Un político de raza

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Por Por Carlos Mayora Re*

2014-03-28 6:03:00

Hace ocho días murió, a los ochenta y un años, Adolfo Suárez. Un hombre que fue presidente del gobierno pocos años, entre 1977 y 1981, pero cuya gestión marcó para siempre a España.

A la muerte de Franco, después de casi cuarenta años ininterrumpidos en el poder, el panorama político español se presentaba, por decir lo menos, incierto. Fue entonces cuando el Rey encargó a Suárez la formación de gobierno, el desmontaje de las estructuras franquistas, y la puesta en marcha de la democracia. Fue capaz de conciliar el enjambre de fuerzas centrífugas que amenazaba con desgarrar la sociedad española, y hacer que todos se entendieran en un ambiente poco propicio.

¿Qué tenía Adolfo Suárez que hizo fuera electo en las urnas en 1977 y 1979, y pudiera unificar una nación fragmentada, política e ideológicamente? Era un político de raza, un hombre de intuiciones, audacia y convicciones. A su muerte los periódicos españoles se han visto inundados de artículos, homenajes y escritos laudatorios. Entresaco de ellos algunas citas que nos pueden servir para comprender mejor qué significa eso de que un político auténtico es aquél que vive para la política, y no de la política.

Varias frases sueltas, para formar un mosaico: “supo sintonizar inmediatamente con las demandas de la ciudadanía”; “a sus 43 años, con no pocas dificultades, fue capaz de aglutinar a un grupo de políticos de su generación que habían llegado a las convicciones democráticas por diversos caminos. Supo reunir, junto a falangistas ‘conversos’ como él, a socialdemócratas, liberales, democristianos, etc.”; “buscó crear un orden político compuesto de ciudadanos virtuosos y activos, y no un conjunto de súbditos meramente obedientes”; “poseía capacidad de liderazgo y capacidad de decisión y control de los tiempos (…) Pero, sobre todo, una inmensa habilidad para generar consensos”; era un hombre con una inmensa “pasión por la política y ambición por el poder. Pero más pasión por su patria y ambición de servir a la gente”.

De él dijo Santiago Carrillo, líder del partido comunista durante la Transición, que era “un anticomunista inteligente”, quizá al verle actuar y escucharle hacer declaraciones como: “agradeceré busquen siempre las cosas que les unen, y dialoguen con serenidad y espíritu de justicia sobre aquellas que les separan”.

A mediados de 1980 se confiaba a una periodista en una entrevista y le explicaba: “los problemas reales de un país exigen que todos arrimemos el hombro; exigen un altísimo sentido de corresponsabilidad. Y sin embargo, los políticos no transmitimos esa imagen de esfuerzo común”. También: “cualquiera sabe lo que dirá la Historia dentro de 30 o 40 años… Por lo menos, pienso que no podrá decir que yo perseguí mis intereses. Admitirá que luché, sobre todo, por lograr la convivencia entre los españoles; que intenté conciliar los intereses y los principios…, y en caso de duda, me incliné siempre por los principios”.

En 1981 dimitió, y en su último discurso afirmó a los españoles: “yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la Historia de España”. Hasta donde se ha visto, no sólo puso las bases de la democracia después de la dictadura, sino también los rieles por los que esta corre desde entonces.

Su objetivo vital fue siempre colocar el interés público por encima del interés partidista, y sintonizar con la ciudadanía dentro del marco de la democracia. ¡Cómo se echan en falta políticos de este talante, ahora que se han visto tantas cosas por aquí con ocasión de las elecciones!

Puestos a buscar en la política criolla, seguramente se encontrarán gestores, líderes y administradores de ideologías; pero políticos políticos… con pena hay que decirlo, quizá un puñado.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare