Toda historia tiene dos caras

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Entre los privilegios que habrían recibido algunos cabecillas de las pandillas fue el ingreso de mujeres y telefónos celulares.

/ Foto Por Archivo

Por Por Mónica Pacas de Rodríguez*

2014-03-07 6:04:00

Cuando nos sentimos completamente distanciados de una persona o de un grupo de personas, generalmente se debe a una falta de comprensión de su realidad. La forma de acortar esta distancia y propiciar un diálogo que permita un mayor acercamiento es tratando de entender esa otra cara de la moneda, que tal vez para nosotros está oculta o no alcanzamos a ver.

En nuestro país hay quienes se han dado a la tarea de estigmatizar a dos grupos de personas, alimentando la confrontación entre ambas. Han fabricado una imagen falsa, en la que –aunque tal vez no todo es mentira– sólo nos presentan un lado de la realidad.

En mi época universitaria, durante las negociaciones entre el gobierno y la guerrilla, que culminó con la firma de los Acuerdos de Paz, tuve la oportunidad de estudiar en la UCA y conocer a muchas personas con una ideología diferente a la mía. Aunque entre los profesores había algunos que aprovechaban su claustro para sembrar división y rencor contra “la oligarquía”, también había otros que dedicaban las horas clase a compartir con sus alumnos su experiencia profesional y aprovechaban para enseñar y pulir las destrezas necesarias para convertirse en profesionales de la comunicación.

Así mismo, entre mis compañeros había quienes te miraban sólo para señalar y enjuiciar las diferencias que veían en ti –que si viene en carro, que si huele a perfume, etc.–, había otros que mostraban apertura a compartir contigo –dando y recibiendo–. Yo había estudiado en un colegio privado y esa experiencia me permitió conocer y valorar la historia, los retos y necesidades que enfrentaba este otro grupo de personas. En el aula me sentaba junto a una compañera que tenía siempre los pies sucios. Conversando con ella supe que vivía en un cantón fuera de la capital y que para llegar a la U tenía que levantarse tempranito, caminar varios kilómetros en calle de tierra para tomar el bus que la traería a San Salvador. Era heroico el esfuerzo que realizaba ella, como muchos. Esto me ayudó a apreciar y agradecer las bendiciones en mi vida y a descubrir la responsabilidad que por eso mismo tengo con quienes no las han tenido.

Hay quienes han querido presentar a las personas de derecha como seres de otro planeta, que viven en el lujo y fiesta continua, explotando a quienes no tienen nada. Y aunque tal vez hay algunos pocos, no todos de derecha, que viven de espaldas a la realidad de nuestro país –dándose vida de millonarios a expensas muchas veces de los impuestos que tú y yo hemos pagado– hay también muchos otros que desde hace años dedican grandes cantidades de dinero y muchas horas de trabajo voluntario a hacer el bien, sin explotar estas acciones haciendo publicidad millonaria de las mismas. Su interés no es ganar popularidad, sino elevar la calidad de vida, la salud y la educación de la familia salvadoreña –no sólo de la mujer o los jóvenes–.

Vale la pena recordar que detrás de cada rostro, de la apariencia que vemos, hay un corazón que late y anhela la felicidad, que sufre, que ama, que necesita de los demás. Cada persona mira, entiende y juzga de forma personal y diferente los acontecimientos a su alrededor, dependiendo de sus propias experiencias, edad, sexo, realidades, estado civil, etc. ¡Y tienen derecho a hacerlo! Pero es una falta de responsabilidad tomar decisiones relevantes a la ligera, sin meditar las implicaciones que estas pueden tener.

Estamos en un momento crítico en donde todos los salvadoreños mayores de edad debemos manifestar el rumbo que queremos para nuestro país, y al hacerlo, es importante tomar en cuenta las experiencias vividas por los diferentes sistemas de gobierno en el mundo. Dicen que hay personas que aprenden de sus errores, otras más inteligentes que aprenden de los errores de los demás, y otras que no aprenden ni de los propios… ¡no seamos de esas!

Durante años, muchos de nosotros hemos caído en el juego de los “líderes políticos” y hemos bailado al son de sus intereses. Pero cada HOY vivido con verdadera libertad es una oportunidad para dar pasos que nos acerquen más a nuestros hermanos salvadoreños.

*Colaboradora de El Diario de Hoy.