Evocando al “León Dorado”

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elsalvador.com

Por Por Federico Hernández Aguilar*

2014-06-17 6:03:00

Ha transcurrido ya el primer cuarto de siglo desde aquel fatídico día en que la violencia irracional segó la vida del Dr. José Antonio Rodríguez Porth, jurista insigne, ejemplar esposo y padre de familia, intelectual de valía, columnista aguerrido y tenaz defensor de las libertades humanas. Quienes le asesinaron cobardemente, el 9 de junio de 1989, a pocos días de haber sido juramentado como ministro de la Presidencia de la República, en realidad estaban confirmando lo que para entonces era indudable: don Tono había triunfado definitivamente sobre sus adversarios.

Morir sosteniendo las propias convicciones es el triunfo conclusivo de los grandes promotores de la libertad. El que recurre a las balas, en cambio, está ya irremediablemente vencido en la lucha por las ideas. Este es el punto de inflexión que establece diferencias notables entre dos tipos de guerreros: los que empuñan las armas y los que esgrimen el pensamiento. Los primeros puede que tengan razones para hacer lo que hacen, pero sus acciones terminan comprometiendo la validez de esas razones; a los segundos, por el contrario, el debate permanente les hace fuertes en sus convicciones, hasta que la historia –o el martirio– les otorgan la victoria absoluta.

“Conozco muchas causas por las cuales morir”, decía Gandhi. “Todavía no conozco una que me haga matar”. Otro tanto podía afirmar el doctor Rodríguez Porth, que había ejercido un apostolado de varias décadas en la dirección de gremiales empresariales cuando fue ametrallado junto a su motorista. Su inmolación era la prueba final de la razón que le asistía.

¿Cuán robusta es una idea política que necesita de la eliminación física de los adversarios para reclamar vigencia? ¿Qué tipo de convicción es aquella que exige convertir en víctimas a quienes se le oponen desde la honestidad intelectual? No conviene olvidar el ejemplo de los salvadoreños que, como don Tono Rodríguez Porth, derramaron su sangre por una causa que se encuentra por encima de cualquier ideología o coyuntura histórica: la denuncia del extremismo. O favorecemos, en efecto, el sano contraste de ideas y hacemos que la racionalidad prevalezca en este ejercicio civilizador, o seguimos creyendo que la imposición y el radicalismo son alternativas legítimas de la lucha política.

Hubo un tiempo en el que los adalides de la “justicia” proclamaban la violencia como una ruta válida contra aquellas realidades que consideraban inaceptables. Aseguraban querer redimir a los oprimidos, pero no dudaban en volverse opresores de aquellos que opinaban distinto. Patriotas como Francisco Peccorini Letona, Edgar Chacón, Gabriel Eugenio Payés y José Antonio Rodríguez Porth tomaron la valiente decisión de enfrentarse a estas mentalidades. No tuvieron que apretar gatillos para dar esta batalla; tampoco propagaron mensajes de odio ni echaron combustible sobre la hoguera del resentimiento. Utilizaron únicamente el poder del pensamiento, la fuerza de la argumentación bien colocada, que constituyen el “armamento” de las personalidades íntegras. Pero aquella integridad, unida a la credibilidad y el prestigio que suelen acompañarle, fue considerada peligrosa por sus enemigos. Y los cuatro fueron cobardemente asesinados.

¿Por qué es pertinente recordar, a estas alturas de nuestra historia democrática, a personajes como don Tono Rodríguez Porth? En primer lugar, porque la memoria colectiva de los salvadoreños es corta e ingrata. Pero más importante aún, porque los buenos ejemplos del pasado iluminan los pasos de quienes deseamos que el futuro sea una feliz consecuencia de las lecciones aprendidas.

El horizonte es tan prometedor como las ambiciones que nos empujan a alcanzarlo. La ambición, sin embargo, por sí sola, en tanto olvida de dónde vienen sus arrestos, carece de identidad e hidalguía y hasta de parámetros éticos que la gobiernen. Entonces marchan las sociedades a los abismos persuadidas de que se dirigen al hermoso porvenir que sueñan. Intelectuales de la talla del Dr. José Antonio Rodríguez Porth, a 25 años de su muerte, nos siguen advirtiendo el riesgo. Evocarles es otra forma de estar alertas.

*Escritor y columnista de El Diario de Hoy.