Cerebro, alma y materialismo

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Frank Velásquez y sus amigos en el estadio Sambenedetto. Foto EDH

/ Foto Por Cortesía Frank Velásquez

Por Por Luis Fernández Cuervo*

2014-06-01 6:03:00

Me da un poco de risa, y bastante pena, ver tanto investigador en estructuras cerebrales que manifiestan un pensamiento materialista. Y todo es porque, al ir conociendo más y mejor zonas y conexiones neuronales que tienen que ver con determinados pensamientos o acciones humanas, toman el medio, por la causa.

Aristóteles, siglos antes del cristianismo, ya se había dado cuenta de que los seres humanos tenemos algo muy especial llamado alma, que no tienen las cosas inertes, por supuesto, pero tampoco los seres vivos, vegetales u animales, porque su principio vital, su alma, si se quiere llamarlo así, difiere claramente de las almas humanas, que pueden producir unos elementos inmateriales tan específicos y valiosos como son las ideas, los conceptos universales.

Vuelvo a recordar una anécdota que me ocurrió hace años dando clases de antropología, anécdota ya relatada en alguno de mis artículos. Aquel alumno que levantó el dedo para preguntar, con cierto tono de impaciencia o enojo, diciendo: -pero doctor, si el cerebro no es el que piensa, ¿quién piensa? Y mi respuesta sonriente: -Usted, usted es el que piensa, con su cerebro. Y habría sido más exacto decirle: -Usted es el que piensa a través, o por medio, de su cerebro.

Si producimos unas cosas tan inmateriales como son las ideas –que no tienen peso, ni densidad, ni medidas, ni color, etc., como tienen todas las cosas materiales, incluso las gaseosas– es porque la causa también es inmaterial: el alma.

En los estudios del cerebro al principio algunos caen en el error de pensar que pronto conocerán todo su funcionamiento. Según avanzan sus estudios, comprueban que el cerebro es una estructura viva y abierta de tal manera que se adapta según el actuar espiritual. Es un instrumento mucho más rico que una computadora y diferente de ella en cuanto que está vivo y abierto no solo a la inteligencia sino a todo el mundo personal. Es evidente la conexión entre la conducta y el estado del cerebro en las dos direcciones, pues hay acciones se explican sólo con el cerebro, y otras se explican porque el alma hace actuar al cerebro de ese modo y no de otro determinado. John Eccles, (premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre fisiología cerebral) nos dice: “si lo que se pretende es reducir las características humanas a «emergencia», se trata de un materialismo reduccionista pseudocientífico e inaceptable: la ciencia no proporciona ninguna base para esa doctrina”; luego añade con fuerza: “El materialismo es una superstición“. El materialismo, si se lleva a sus últimas consecuencias, niega las experiencias más importantes de la vida humana: «nuestro mundo» personal sería imposible”. Además en el hombre hay más realidades que la de pensar. Eccles enumera: “Los sentimientos, las emociones, la percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, los valores morales, los pensamientos, las intenciones, la libertad… Todo «nuestro mundo», en definitiva. El materialismo no explica el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga”.

Y en los últimos dos años se ha conseguido una comprensión más profunda de qué es genético y qué es cultural en el cerebro. Ahora se ve la firme interacción entre naturaleza y crianza. El funcionamiento del cerebro hace posible que lo biológico se convierta en autobiográfico, sobre una base genética heredada. Se ha comprobado cómo los gemelos desarrollan capacidades diferentes, según sus decisiones libres y eso se traduce en redes neuronales con conexiones diversas según la decisión personal de cada uno. De ahí la enorme dignidad que radica en la persona humana, un ser que elige su destino, sin que esté determinado por condicionamientos genéticos o biológicos, como los animales. Somos seres capaces de cambiar el propio sustrato neural de nuestro pensamiento, pues el alma, que es espiritual, abre y amplía la capacidad operativa del cerebro. El cerebro es plástico, obedece, no termina nunca de tener una forma fija. Podemos enriquecerlo o empobrecerlo, según nuestras decisiones virtuosas y libres, o nuestras esclavitudes viciosas.

*Dr. en Medicina.

Columnista de El Diario de Hoy.

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