Generadores de violencia

descripción de la imagen
No hay reserva en información sobre procesos administrativos contra empleados judiciales

Por Por Fernando Poma*

2014-10-14 5:00:00

La vida está llena de contradicciones. Se supone que para un niño, el hogar debería ser un lugar donde, entre otras cosas, encuentre estabilidad, seguridad, dirección y cariño. También se espera que los padres velen por el valioso regalo que han recibido, sus hijos. Lamentablemente, la realidad es otra. La violencia familiar, que incluye el maltrato y hasta homicidio de niños y cónyuges, inunda los titulares de la prensa. Frecuentemente nos enteramos de casos en los que niños son agredidos, violados y hasta asesinados, a veces incluso por sus propios padres, y en ocasiones como parte de una venganza hacia la pareja.

En el discurso que dio, en el marco de la celebración del Día del Niño el 1 de octubre de 2014, el representante de UNICEF, Gordon Jonathan Lewis, indicó que un informe reciente a nivel mundial, sitúa a El Salvador a la cabeza de los países con mayores tasas de homicidios contra personas de entre 0 y 19 años, con 27 muertes por cada 100,000 habitantes. Proporcionó además otras cifras alarmantes:

-Entre los años 2005 y 2013, se reporta un total de 6,300 homicidios de niños.

-984 niños o adolescentes fueron víctimas de homicidio entre el 2012 y 2013.

-El 89% de todos los homicidios están concentrados en la población de 15 a 19 años de edad.

-Entre los años 2001 y 2011, se registró un total de 25,680 agresiones sexuales; 94% fueron cometidas contra niñas y adolescentes.

-Existe un aumento del 160% en casos de abuso infantil entre los años 2012 y 2013.

-847,165 niños viven sin su padre, madre o ambos; el 70% por abandono del padre.

-7 de cada 10 niños sufren algún tipo de violencia en su hogar.

-Más de 300,000 niños viven en hogares donde 1 familiar ha emigrado.

En El Salvador, nos quejamos de la violencia, pero parte del problema lo creamos nosotros mismos, al provocar o no impedir el abuso a los niños. En nuestra sociedad, para muchos, el maltrato infantil ya es parte de la cultura y está compuesta de rutinas y prácticas cotidianas, que son percibidas como naturales; se tienen ideas tales como que los hijos pertenecen a los padres y que ellos pueden decidir sobre su destino impunemente, de acuerdo a la investigación hecha por José Miguel Cruz y Nelson Portillo Peña, en la publicación Solidaridad y Violencia en las Pandillas del Gran San Salvador.

Los padres pueden fácilmente socavar la autoestima de un hijo y crear heridas mentales que los cambian para siempre. La autoestima es la forma en que una persona se valora a sí misma. El niño se forma un concepto de sí mismo basado en la idea que los padres tienen de él y se valora como lo califican los demás. Joy Byers, especialista en abuso de menores, dice: “Las agresiones físicas pueden matar a un niño, pero también se le puede matar el espíritu, y a eso pueden llevar los constantes comentarios negativos de los padres”. La revista FLEducator comenta: “A diferencia de los golpes, que pueden verse y terminan por desaparecer, el maltrato psíquico produce cambios invisibles en la mente y la personalidad del niño, y altera de modo permanente su concepto de lo que es real y su interacción con otros”. Con una autoestima baja, un niño es propenso a ser agresivo, irritable, poco cooperador, negativo y desafiante. Cuando estos niños crecen, son propensos a desarrollar tendencias a la drogadicción, alcoholismo, delincuencia, trastornos psicóticos y depresión.

Por otra parte, todos los seres humanos necesitamos tener un sentido de pertenencia. Aunque hay múltiples factores que influyen en el ingreso a las pandillas, muchos de los niños condicionados a la violencia desde pequeños, al sentirse abandonados y descuidados por sus padres, buscan ese sentido de pertenencia en éstas. La mara se convierte en la nueva, o en casos extremos, en la primera familia de estos jóvenes. Esto explica por qué, aún con el riesgo que implica a su propia integridad física, muchos jóvenes ven como su tabla de salvación a las pandillas, el sitio donde es posible para ellos satisfacer las carencias afectivas y materiales. (Cruz y Portillo, 1998; UCA, 2004).

Para vivir en sociedad, necesitamos relacionarnos con otras personas y de allí aprender comportamientos, conductas, y creencias que nos ayudan a definirnos como individuos. Es en la adolescencia cuando construimos esa identidad. Un niño que crece en contextos familiares de maltrato y violencia, lo más seguro es que adoptará una identidad fundamentada precisamente en esa violencia. Como es el único patrón de conducta que conoce, ese menor maltratado muchas veces continuará con el ciclo de violencia y agredirá a sus propios hijos o a las personas que los rodean, en general, de manera inconsciente. En estos casos, la violencia se transmitirá de generación en generación, repitiendo las mismas pautas de conducta. El Doctor Richard J. Gelles, experto en violencia doméstica, identificó este fenómeno como uno de los principales factores relacionados con la continua ocurrencia del maltrato infantil y conyugal.

Cambiar esta situación requiere que seamos padres responsables, cumpliendo nuestro papel de garantizar un ambiente libre de violencia en el hogar y proporcionar a nuestros hijos las cosas básicas que ya hemos mencionado. Además, como ciudadanos debemos denunciar a las entidades correspondientes cualquier hecho de maltrato, tanto físico como psicológico. De igual forma, debemos presionar y contribuir para que nuestro sistema de seguridad infantil mejore, logrando un proceso eficaz en cuanto a capturas, investigaciones e incremento del porcentaje de condenas en relación a delitos. En la actualidad, en promedio, por cada dieciséis capturas, solamente una termina en condena. Finalmente, debemos trabajar para combatir no sólo las consecuencias, sino las causas que provocan los actos violentos y delictivos. De acuerdo al Magistrado y Licenciado en Derecho, de México, Alejandro E. Manterola, “el maltrato a los niños no es un mal de la opulencia ni de la carencia, sino una enfermedad de la sociedad”. Debemos tomar acciones para romper la tendencia repetitiva de violencia, hostilidad y abusos que genera nuevos agresores.

Ser padre o madre implica bastante más que simplemente engendrar o concebir un niño. Esta labor requiere, como mínimo, velar por que no vulneremos los derechos de nuestros hijos. Hagamos nuestra parte para que el ciclo de la violencia no continúe y creemos una realidad diferente para las nuevas generaciones. Buena parte de este cambio está en nuestras manos.

*Empresario.

Twitter:@fernandopoma