Los renglones torcidos de Dios: tres hechos de barbarie en el país

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Foto Por edhdep

Por Por Ricardo Chacón *

2014-09-06 6:00:00

Hace varios años leí una novela entretenida denominada “Los renglones torcidos de Dios”, escrita por Torcuato Luca de Tena Brunet, un madrileño nacido en 1923, periodista y escritor de orientación monárquica; me vino a la memoria el libro, por su interesante argumento en el que una guapa detective, Alice Gould, ingresa a un sanatorio siquiátrico haciéndose pasar por demente para resolver un crimen, me recordó, asimismo, lo que padece el país a través del sugestivo título que es usado a diestro y siniestro por propios y extraños, los renglones torcidos de Dios.

Y es que los creyentes, por lo menos de manera elemental, entienden y creen que los renglones, esa serie de caracteres, palabras o actos dispuestas en forma lineal, tienden a torcerse con las actuaciones de los hombres; la condición humana, dirían unos, el pecado dirán otros. En este sentido, más allá de la frase, el contenido de la novela es pertinente con lo que sucede en nuestro El Salvador. Alice se encuentra con la tragedia humana, con los enfermos ingresados quienes requieren no solo de atención médica sino además convencerles de que, no obstante sus deficiencias o taras, son personas poseedoras de dignidad.

El autor, creo, no solo busca pintar cómo es un siquiátrico, en sí mismo, lleno de necesidades, sin suficientes recursos, sin la voluntad y una visión moderna para atender a los pacientes. Por otra parte Alice debe demostrar que está sana, aunque parezca enferma. Sin embargo, por momentos nos hace ver que está totalmente desquiciada. La clave de ello está —y es eso lo interesante de la obra– en comprobar si Alice es en realidad una detective o se hace, o si en verdad es una loca de remate.

Ya algunos promotores de la antisiquiatría se planteaban la interrogante de quiénes son los locos, los que están en el interior de un hospital siquiátrico acusados de romper las reglas de la llamada “normalidad”, o los que están fuera de él, quienes actúan en forma irracional como desquiciados.

Y perdonen que haya dado una gran vuelta, pero no hallaba el camino para resaltar tres hechos que me parece ilustran lo enferma que está nuestra sociedad y que han impactado la opinión pública esta semana: se producen alrededor de once o doce asesinatos al día, la mayoría de jóvenes que dejan a familias sumidas en un profundo dolor, y todo por nada, sí, por nada, porque en ninguno de estos casos se persigue una causa, un ideal, en bien de la humanidad.

También —y esto es muestra de la brutalidad e irracionalidad a la que hemos llegado en el país—, un hombre de unos 20 años, en una arranque de ira mata a una niña de cinco meses. ¡Qué barbarie, cuánta crueldad! No se diga ya, del otro hecho que ha conmocionado a la población: cuerpos desmembrados arrojados por distintos rumbos de la capital. Lo macabro de esto no es solamente el hecho en cuanto tal, sino además la manera en que es tratado el suceso: por un lado, gran despliegue policial, Medicina Legal ofreciendo detalles de lo encontrado (aunque con el debido respeto a la identidad de las víctimas y sus familiares) y la cobertura noticiosa del acontecimiento.

¿Qué pasa, qué sucede en el seno de nuestra sociedad? Sin duda se trata de una enfermedad que requiere de tratamiento fuerte, drástico y profundo, que nos permita enderezar los caminos torcidos de nuestro país.

El papa Francisco, durante la homilía pronunciada en la Casa Santa Marta, esta semana, en el marco de un curso sobre la reforma de la Curia vaticana, dijo: “La Iglesia nos pide a todos algunos cambios. Nos pide abandonar las estructuras caducas. ¡Son inútiles!”, según lo consigna un cable de la agencia noticiosa EFE, publicado por el periódico español, “La Razón”. Su Santidad insistió en que “a las novedades, novedades. El vino nuevo, odres nuevos, Y no tengan miedo de cambiar las cosas según la ley del Evangelio”.

Ojo, lo dice en medio de un proceso iniciado en su pontificado como es modernizar o hacer mucho más cristiana la estructura formal de la iglesia universal, momificada y atrapada por la burocracia de sistemas que han perdido su relación con los creyentes, con el Evangelio.

El papa no se refiere a los cambios superfluos, retóricos, politiqueros impulsados por grupos de poca monta, mezquinos, sino que busca el camino que hace que los hombres sean hombres, que el país sea país, que los salvadoreños sean salvadoreños. Tal como lo señala “La razón”, el papa insiste en la renovación personal, la que considera la más importante, pero también habla de modo cada vez más claro de renovación de las estructuras de la Iglesia a todos los niveles. Esto supone, clara conciencia y, sobre todo, profunda fe. Probablemente condiciones de las que carece nuestro país para enderezar las líneas torcidas de la nación.

*Editor Jefe de El Diario de Hoy.

ricardo.chacon@eldiariodehoy.com