Se les acabó la fiesta

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elsalvador.com

Por Por Carlos Mayora Re*

2014-02-07 6:03:00

En Buenos Aires circula un chascarrillo, que cuenta que a los argentinos les encanta alcanzar grandes alturas económicas para que desde allí… ¡puedan suicidarse mejor! Aparte de la anécdota, las noticias que estamos leyendo estos días parecen confirmar la suposición: otra vez la economía argentina va cuesta abajo y los economistas están preocupados pues prevén una situación a la que ningún país quiere llegar: estancamiento de la economía (1.5% de crecimiento) + inflación (40% estimada en los primeros seis meses del año) = estanflación.

¿Cómo llegaron a esa situación en la que el país parece estar cayendo (nunca mejor dicho) por su propio peso? Por supuesto, no hay una causa única, como suele suceder en las cuestiones económicas, sino una combinación de malas decisiones gubernamentales, sobrevaloración artificial del peso y caída de los precios internacionales de los commodities.

Hay quien dice que la economía argentina en particular, y la latinoamericana en general, se ha visto impulsada artificialmente por los precios altos en el mercado mundial de sus productos de exportación, y que era de esperarse que –de acuerdo con el ciclo económico normal– al bajar los precios de los commodities, sus economías no sólo acusaran el golpe sino que en algún caso (sobre todo en gobiernos populistas-demagógicos), se desmoronarán.

Mucho de eso hay con los argentinos, pero en su caso específico; a los ciclos del mercado se suman pésimas políticas gubernamentales: gasto público disparado (esta semana la Sra. Kirchner ha subido las pensiones en más del 11%, por ejemplo), controles de precios, nacionalizaciones, control –o intento de control– del precio de las divisas (nadie quiere los pesos pues pierden valor día a día), etc. Y la más importante: el terco convencimiento –típico de los gobiernos populistas–, de que el gasto público es intocable, y que si se ajusta, debe tenderse a la alza; el gobierno de esa nación tan rica está llevando su economía otra vez al despeñadero.

Tienen una inflación cercana al 30%. Es decir, que el poder adquisitivo de los salarios se ha reducido en un año en una tercera parte. Sus bonos gubernamentales tienen, en el mercado internacional, la prima de riesgo más alta en toda América Latina. En el horizonte se asoma el fantasma de la gran crisis del 2001, cuando su actividad económica se redujo en un 28% en cuatro años.

Considerado todo lo anterior, vale la pena poner las barbas en remojo, y convencerse de que cuando se gobierna con populismo, endeudamiento acelerado, déficit fiscal in crescendo, etc. –como ha pasado en Argentina, Venezuela y en otros países en los que el aparato estatal crece, se pone en práctica una pésima política monetaria, y la economía colapsa–, los problemas son inevitables: aparece la inflación de dos cifras, la reducción del consumo interno, la desconfianza que lleva a deprimir las inversiones, el desempleo, la imposibilidad de exportar, la desaceleración primero y luego el retroceso del ritmo económico, etc.

Al analizar la situación, “The Economist” no se anda con rodeos. El primero de febrero publicó un artículo dedicado a la situación de Argentina y Venezuela (de esta segunda ya se ha dicho tanto en nuestro país que prefiero no abundar), encabezado con el sugerente título de: “The party is over”…

Si nuestras finanzas y economía se llegan a manejar como presagia el triunfo de los que defienden un Estado-control-centralizador, estoy seguro de que difícilmente se evitará que a la vuelta de unos años –pocos–, nos toque estar embrocando ollas vacías después de la “fiesta” en que se habrán desperdiciado recursos, y malgastado las pocas oportunidades con las que al día de hoy, aunque escasas, todavía podemos contar.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org