segmento de la población que vivió la contienda pasivamente. Sufrió las restricciones de sus derechos, probablemente perdió a algún conocido o pariente, fue víctima de enfrentamientos cruzados entre guerrilleros y soldados, atestiguó la quiebra de su empresa, o simplemente creció con el espanto y el horror que algún día le tocaría el turno de aguantar los efectos de la refriega. Esos son archivos que no tienen un personaje único. Son colectivos de ciudadanos que de vez en cuando aparecían en un noticiero bajo una bandera blanca, protegiendo a los hijos, arrastrando a algún herido o corriendo para conseguir un lugar seguro. Son también héroes y heroínas de la guerra y merecen un aplauso porque ahora luchan contra otro flagelo: el de la polarización entre aquellos que preferían matarse antes que sentarse a conversar.

Finalmente llegamos a los jóvenes de los noventa y principios del Siglo XXI. Se trata de una población con muchos contrastes. Son actores convencidos, cada quien en sus respectivos ambientes, que deben intervenir tarde o temprano en el curso de los acontecimientos. Algunos ya lo hacen, de manera involuntaria y ciertamente en niveles muy diferentes. Un grupo mayoritario intenta sobrevivir al fenómeno de la violencia, materializado principalmente por el acoso de las pandillas. Otro segmento se involucra en organizaciones juveniles, monta conferencias y campañas virales en las redes sociales, vive ajeno a la inseguridad, aunque con cierta psicosis por la ola criminal, y critica a la clase política. A los primeros les ha tocado vivir unas circunstancias, que de manera similar a los actores de la guerra, no pidieron sobrellevar. Los segundos, en cambio, tienen la suerte de poder optar, y esa sola razón les obliga a implicarse con mayor responsabilidad.

El documental “Los archivos perdidos del conflicto”, apoyado por un grupo de jóvenes, patrocinado por hombres de negocios y producido por un empresario aventurado, que ama a su país, puede ser el espejo cuyo reflejo permita que los episodios más encendidos del conflicto nos envuelvan a todos para que entendamos cuánto hemos avanzado, cuánto nos falta por hacer y que nadie, ni hoy ni dentro de cien años, podrá ser ajeno a una guerra que marcó para siempre a nuestro país.

*Columnista de El Diario de Hoy.