La respuesta de Caín: ¿A mí qué me importa?

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elsalvador.com

Por Por Oscar Rodríguez Blanco, s, d, b.*

2014-09-19 6:00:00

El 13 de septiembre el Papa Francisco visitó el cementerio militar de “Redipudia”, en Italia, cerca de Austria. Ahí reposan los restos de 100.187 soldados italianos, en su mayoría jóvenes. Murieron durante la Primera Guerra Mundial. El Papa se ha solidarizado, no solo con los que lloran y recuerdan esos seres queridos, se ha solidarizado con el dolor y sufrimiento de miles de familias que lloran a sus seres queridos fallecidos en otras guerras. Durante la misa celebrada en el cementerio, el Papa dijo que “después de haber contemplado la belleza del paisaje de esta zona, en la que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante a sus familias, donde los niños juegan y los ancianos sueñan… encontrándome aquí, en este lugar, en este cementerio, solamente acierto a decir: la guerra es una locura”. Y entre otras cosas, también dijo: “Hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida ‘por partes’, con crímenes, masacres, destrucciones”.

Sabemos muy bien que las guerras de ayer y de hoy, han sido y siguen siendo provocadas por la intolerancia, el odio, la envidia, los intereses económicos, las injusticias, las ambiciones. La destrucción no es solo física, es sobre todo, la muerte de personas inocentes. ¡Cuántos niños han quedado solos, cuántos ancianos, cuántos padres y madres que buscan a sus hijos, cuántas ilusiones perdidas!

El Papa Francisco indicó que “sobre la entrada a este cementerio, se levanta el lema desvergonzado de la guerra: ‘¿A mí qué me importa? Las guerras a menudo encuentran justificación en una ideología, pero antes de la ideología está la pasión, el impulso desordenado, y cuando no hay una ideología, está la respuesta de Caín ¿A mí qué me importa? ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Las guerras no respetan a nadie, ahí mueren ancianos, niños, madres, padres, pobres y ricos. No les importa la destrucción de las cosas, y mucho menos, el dolor de las personas. El Papa tiene razón al decir que “la guerra es una locura y que los motivos que alimentan el espíritu bélico, son “la avaricia, la intolerancia, la ambición de poder”.

Las guerras siguen existiendo. Unos provocan, y otros, se defienden. Se piensa poco en las consecuencias, en el dolor de los pueblos, en el esfuerzo que por muchos años han hecho las naciones para recuperarse. Es posible que los intereses económicos, la venta de armas y muchos otros motivos sean la prioridad de los que planifican las guerras y la división de los pueblos. Esperamos que de su corazón no salga la misma expresión ¿A mí que me importa? ¡Eso sería una crueldad!

Nuestra existencia se desarrolla en muchos ámbitos: la familia, el trabajo, las agrupaciones, el deporte, el colegio, la universidad, los hospitales, las empresas. No es lícito decir ¿Qué me importa mi hermano, mi compañero, mi vecino, la enfermedad de los demás? Estamos hechos para vivir en sociedad y debemos a aprender a querer queriendo, a servir sirviendo, a corregir corrigiendo, a comprender comprendiendo. Alguno podría decir “yo me realizo solo, no necesito de los demás”, pero esto no es cierto porque hemos sido creados para relacionarnos, para sabernos entender, para enriquecernos en lo espiritual y en lo cultural. Necesitamos de los demás en cada momento de nuestra existencia. Necesitamos de Dios que nos busca permanentemente. Si nos cerramos a los demás, ya estamos fracasados.

*Sacerdote salesiano.