Los sembradores de vientos

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elsalvador.com

Por Por René Fortín Magaña*

2014-03-13 5:00:00

“Quien siembra vientos –dice el adagio– cosecha tempestades”. Tres son los grandes sembradores de vientos que provocaron la tempestad política que hoy vive la República: 1) El Tribunal Supremo Electoral; 2) El Presidente de la República; 3) ALBA petróleos.

1. El Tribunal Supremo Electoral ha conducido, en sus dos etapas, el peor proceso electoral de que se tenga noticia en nuestra historia: toleró tantas violaciones constitucionales y legales que sería prolijo enumerarlas. Evidenció una parcialidad tan desmesurada y evidente, que nadie, con un mínimo de objetividad, podría atreverse a negarla. Impuso una censura tan sesgada e irracional, que impidió al cuerpo electoral conocer las hojas de vida de los candidatos para valorar sus luces y sus sombras. Produjo cambios súbitos en lugares de votación que privaron a muchos ciudadanos del ejercicio del sufragio. Impuso multas indebidas a las instituciones contrarias al régimen de gobierno, y se las dispensó al partido oficial. Adelantó por cerca de dos años la propaganda electoral, en contra de lo dispuesto por el artículo 172 del Código Electoral. Jamás, hasta muy tarde, invitó a la ciudadanía a ejercer el sufragio, provocando una gran abstención en la primera vuelta. Dificultó, con la ayuda del RPN la abstención del DUI a miles de solicitantes. Y proyectó una imagen de franca adhesión al gobierno de la República absolutamente impropia del ejercicio de la jurisdicción de un Tribunal, seguramente por estar integrado mayoritariamente por elementos afines al partido oficial.

2. La actuación del Presidente de la República es incalificable. Rompió todos los récords de arbitrariedad existente hasta la fecha a lo largo de toda nuestra historia y quizá del mundo entero, haciendo gala de desprecio hacia la Constitución, las leyes y las sentencias, supeditándolas a su célebre frase “les guste o no les guste”. Actuó hasta el último minuto, a ciencia y paciencia del TSE, con el máximo despliegue de publicidad, pagada en parte por Taiwán, en interminables cadenas, contra todas las normas establecidas, tanto jurídicas, como políticas, cívicas y morales. Insultó, a diestro y siniestro, a cuanto oponente se colocó en su mira, con el agravante de que, después de sucesos no esclarecidos, su credibilidad y buen juicio cayeron francamente por los suelos. Ha sido tan grotesca su actuación, tan inverosímil, que no vacilamos en calificarla como contraproducente para su propio partido, cuyos candidatos, hay que decirlo, buscaron desesperadamente atemperar aquel torrente descompuesto e incontenible de furia presidencial evidentemente malsana.

3. ALBA petróleos, por su parte, tentáculo del gobierno venezolano, exclusivamente asociada con las alcaldías del FMLN, inundó las pantallas de la televisión, las ondas de la radio y las páginas de los periódicos con una avalancha publicitaria nunca vista en nuestro país, y, en contra de las características constitucionales que establecen que el voto debe ser libre, directo, igualitario y secreto (Art. 78 Const.) corrompió el sufragio mediante la compra de voluntades por todos los rumbos del país por medio de dádivas y ofrecimientos que debilitaron la voluntad de los favorecidos.

Todos esos excesos movieron los resortes anímicos de la voluntad del pueblo salvadoreño, y comenzamos a observar cómo el ambiente triunfalista del gobierno y del partido oficial se iba desvaneciendo al par que subía la marea del patriotismo del pueblo salvadoreño dispuesto a defender su libertad. Arrinconados, los exponentes del oficialismo, intentando demeritar esta encendida actitud popular, quisieron descalificarla llamándola “la campaña del miedo”. Yo corrijo esa calificación. No fue la campaña del miedo, sino la del horror, la del terror, la del pánico y, sobre todo, la del rechazo a la eventualidad de caer en las garras de regímenes tan oprobiosos como los de Cuba y Venezuela que significan, literalmente, la muerte civil y civilizada de los pueblos en los que impera, como única norma, la ley del “lomo contra garrote”, (Ítalo López Vallecillos). Los ciudadanos de espíritu libre y de potencias creadoras de El Salvador actuaron rápida y drásticamente contra esa letal eventualidad, conscientes de que el abandono de “la ciudad abierta” (Karl Popper) para permutarla por el despotismo, era como lanzarse a un hoyo negro en una especie de macabro suicidio colectivo.

Y se produjo el prodigio del 9 de marzo, fecha en la cual “todos a una, como en Fuenteovejuna” (Lope de Vega) se escribió una nueva página en la heroica historia del pueblo salvadoreño.

La brutal imposición de que hemos sido testigos, bastaría para descalificar todo el proceso electoral en sus dos etapas. Pero a ello hay que agregar ahora las evidentes anomalías que se presentaron a la hora del ejercicio del sufragio (“lo conquistado no se entrega”), dando lugar a la certeza de que, además de la brutal imposición, se produjo un innegable fraude electoral que le abre a la oposición todas las puertas de la impugnación.

Ahora bien, lo bueno de este último capítulo en la larga historia de heroicidad del pueblo salvadoreño es que éste ha despertado como un gigante dormido. Y lo ha hecho con vigor, con coraje, con apreciación exacta de los graves peligros que lo amenazan, y con un espíritu cívico altamente fortalecido para enfrentarse a los retos del presente y del futuro. La sociedad civil ha tomado un papel protagónico determinante, capaz de imponerle a nuestro país el rumbo de progreso y libertad que ha venido persiguiendo desde su independencia.

*Doctor en Derecho.