El fascismo bolivariano

descripción de la imagen
Marta Caishpal (Izq.) es la maestra "ad honoren" del grupo. Foto EDH / Iris LimaEl producto que hacen lo venden para obtener fondos y comprar más material. Foto EDH/Iris Lima

Por Por Mario González**Editor Subjefe de El Diario de Hoy.

2014-02-22 6:01:00

“Un desfile bufo de universitarios fue dispersado a balazos por fuerzas de seguridad en el corazón de la ciudad… Hubo siete manifestantes muertos y un número indeterminado de heridos…”

El anterior no es otro de los relatos de la represión en pleno centro de Caracas, sino que ocurrió en San Salvador, informado de la boca de Guillermo DeLeón en Teleprensa.

Era el 29 de octubre de 1979 y dos semanas antes un grupo de militares había derrocado al gobierno pecenista de Romero, denunciado por represivo y autoritario ante la comunidad internacional.

Pese a que acababa de instalarse el primer de gobierno de izquierda, en alianza con los militares jóvenes, a un teniente de la Policía de Hacienda le picó la mano, disparó y desencadenó la sangrienta dispersión de manifestantes, en su mayor parte miembros del Bloque Popular Revolucionario (BPR), cerca del Mercado Central.

La inestabilidad se había acentuado desde mayo de ese año, con la toma de la Catedral y otras iglesias, así como enfrentamientos entre la policía y la guerrilla urbana, que también se dedicaba al secuestro de empresarios, diplomáticos y otras personalidades.

La junta que asumió el poder tras la caída de Romero se denominó “revolucionaria” y tomó las banderas de la izquierda marxista de entonces, entre ellas la reforma agraria y la nacionalización de la banca, pero los cuerpos de seguridad siguieron reprimiendo a las organizaciones de masas, las bases de lo que fue la guerrilla y lo que ahora es el FMLN.

Para entonces, Venezuela era una próspera y ejemplar democracia que incluso se volvió protectora de la inerme Costa Rica ante la hostilidad y una eventual incursión de tropas de Somoza de Nicaragua, que reclamaba que el gobierno de San José apoyaba a los guerrilleros sandinistas o al menos era tolerante con ellos.

Ahora Venezuela sufre los embates del autoritarismo, la imposición y la intolerancia de parte de un régimen que la izquierda salvadoreña, los mismos que antes denunciaban las tiranías, lo consideran “su faro” y que se solidarizan con él y aprueban sus métodos.

Lo que hemos visto en estas dos últimas semanas por los periódicos y la televisión sobre la represión contra la oposición en Caracas, sólo nos recuerda lo que vimos desde los años 70 en las calles de San Salvador.

Al menos ocho personas han muerto, entre ellas una exreina de belleza, y más de un centenar han resultado heridas en medio de una cruenta represión de parte de los militares “bolivarianos” que se dicen “revolucionarios”, ahora acusados de cometer atrocidades como sodomizar con sus fusiles a prisioneros.

El régimen de Maduro, el que quiere que la felicidad llegue por decreto y que es “hermano de la espuma, de las garzas, de las rosas y del sol”, está precisamente haciendo lo que los gobiernos autoritarios hacían en Latinoamérica y ridículamente trata de descalificar a sus opositores diciéndoles “fascistas”. Vaya, ¡quién habla!

Si el régimen chavista está haciendo lo mismo que los gobiernos que antes eran llamados las “dictaduras militares fascistoides”, desde imponerse con todos los recursos del Estado y maletas con “tamales” para ganar elecciones hasta aplastar a sangre y fuego a los opositores, ¿qué revolucionario puede ser eso?

Sólo basta saber a través de la redes sociales que el régimen sofoca a los opositores con balas y hasta ha usado aviones en Táchira y ha cortado el Internet para que el mundo no sepa de tanto abuso. Sólo hay que ver que ya echaron a CNN.

El discurso de los chavistas es peor al de los coroneles salvadoreños de los 70: los opositores son “subversivos”, “enemigos del orden y la paz pública”, “antinacionalistas” y “amenaza contra el Estado”. Todo se centra en el bienestar del Estado y lo que ellos consideran “el pueblo”, que son nada más sus seguidores.

Fácil les resulta acusar a los opositores de “golpistas”, cuando los chavistas han propiciado la inconformidad popular dejando que se acentúe la escasez de todo al punto que no tengan ni papel higiénico, que no haya divisas ni para para los periódicos ni para comprar partes para ensamblar automóviles y esto haya hecho suspender operaciones a la Toyota y a la General Motors y, sobre todo, una galopante inseguridad en las calles que costó la vida recientemente a otra exreina de belleza.

El país más rico en petróleo de Latinoamérica sufre como si fuera de los más paupérrimos y sometidos por un régimen militarista.

Se parece a Nicaragua en los 80, cuando no tenían ni papel higiénico y hacía falta de todo y para todos, menos para los sandinistas.

Estas son las lecciones de la historia que debemos aprender para no cometer los mismos errores.

Retomando las declaraciones que nos dio hace siete años el cardenal Rodríguez Maradiaga, lo definimos así: la gran falla de estos regímenes de fuerza, al igual que su inspirador ya fallecido — otro coronel– es que “están ciegos, sordos y se creen dios”.