Rebelión en la granja

descripción de la imagen
elsalvador.com

Por Por Max Mojica*

2014-09-04 5:00:00

“Rebelión en la granja” es una novela satírica del británico George Orwell, publicada en 1945. La obra es una fábula mordaz sobre cómo el régimen soviético de Yosef Stalin corrompe el socialismo. En la ficción de la novela, un grupo de animales de una granja expulsa a los “humanos tiranos” y crea un sistema de gobierno propio que acaba convirtiéndose en otra tiranía brutal. Orwell, un socialista democrático y durante muchos años un miembro del Partido Laborista Independiente, fue un crítico de Stalin. La novela fue escrita durante la Segunda Guerra Mundial y, aunque publicada en 1945, no comenzó a ser conocida por el público hasta finales de los años cincuenta, atraso el cual se debió a que en aquella época no se estilaba en las esferas intelectuales permitir la libre circulación de críticas en contra del brutal régimen soviético.

“Rebelión en la granja” empieza con el muy borracho Sr. Jones, propietario pero muy mal administrador de la granja. Los animales desatendidos escuchan a un cerdo viejo y sabio, que los anima a rebelarse contra los humanos, para manejar la granja ellos mismos. Sobre todo, dice, “todos deben ser iguales”. Todos los animales están emocionados menos un burro cínico, que afirma que “nada va a cambiar”.

Los animales se rebelan y los cerdos, como son los animales más inteligentes, desempeñan el papel de líderes. Una vez alcanzado el triunfo de la “revolución”, un cerdo llamado Napoleón se convierte en el líder indiscutido de la granja, para lo cual emplea nueve perros feroces y enormes, para mantenerse como jefe supremo y todopoderoso. Los cerdos se aprovechan de los otros animales y rompen todas las reglas que hicieron después del la rebelión. Todo se destruye, la vida en la granja cada día empeora más, los animales se olvidan del sueño original que perseguían cuando iniciaron la revolución. En resumen, los cerdos empiezan a parecerse mucho a los horribles dueños humanos contra quienes lucharon, convirtiéndose incluso en peores tiranos que ellos. Al final, Benjamín, el viejo burro cínico de la historia, tenía razón: Nada cambió.

La obra constituye un análisis de la corrupción que puede surgir tras toda adquisición de poder, a cualquier nivel. Así, la obra posee un doble nivel de interpretación posible, por lo que su mensaje puede trascender el caso particular del régimen soviético y ser captado incluso por niños que ni siquiera conocen la historia de la Unión Soviética. Por esta razón el libro ha sido utilizado a menudo como herramienta educativa incluso en los primeros años de la escolaridad de algunos países. Está considerada una de las más demoledoras fábulas acerca de la condición humana.

Lejos de la intención de Orwell, que pretendía con esta alegoría, al igual que con su siguiente novela “1984”, publicada en 1949, denunciar a los totalitarismos nazi y soviético, el libro fue utilizado, sobre todo en los Estados Unidos, como propaganda en contra del comunismo en general. Ahora que el comunismo no es más que una sangrienta quimera, enterrada por la historia y únicamente con vida artificial en Latinoamérica, gracias a la transfusión del petróleo venezolano a la dictadura cubana, este libro debería de pertenecer a un pasado remoto, por lo que únicamente lo leeríamos como una resabio cultural de la Guerra Fría, pero lamentablemente, para desgracia de El Salvador, esto no es así.

Para que nuestro país alcanzara, gozara y viviera en una “democracia representativa” y pudiéramos tener elecciones libres, fue necesaria una guerra fratricida que dejó 100,000 muertos, innumerables violaciones a los derechos humanos, familias rotas, emigraciones masivas y una destrucción a la infraestructura productiva que únicamente se logró recuperar décadas después de haberse firmado los acuerdos de paz. Esa lucha “revolucionaria” que dejó toda esa estela de destrucción a su paso, se llevó a cabo desde las montañas para que en El Salvador se acabara la corrupción, el manejo antojadizo de los bienes públicos, para que todos pudiéramos opinar y hacer circular libremente nuestras ideas y para que el Pueblo –así con mayúscula– fuese libremente representado por diputados electos democráticamente por la sagrada voluntad popular.

No obstante los innegables avances en la cultura democrática salvadoreña, observé con una mezcla de horror y pasmo, cómo en la Asamblea Legislativa se practicó un “madrugón” con ocasión de la aprobación del último paquete de leyes tributarias que imponen impopulares, inconsultas e inoportunas normas fiscales que, de acuerdo con la mayoría de analistas, deprimirán aún más la ya deprimida economía de nuestro país.

La promulgación del paquete tributario, asimismo coincidió con el nombramiento de importantes cargos de titulares de carteras estatales estratégicas, las cuales, casualmente, fueron asignadas en esa misma fecha precisamente entre los partidos políticos que apoyaron dicha iniciativa de ley. Cuando nos damos cuenta que en nuestro país continúan los madrugones legislativos para aprobar leyes impopulares, se siguen dando dudosos “repartos de cargos” en las esferas de gobierno, y se mantienen algunos vicios políticos que deberían haber quedado en el pasado, parece que todo ese “idealismo” e “ilusión” que hizo en alguna época que algunos miembros de nuestra sociedad, estuvieran dispuestos a dar su vida por un mejor El Salvador, simplemente ha quedado en el pasado y así como en la fábula de “Rebelión en la granja”, los nuevos gobernantes se convierten en una réplica de lo que en algún momento criticaron y combatieron con tanta intensidad y ahínco.

Viendo cómo se conduce nuestra clase política, parece que Benjamín, ese burro cínico de la obra, tenía razón: vivimos la guerra pero nada cambió, sólo los nombres de los que nos gobiernan.

*Colaborador de El Diario de Hoy.