Hasta en las mejores familias

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elsalvador.com

Por Por Juan Valiente*

2014-04-08 5:00:00

La convivencia en una sociedad como la nuestra tiende a ser complicada. La cultura de la ley del más fuerte o del más vivo sirve para destruir cualquier intento de vida civilizada. Y esto sucede a todo nivel. He estado involucrado en organizaciones de vecinos desde hace más de veinte años y siempre ha sido difícil. He podido también conversar con personas que se han involucrado en dichas organizaciones y la historia siempre es la misma.

Muy pocos deciden involucrarse. No siempre todos pagan las obligaciones acordadas en asambleas generales de vecinos. Hay quienes se arrogan el derecho sobre espacios públicos, ya sea la calle, la zona verde o las aceras. En algunos lugares los reducidos espacios residenciales exigen un nivel superior de convivencia. Es triste recordar la historia del asesinato de un capitán de las Fuerzas Armadas por parte de un vecino en La Cima II en 2010. Una vida por un parqueo.

Los conflictos han sido tan persistentes que en abril de 2011 la Asamblea Legislativa decidió aprobar una ley marco para regular la convivencia ciudadana y normar el rol de los municipios en este tema. El objetivo de esta ley es “generar una cultura ciudadana que busque incrementar el respeto entre las personas así como el cumplimiento de las leyes y normas de convivencia, la resolución pacífica y alternativa de sus conflictos de convivencia”. Es curioso que sea necesaria una ley para normar las relaciones humanas cuando debería bastar los valores y el sentido común.

Uno de los temas cruciales sobre la convivencia es la apatía, el desinterés o el abuso que hace que muchos vecinos no quieran participar. El único mecanismo que se puede usar en una democracia como la nuestra es la asamblea general de vecinos. Allí se decide por mayoría y todos estamos llamados a cumplir con lo decidido. No se vale pertenecer a una comunidad y sólo respetar las decisiones con las que estoy de acuerdo. Precisamente la autoridad de las asambleas generales es la que nos debería obligar a todos a construir comunidad.

No se construye comunidad irrespetando las decisiones de la mayoría o tratando de minar la autoridad derivada de estas decisiones colectivas. El artículo quinto de la mencionada ley dice que la convivencia es una “cualidad que tiene el conjunto de relaciones cotidianas que se dan entre los miembros de una sociedad, cuando se han armonizado los intereses individuales con los colectivos, y por tanto, los conflictos se resuelven de manera constructiva, donde se resalta además la noción de vivir en medio de la diferencia”. Somos diferentes. Pensamos diferentes. Y, sin embargo, debemos convivir.

¿Y cómo armonizamos los intereses personales con los colectivos? En el caso del parqueo que llevó al asesinato es obvio que nadie puede arrogarse el derecho al estacionamiento público. Pero en una breve visita a cualquier colonia de la capital se pueden ver los conos amarillos puestos por personas o empresas. Y hay de aquel que quiera estacionarse allí cuando no visita a esa persona o empresa.

En muchas residenciales se decide colocar públicamente los nombres de los vecinos que deciden no respetar las reglas del juego. Realmente es una pena que se vean obligadas a recurrir a estos mecanismos para invitar a los vecinos a cumplir con las decisiones colegiadas. Es una vergüenza que sea necesario llegar a estos extremos indeseables, pero a veces efectivos. ¡Qué diferente sería la vida en comunidad si cada uno hiciera su parte!

Todos estamos llamados a poner de nuestra parte para que la vida en comunidad sea lo mejor posible. Muchas veces eso implica renunciar a intereses personales por el bien de la comunidad. La autoridad reside en los organismos colectivos: las asambleas generales y las juntas directivas. Todos, incluyendo los miembros directivos, deben acatar las decisiones, aunque no se esté de acuerdo. La convivencia precisamente parte del respeto al poder superior de la colectividad.

*Columnista de El Diario de Hoy.