¿Por qué voy a votar el 9M?

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La empresa Sipago y el VMT han anunciado que crearán la "escuela del conductor del transporte colectivo" para dar un servicio eficiente y de calidad en el Sitramss , pero no han dado la fecha exacta. foto edh / archivo

Por Por Mario González*

2014-03-01 6:02:00

El 28 de marzo de 1982 hubo elecciones para integrar una Asamblea Constituyente, que redactaría una nueva Carta Magna y que pondría las bases para restablecer el orden institucional, dado que la Junta de Gobierno de entonces, surgida del golpe de Estado de 1979, gobernaba por decreto.

La guerrilla del FMLN declaró un boicot armado y, con él, circuló una serie de rumores, desde que los buses con votantes serían ametrallados hasta que les cercenarían el dedo manchado a la gente que hubiera ido a las urnas.

A esto se agregaba el peligro de encontrarse en medio de los continuos enfrentamientos que había entre el ejército y los guerrilleros, sobre todo en el interior del país.

Pero ni las balas ni las amenazas ni los rumores lograron que los salvadoreños se quedaran en sus casas o prefirieran irse a la playa.

Muchos jóvenes de la época nos cuestionábamos entonces por qué ir a votar si lo que había era una junta de militares con políticos democristianos que más bien parecía más de lo mismo que tanto se condenó en los años previos y que sólo estaba prolongando la agonía de la guerra.

Pero realmente esas fueron las elecciones de nuestros padres y abuelos, que con su sabiduría vieron más allá y pensaron más en el país que en sus particulares prejuicios políticos. Por eso fueron resueltos a votar.

Ellos tenían una razón de mucho peso: frente a nosotros teníamos el drama de Nicaragua, sumida en una guerra entre sandinistas y contras, bajo un régimen marxista igual o peor de represivo que el que tanto combatieron de Somoza y con una hiperinflación y una galopante escasez que no tenían ni papel higiénico; vale aclarar que quien no tenía era la gente, porque a los gobernantes rojinegros no les faltaba nada.

Siendo nosotros unos adolescentes, nuestros padres y abuelos habían visto cómo los sandinistas derribaron a Somoza en julio de 1979 y se habían hecho con el poder, pero de inmediato fueron eliminando de su entorno a los políticos de pensamiento democrático que les dieron su apoyo como doña Violeta Chamorro, establecieron un Estado policía y lanzaron una ignominiosa persecución de sacerdotes y religiosos que no comulgaban con la “teología de la liberación” ni le cantaban al “Cristo de Palacagüina” que se hizo guerrillero, murió en combate pero nunca resucitó.

Tres años más tarde, Nicaragua estaba sumida en la peor crisis económica y política. El hambre y la necesidad no podían calmarse montando disciplinados y multitudinarios desfiles de milicianos al estilo de Norcorea o intentando sublimar a las masas con música de Quilapayún o Guaraguao o las típicas de los Mejía Godoy.

Se decía entonces que El Salvador estaba a punto de convertirse en otra Nicaragua y nadie quería encontrarse en un régimen en el que la seguridad del Estado controlaba las vidas de los habitantes, en el que a los párvulos y escolares se les inducía a la violencia y el odio de clases y menos nadie quería carecer de lo necesario.

Los nicaragüenses tuvieron que sufrir diez años hasta que en 1990 y contra todos los pronósticos y encuestas desecharon a Ortega y eligieron a doña Violeta Chamorro, algo que no esperaban los sandinistas, pues se creían seguros de ganar.

Treinta y seis años después es Venezuela la que está desangrándose, sufriendo la escasez, viendo que las fábricas paralizan operaciones por no tener insumos y enfrentando un escalofriante auge de la criminalidad. Eso está frente a nosotros ahora.

En El Salvador de ahora ya no hay paros armados ni amenazan con cortar el dedo manchado, pero cómo se percibe que los dados están cargados y se han dedicado a bombardearnos sicológicamente, desde el gobierno, el partido oficial, la alba-derecha y el albatodo, mientras se denuncia que las pandillas inhiben o inducen el voto en las comunidades.

Además hay otros mecanismos más sutiles, sobre todo para desanimar el voto y garantizar que sólo participe el sufragio militante y disciplinado oficialista: asquear a la gente con el bombardeo de propaganda oficial y política y destruirle la fe en el sistema para que diga: “Bueno, ¿para qué votar si los mismos quedan? Todos se aprovechan…” o “Los del FMLN nos hablan de no volver al pasado, pero en el pasado están los últimos cinco años” o “tanto que sacan los 20 años de ARENA, son iguales… más de lo mismo”.

Yo iré a votar el 9 de marzo, precisamente para no caer en esa trampa de inhibirme o desanimarme, no sólo para ejercer mi derecho al sufragio, sino también de buscar un El Salvador mejor, por mi propia libertad y sin que otros con ideologías fracasadas me lo impidan y luego me impongan sus decisiones directamente o a base de compra de voluntades o represión. También iré a votar para honrar el patriotismo y la valentía de mis padres y abuelos, que me dieron su ejemplo. Pero, sobre todo, iré a votar porque este es el momento en que mi País más lo necesita.

*Editor subjefe de El Diario de Hoy.